La Masacre de Trelew VIII

Camps contó que en las noches siguientes no les dieron las mantas y colchonetas hasta después de los interrogatorios. “Ya a esta altura, dentro de las mismas celdas nos sometían a un trato muy duro, típicamente militar: cuerpo a tierra, sostener el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse a tierra y levantarse, etcétera.

(…) “La noche del 22 de agosto se advirtió, con la natural sorpresa nuestra, un cambio bastante notorio. Por un lado, los cabos –ya a esa altura no se advertía la presencia de simples soldados y todos los que actuaban en nuestra custodia eran oficiales y suboficiales de marina- se mostraron más `blandos` y hasta amables, incluso entablaron diálogos con alguno de nosotros; y, por la otra, nos llamó la atención que nos entregaran las colchonetas y mantas bastante temprano”.

(...) “Nos interrogaron esa noche y alrededor de las 3.30 de esa madrugada nos despertaron dando patadas sobre la puerta de las celdas y haciendo sonar violentamente pitos por el mismo ventanuco.

“Además, por primera vez, abrieron todas las celdas. Antes siempre lo hicieron celda por celda. Nos ordenaron salir y colocarnos de espaldas a las puertas de las celdas. Nos dieron la orden de bajar la vista y poner el mentón sobre el pecho. Yo estaba con Delfino en la mencionada celda N° 10 y ambos acatamos la orden”, recordó Camps y precisó que todo ese procedimiento se llevó a cabo en “uno o dos minutos”.

Y continuó: “Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataba de un simulacro con balas de fogueo. Vi caer a Polti, que estaba de pie sobre la celda N° 9, a mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo, Delfino a mi derecha, permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos. Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo `qué hacemos` y yo contesté algo así como `no nos movamos`.

“Durante ese breve lapso escuché una o dos ráfagas de ametralladora al comienzo, luego varios tiros aislados de distintas armas, gemidos, ayes de dolor y respiraciones agotadas o sofocadas. Luego se introdujo en la celda, pistola en mano, el oficial de marina Bravo. Nos hizo poner de pie con las manos en la nuca.

“Dirigiéndose a mi me requirió en tono muy duro –parecía muy agitado- si iba o no a declarar. Respondí negativamente y sin nuevo diálogo me disparó un tiro en el estómago con su pistola calibre .45. Nos apuntó y disparó desde la cintura. Acto continuo le disparó a Delfino. La distancia no alcanzaba al metro o metro y medio. Estábamos en la mitad de la celda y Bravo traspuesto la puerta y se encontraba dentro.

“Yo caí sobre el lado izquierdo mirando hacia la puerta; y Delfino a mi derecha. Sus pies quedaron a la altura de mi abdomen y me oprimían. No sentí que Delfino se moviera. Con mucho esfuerzo corrí unos centímetros sus pies. Quedamos allí entre diez y treinta minutos. No puedo precisar con exactitud el tiempo. No perdí totalmente el conocimiento. Entraron algunas personas. Les oí decir que yo estaba herido. Adopté el temperamento de no moverme ni quejarme.

“Al cabo de ese lapso que no puedo precisar con exactitud, llegaron los enfermeros navales. (…) Nos colocaron sobre camillas y me transportaron esquivando cuerpos caídos en el pasillo, pasando sobre ellos. Me depositaron en una ambulancia. Era aún de noche.

“Me llevaron a una sala médica. No me sometieron a ninguna curación. Apenas me limpiaron la herida y creo que me dieron un calmante. Presumo que así fue porque me dormí. Allí pude ver a María Antonia Berger, Alfredo Kohon, Carlos Astudillo y Haidar.

“Luego, en avión, ya de día –ignoro la hora- me trasladaron a Puerto Belgrano. Allí fue operado. También allí me entrevistó el juez naval ante quien declaré sobre estos hechos y ante quien firmé mi declaración”, concluyó Camps.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario