V

A la caza de los secuestradores
Gabriel ya estaba libre, sano y salvo junto a su familia, por lo que los investigadores tenían el campo libre para avanzar con la pesquisa y poner a sus captores tras las rejas. La hipótesis de trabajo que manejaban era que la banda estaba integrada por la menos seis personas dedicadas al narcotráfico.
Con la venta de drogas habían obtenido los recursos necesarios –armas, autos y casillas- para operar luego como secuestradores.
La idea de la banda, que se creía era de Lanús, era obtener del rescate de “El gallego” una suma de dinero importante para comprar un importante cargamento de droga para comercializar. Y así se cerraba el círculo delincuencial.
Esa hipótesis indicaba que en la banda de secuestradores había dos hermanos que habrían usado el piso superior de una casa de dos plantas para retener a Gabriel. Se trataría de una construcción ubicada en el vecino partido de Lomas de Zamora, en cuya planta baja funcionaría una gomería.
Los funcionarios judiciales y policiales aseguraban por entonces que gran parte de la banda ya estaba identificada por lo que había esperanzas ciertas de atraparla.
Los datos surgían a partir del seguimiento de un delincuente conocido de la zona y que lo apodaban “El Uruguayo” o “El Paisano”, y que estaba relacionado con “El Hígado”, un temible secuestrador que iba reclutando “soldados” en distintos puntos del conurbano para cada caso en particular.
Si planeaba un secuestro en la zona sur, incorporaba a delincuentes de ese lugar y, tras concretar la maniobra, los liberaba de acción.
Al “Hígado” lo vinculaban al secuestro del adolescente de San Isidro y al de otro joven cometido poco antes en San Martín.
Pero las pruebas eran débiles. La idea de los detectives policiales era cargar sobre los hombros de este famoso secuestrador cuanto caso ocurriera en la provincia de Buenos Aires para descomprimir la presión por esclarecer los casos.
Otra hipótesis indicaba que Gabriel cautivo de una organización de la zona conocida como “Los Monitos”, que habría actuado en complicidad con la denominada “Los Santiagueños”.
La sospecha se basaba en que se trataba de personas extrajeras, y que uno de los grupos había sido el encargado de concretar la captura y el otro de custodiar a la víctima hasta que se pagara el rescate.

IV

Desahogarse de una pesadilla
El secuestro de Gabriel había sido tapa de todos los diarios y a pocas horas de haber sido liberado, la víctima tuvo que dar una conferencia de prensa para satisfacer a los medios.
Durante la charla con los periodistas, “El gallego” se desahogó y contó con detalles las terribles sensaciones que lo torturaron durante los dramáticos 10 días de su cautiverio.
El hijo del empresario del cuero fue claro: “Fueron los peores diez días de mi vida. En esos momentos uno se siente una basura”.
Después contó que estuvo atado de pies y manos con cables de electricidad y un gorro de lana que le tapaba los ojos. Describió cómo las ratas le caminaban por al lado y la tortura psicológica que sufrió de por parte de los secuestradores que le gatillaban en la cabeza un arma descargada.
Confesó que lo invadía una constante incertidumbre pensar que su destino estaba en manos de una banda de secuestradores a los que calificó como inexpertos.
Según la víctima, sus captores se mostraban nerviosos y pasaban la mayor parte del tiempo escuchando cumbia villera y fumando marihuana.
Y la amenaza que se repitió una y otra vez: “Si tu familia no cumple, te vamos a matar”.
“Todavía tiemblo... No sabía si me iban a matar mientras dormía, si me iban a tapar la boca para que me ahogue”, recordó Gabriel.
Las horas de su cautiverio fueron eternas. Los secuestradores lo tuvieron escondido en dos lugares distintos separados por una breve caminata en el medio del barro.
Según Gabriel, el primero de los sitios se trató de una casilla de chapa en el medio de un descampado. Allí, siempre atado de pies y manos y acostado, esperaba que su familia pagara el rescate para recobrar su libertad.
Hacía frío pero los captores sólo le dieron una sábana para cubrirse durante las noches y lo obligaron a hacer sus necesidades en un balde.
El hombre contó que pudo dos veces contactarse con sus familiares a través de sendas pruebas de vida. En una ocasión los delincuentes le permitieron realizar una llamada telefónica y la otra fue por una carta en la que escribió, por orden de los secuestradores, que pasaba mucho frío y que lo trataban mal.
La desesperación y la depresión terminó adueñándose de la víctima que, según confesó, en un momento hasta llegó a pedirle un arma de fuego a uno de los secuestradores para suicidarse.
Otra situación de suma intensidad fue cuando evaluó seriamente la posibilidad se escaparse del lugar donde lo mantenían cautivo o de, inclusive, sacarle el arma a alguno de los delincuentes y matarlo.
Finalmente, a Gabriel se le cruzaron por la mente las imágenes del hijo del ingeniero secuestrado y asesinado meses antes tratando de huir y siendo ejecutado por sus captores en un descampado de Moreno.
“El gallego”, fiel a su apodo, tuvo la fuerza necesaria para dominar todas esa ideas extremas y desistió cualquier tipo de acción que resultara mortífera.

III

La liberación
Minutos antes de las 22 del anteúltimo sábado de agosto de 2004, tras 10 días de cautiverio, “El gallego” Gabriel fue liberado sano y salvo en la localidad de Louis Guillén, partido bonaerense de Esteban Echeverría.
Sus captores lo soltaron cerca de una villa algo golpeado, nervioso y aturdido. La víctima entonces se acercó a una casa del barrio –la eligió por ser la más linda de la cuadra- y tocó el timbre parea pedir ayuda.
Patricia, la propietaria de la vivienda, había pedido minutos antes un remís para ir con su hija al cumpleaños de un amigo en Lanús cuando sonó el timbre. Ella se estaba peinando en el baño y la que respondió fue su hija, de 8 años, que le dijo que había un hombre en la puerta que decía que era por un asunto importante.
Patricia se asomó a la puerta y vio a Gabriel, a quien no reconoció. La víctima dijo ser el chico secuestrado y la mujer le prestó el teléfono para que se comunicara con la familia.
La mujer luego lo dejo ingresar a su casa. Gabriel se sentó frente al hogar porque tenía mucho frío y se puso a llorar en los brazos de Patricia mientras unos 16 minutos después, una decena de patrulleros llegó hasta al lugar para asistirlo.
Los investigadores sostuvieron que la víctima había estado cautiva dentro de una precaria casilla de una villa de la zona y liberada aparentemente porque sus secuestradores se vieron cercados por la policía, lo que generó desinteligencias y temores en el seno de la banda de delincuentes.
Sin embargo, el feliz desenlace llegó gracias a que los familiares de Gabriel habían pagado una hora antes de la liberación 150.000 pesos de rescate, aunque lo negaron públicamente.
El pago se había acordado el mismo sábado a la tarde cuando los delincuentes ordenaron que uno de los hermanos de Gabriel pusiera el dinero dentro un bolso y se dirigiera a la estación Sáenz del ex ferrocarril Belgrano Sur.
Allí, el hombre abordó una formación en dirección a la localidad de Aldo Bonzi y los secuestradores le dijeron que estuviera atento a cualquier llamada a su teléfono celular y que lo estaban vigilando para cerciorarse de que no lo estuviera acompañando la policía.
Finalmente llamada al celular llegó. Antes de arribar a la estación Tapiales sonó el teléfono y los secuestradores ordenaron al hermano de Gabriel que prestara atención a una señal, al costado de las vías, y que cuando la viera arrojara el bolso con el dinero por la ventanilla. El hombre lo hizo y su hermano fue libreado aproximadamente 45 minutos después.
Después de ocurrida la liberación de la víctima, los investigadores del caso comenzaron esa misma noche a buscar intensamente a los secuestradores con operativos de rastrillaje en distintas zonas del Gran Buenos Aires.
Los pesquisas aseguraban que la mayoría de los miembros de la banda estaban identificados y que entre sus miembros había delincuentes con antecedentes por varios secuestros.
Eran alrededor de las 23 cuando Gabriel llegó a la casa de sus padres en Lanús. Allí lo esperaban sus familiares y una nutrida guardia periodística.
En la puerta de la vivienda, justo antes de ingresar, Gabriel enfrentó a los medios y dio algunos detalles de su cautiverio: “Me trataron bien y me dieron de comer. Estuve atado de pies y manos en una cama dentro de una casilla”.
El hijo del empresario del cuero de Lanús también contó que los secuestradores lo dejaron mirar televisión y así pudo ver la marcha que el martes anterior a su liberación sus familiares, amigos y vecinos habían realizado.
“Eso me dio la fuerza para seguir adelante”, sostuvo Gabriel y agregó, respecto del momento en que lo soltaron que los secuestradores lo llevaron en el piso de un auto o de una camioneta y finalmente le gritaron: “bajate y corré”.
Luego, visiblemente exhausto y deteriorado físicamente, Gabriel ingresó a la vivienda para reunirse con su familia pero antes envió un claro mensaje: “Voy a estar en la marcha para nadie más viva lo mismo que tuve que vivir yo en estos días que estuve secuestrado”.
La intención estaba clara. Él, como víctima, quería hacer algo para acabar con los secuestros que desde hacía varios años venían castigando a los ciudadanos de la provincia de Buenos Aires.
Tres días después, el ingeniero padre del chico secuestrado y asesinado en Moreno, que se había convertido en un referente de las movilizaciones por mayor seguridad, organizó una nueva marcha, y “El gallego” estuvo presente.

II

Horas desesperadas
Paras los familiares y amigos de Gabriel el tiempo parecía estar congelado, inmóvil. Las horas pasaban y no había novedades sobre su secuestro. La desesperación llevó a que la gente se movilizara en las calles para reclamar por su liberación.
El martes de la semana siguiente a su captura, a partir de las 18.30, los vecinos de Lanús se movilizaron bajo una intensa llovizna en la plaza principal, frente a la iglesia, con carteles y banderas con las inscripciones: “Liberen a Gaby”, “Fuerza Gaby”.
En la plaza se juntaron alrededor de unas mil personas, entre los que, además de vecinos, amigos del joven secuestrado, empleados de la curtiembre de su padre y también el ingeniero padre del joven que había secuestrado y asesinado en Moreno, a fines de marzo de 2004.
El secuestro de “El gallego” generó una conmoción en el seno de la comunidad de todo el partido de Lanús. Es que la familia de la víctima era muy querida en la zona gracias a que su fábrica empleaba a más de 500 personas.
La gran mayoría de las 1.000 personas que marcharon era mujeres y chicos que sostenían velas con sus manos. Reclamaron justicia, cantaron el Himno Nacional y rezaron el Padre Nuestro.
Simultáneamente a la marcha, hubo una segunda comunicación telefónica en la que los secuestradores habían pedido al padre de Gabriel que en el caso no debía intervenir la policía.
Casi un día después de la marcha, los captores volvieron a comunicarse con la familia de la víctima. Otra vez “Romerito” fue el encargado de hacer llegar esa información a los medios aunque no dio precisiones sobre el contenido de la charla.
Si lo hizo en las posteriores 24 horas, cuando los secuestradores volvieron a llamar para decirle que el Gabriel se encontraba bien, aunque no dieron una prueba de vida, y comenzaron a negociar el pago del rescate.
“Romerito” también pidió mesura a los periodistas que hora tras hora hacían guardia frente a la curtiembre de la familia. Es que había circulado la versión de que los secuestradores habían entregado un llavero de Gabriel para demostrar que quienes negociaban eran los verdaderos captores.
El vocero se encargó de desmentir esa información y pidió que se evitara decir públicamente informaciones que no fueran veraces porque eso podía llegar a complicar la situación.
Ya habían pasado ocho días desde que Gabriel había sido secuestrado cuando sus captores realizaron un nuevo llamado telefónico a la familia para exigir un monto concreto de dinero y dieron las indicaciones de cómo debía entregarse el rescate.
“Romerito” confirmó la información e indicó que en esa charla se habló de una suma precisa de dinero, aunque, una vez más, no dio más detalles. Daba la impresión que el desenlace del caso estaba por ocurrir en cualquier momento, más cuando el vocero señaló que tanto él como la familia eran optimistas y esperaba una pronta resolución.

El valor del cuero

Gabriel, o “El Gallego”, como le decía en el barrio, estaba casado y era padre de dos pequeños, cuando una noche de miércoles de 2004 salió de la fábrica de productor de cuero de su padre en la que trabajaba, y que estaba ubicada en Lanús, en el sur del conurbano bonaerense.
La curtiembre funcionaba allí desde hacía muchos años, por lo que Gabriel y su padre eran muy reconocidos por los habitantes de la zona, que tenían un excelente concepto de ellos dos, a los que consideraban buena gente y trabajadora.
La fábrica estaba ubicada dentro de un predio de grandes dimensiones y contaba con cámaras de circuito cerrado en las entradas y varios guardias de seguridad.
Alrededor de las 21.30, “El Gallego” salió del predio a bordo de su camioneta rumbo a su casa y en el camino se detuvo a cargar combustible en una estación de servicio cercana.
Cuando retomó el viaje, y al llegar a la esquina de Manuel Ocampo y Boquerón, un automóvil le cortó el paso y al menos tres delincuentes armados se lo llevaron secuestrado.
Allegados a la víctima prefirieron no hacer público el caso ni admitir que se trataba de un secuestro. De hecho, ni siquiera realizaron la denuncia policial por los que los investigadores comenzaron a trabajar de oficio.
“Sabemos que está pasando algo, les solicitamos reserva, para no entorpecer y poder resolverlo pronto y prudentemente”, dijo “Romerito”, vocero de la fábrica de la víctima.
La única información del seno familiar que trascendió públicamente al día siguiente de la captura indicaba que dos hermanos de la víctima procuraban localizar a su padre, que se hallaba en Italia en un viaje de de negocios junto a su mujer.
Al mismo tiempo que la familia de “El Gallego” se encontraba presa de la desesperación, desde la gobernación bonaerense sostenían en los últimos dos meses había bajado el número de casos de secuestros extorsivos y exprés.
Según un informe oficial, entre enero y agosto de 2004 se habían denunciado 137 secuestros, incluido el de Gabriel. En 15 casos la modalidad fue la extorsiva mientras que 113 hechos fueron secuestros exprés y los restantes 9 autosecuestros.
En 68 de los casos se concretó el pago del rescate de 20 mil pesos por cada uno de ellos en promedio. En tanto, en otros 51 secuestros se produjo la liberación sin pago alguno.
Esas estadísticas se conocieron no sólo un día después de la captura de Gabriel, sino también cuando un adolescente de 17 años de San Isidro llevaba 18 días secuestrado.
De hecho, desde el Ministerio de Seguridad aseguraban que el único secuestro en curso era del chico y que no había ningún otro caso en Lanús.
A las 24 horas, “Romerito” decidió acudir a los medios ya que las horas pasaban y no había noticias de Gabriel. “Hasta el momento los secuestradores no se han comunicado con la familia por lo que pidió públicamente a los delincuentes que lo hagan lo antes posible para comenzar las negociaciones por la liberación de Gabriel”, indicó.
En tanto, la familia de Gabriel, con sus padres ya regresados de Italia, estaba reunida en un country de la zona oeste del Gran Buenos Aires a la espera de novedades.
El sábado siguiente al secuestro, los captores finalmente se comunicaron con la familia de la víctima e exigieron una alta suma de dinero como rescate.
Los parientes se comenzaban a mostrarse más esperanzados ya que al mismo tiempo, el adolescente secuestrado en zona norte, había sido liberado, y eso era una excelente noticia ya que los llevaba a pensar en que su caso iba a tener el mismo desenlace.

Volá Gil, Volá

Roberto “Tito” Gil había vivido toda su vida en un pequeño pueblo del valle de Río negro, junto a la cordillera patagónica , cuando por el incontrolable efecto de la patada de una par de bonitas piernas, se fue tierra arriba, más precisamente, a la provincia de Buenos Aires. Allí, en una localidad a orillas del Río de la Plata, inició un próspero negocio de cotillón.
El boom de su negocio ocurrió en 2003, cuando las ventas aumentaron radicalmente. Es que los pingüinos había llegado al gobierno y así se acabó la recesión económica, bajó el desempleo y aumentaron lo salarios. Claro, la gente tenía tantos motivos para festejar que adornaba sus casas con globos, guirnaldas, pitos y matracas.
“Tito” Gil estaba contentísimo con su negocio, hasta que a principios de 2008 los pingüinos comenzaron a pelearse con las vacas por el control de un yuyo mágico. El pobre montañés no entendía por qué tanto alboroto, si era un simple yuyito. No sabía mucho de flora, salvo de frutas finas, y menos de fauna, pero empezó a ver que la gente tenía menos motivos para festejar.
Las vacas cortaban las rutas, y así los proveedores no le podían acercar el cotillón para vender. Por qué la gente, más allá de la brutal pelea entre pingüinos y vacas seguía cumpliendo años y alguna que otra vez se despachaba con alguna fiestita, con menos alegría, pero con los adornos de siempre.
Así que Gil primero se vio obligado a decirles a sus clientes de siempre que por culpa de un yuyo mágico que crecía hasta en las macetas no tenía suficientes globos, guirnaldas, pitos y matracas para venderles.
Hasta que un día, las vacas se fueron de las rutas y se apoderaron del yuyito, mientras que los pingüinos se quedaron con mucha bronca y un poco más empobrecidos.
En ese momento, “Tito” Gil utilizó los ahorros que había acumulado durante los cinco años de buena racha de su negocio y compró mucho cotillón, en caso de que se reavivara la pelea por el yuyo.
Pero el tiro le salió por la culata ya que a fines de año, al señor del norte se le cayó la bolsa y la economía mundial entró en una crisis furibunda. No sólo escaseaban los motivos de la gente para festejar, sino que sus clientes se quedaron sin trabajo y, por ende, sin dinero para comprarle cotillón.
Desde su tierra natal le llegaban noticias de que la situación era también crítica, aunque no llegaba al punto de lo que ocurría en su localidad bonaerense.
Desesperado, y ya paralítico de sus piernas bonitas, “Tito” Gil decidió regresar a su pueblo rionegrino, pero para eso primero tenía que vender toda la mercadería que tenía acumulada. Ya no le quedaban ahorros y necesitaba el dinero para poder viajar.
Para deshacerse de las guirnaldas, pitos y matracas, el brasuca no tuvo tantos inconvenientes porque las primeras eran usadas para reemplazar a las plantas que se secaban por la falta de agua, los segundos quedaban en manos de los partidarios de los pingüinos para cobrarles las faltas a las vacas, cuyos fans, a su vez, empleaban las matracas para hacer escuchar su reclamo de que el yuyo ya había perdido sus poderes mágicos por culpa de la bolsa de mierda del señor del norte.
Pero los seguidores de la fauna estaban tan pobres que “Tito” casi regaló el cotillón. A lo que se le sumó el problema de los globos, nadie los quería globos porque a casi quedaba ni aire para inflarlos. Entre el calor y la crisis, todos estaban ahogados.
Con lo poco que había ganado con la venta de sus guirnaldas, pitos y matracas a “Tito” no le alcanzaba para pagar el costo del viaje a su pueblo natal. De hecho, los pingüinos para salir de pobres aumentaron los precios de todo tipo de transportes para que las rutas estuvieran vacías y así las vacas no tuvieran ningún motivo para volverlas a cortar.
Claro está, que con lo que se gana vendiendo cotillón es prácticamente comprar un boleto de avión, así que “Tito” Gil se quedó varado. Desesperado, fue a rezar a misa para pedirle a Dios que lo ayudara a regresar a su casa. En la capilla se encontró con el cura brasileño Adelir de Carli. Este religioso nacido en Paranagua se jactaba de haber regresado de la muerte. Bah, en realidad, todos sabían que se había perdido durante un viaje y que terminó en el conurbano bonaerense de casualidad. Pero la leyenda era más divertida.
Este cura aventurero le dio la idea de que utilizara sus ahorros para comprar un inflador de aire comprimido y así poder inflar los miles de globos que le quedaban en stock e irse volando a su pueblo.
El religioso le juró que con mil globos le iba a alcanzar. Y “Tito”, un tipo muy creyente, confió en él, por lo que se compró el inflador de aire comprimido.
Durante días se pasó inflando los mil globos que los ató a una silla donde él se iba a sentar a esperar un una buena ráfaga de viento caliente proveniente del norte para que lo devuelve tierra abajo.
Cuando finalmente terminó se armar su aeronave, la gente se reunió en multitud en el muelle desde donde “Tito” Gil iba a regresar a su pueblo. No faltó el cura, que lo bendijo.
La ráfaga de viento norte llegó con fuerza y el montañés salió volando rápidamente. “Volá Gil, volá”, le gritaba el público enfervorizado.
Y Gil voló, tan alto, que rápidamente se perdió de vista. A su pueblo patagónico nunca llegó; algunos creen que se cayó en el viento cambió y murió ahogado en el mar, o cayó en medio del desierto patagónico, pero otros aseguran que se perdió en un pequeño rincón del conurbano donde se convirtió en cura.

AA
Enero 2009.

VI

Por último, cierta calma

El miércoles de octubre que se iba a conocer el veredicto del juicio por el crimen de Lucas se presentó como un cálido día de primavera, muy distinto de aquella tormentosa y fría noche en la que el joven fue asesinado de un balazo.
Desde muy temprano Marta esperó el fallo para poder desahogarse y obtener un poco de paz entre tanto sufrimiento. Pero la mujer estaba muy tensa ya que había recibido en horas de la mañana una nueva amenaza escrita en un papel que decía: “Después de la sentencia, vamos a boletear a otro de tus hijos”.
La luz del sol era implacable y la humedad no hacía más que aumentar la densidad del ya espso aire. Y como si esa espera no fuera suficiente, el Tribunal no dio a conocer sólo el veredicto sino que leyó todos los fundamentos de la sentencia durante dos horas, lo que dilató la situación.
Minutos después de las 16, Marta escuchó lo que había estado esperando hacía más de dos años: los cuatro imputados fueron condenados a prisión perpetua por el crimen de su hijo.
En un fallo unánime, los acusados fueron considerados coautores del "homicidio calificado criminis causa" en perjuicio de Lucas, tal como lo habían solicitado la querella y la fiscalía.
Así el Tribunal entendió que los imputados decidieron matar a Lucas luego de haber visto frustrada su intención primeraza de robarle el auto y para encubrir el asalto.
“Todos tenían conocimiento de lo que se iba a hacer y no desconocían las consecuencias. El desenlace final era posible”, sostuvo el Tribunal en su fallo.
De acuerdo a la sentencia, fue el "Cepillo" quien se puso de frente a la víctima y le disparó, mientras que lo otros tres tuvieron una participación activa en el hecho.
A último momento, la defensa de “Chiru” había intentado atenuar la condena al buscar que el Tribunal tuviera en cuenta que la mujer vivían en la “marginalidad”.
“Mucha gente se encuentra en la pobreza y no por eso sale a delinquir”, quedó expresado en la sentencia.
Respecto del rol de esta mujer, el Tribunal remarcó el testimonio de una vecina de Lucas que declaró que al momento del asalto escuchó una voz femenina que decía: “dale, dale, tirale”.
A ese elemento de prueba le sumó los dichos de otro testigo que aseguró que después del cirmen, “Chiru” hacía “gala de que había dicho que lo maten al pibe”.
Al conocerse el fallo los familiares y amigos de Lucas, que estuvieron presentes en todas las audiencias del debate oral, estallaron de la emoción y, entre llantos, se fundieron en un abrazo eterno.
Mientras que en los pasillos, se produjeron algunos incidentes ya que los parientes de los condenados estallaron de rabia y comenzaron a insultar y empujar a los policías.
“Los verdaderos asesinos siguen sueltos”, gritó la hermana de “Cepillo”.
Mientras que un hombre pariente de “Tato” agredió a un efectivo y fue reducido. Cuando el apresado era trasladado por los agentes otro grupo de familiares intentó liberarlo, por lo que se produjeron nuevos forcejeos en las escaleras del edificio.
Pero en pocos minutos la situación fue controlada, y la familia de Lucas pudo sentirse un poco más aliviada. “Ahora mi hijo va a descansar en paz. Creo en la Justicia. Por eso ahora voy a llegar a mi casa y les diré a mis chicos quién fue su hermano”, sostuvo Marta, con la voz entrecortada.
Martín, uno de los hermanos de la víctima, también se mostró conforme con la sentencia: “Una vez sí se hizo Justicia. Lucas va a poder descansar en paz y nosotros vamos a dormir un poco mejor”.
Para la querella se trató de un fallo “ejemplar” y se mostraron expectantes a que un Tribunal Superior confirme las condenas que iban a ser apeladas por la defensa.
Aquella tarde primaveral de octubre finalizó en paz. Con esa calma que nunca iba a llegar si no se hacía justicia en el crimen de Lucas, que tal como dijo su madre al comienzo del juicio oral, su único delito fue haber sido una buena persona.

AA
Noviembre 2005

V


Las pruebas del debate

El primer testigo que compareció ante el Tribunal fue la propia Marta, quien tras declarar por la mañana permaneció el resto de esa audiencia inicial en la puerta del edificio judicial manifestando en reclamo de Justicia para su hijo.
“Sólo quiero que todo el peso de la ley caiga sobre estos cuatro delincuentes. Exijo que tengan la reclusión perpetua”, indicó la mujer, con una fotografía de lucas en sus manos, ante los periodistas que cubrían el juicio.
En esa oportunidad, Marta, quien estuvo acompañada de otras madres de víctimas de la inseguridad, reveló que “Chiru” había participado de las primera marchas por Lucas antes de ser detenida por la policía.
Durante esa primera jornada, la defensa de la imputada reclamó la nulidad de la declaración indagatoria que esta prestó durante la etapa de instrucción, en la que dio detalles sobre cómo había sido el crimen y en la que involucraba a sus presuntos cómplices.
Sin embargo, el Tribunal rechazó ese pedido y el debate prosiguió con el testimonio de otros 14 testigos, entre ellos el de los peritos balísticos que sostuvieron que el asesinato de Lucas fue “a sangre fría”.
Marta tuvo que soportar en aquella jornada inicial el relato científico de la muerte de su hijo y, como si fuera poco, debió tolerar que “Tato” se burlara de ella dentro del recinto.
En una audiencia posterior, la hermana del imputado declaró como testigo y trató de demostrar que el joven no tenía relación con el hecho.
La muchacha sostuvo que la noche en que ocurrió el asesinato de Lucas su hermano estuvo con ella, aunque su coartada comenzó a desmoronarse cuando trastabilló en su relato al responder sobre detalles de esa jornada.
Fue tan pobre su declaración que la querella analizaron la posibilidad de acusar a la mujer por falso testimonio.
También declaró un testigo que en la instrucción lo había hecho bajo identidad reservada, que volvió a ratificar sus dichos al sostener que se había enterado del hecho por dichos de los mismos acusados.
En las audiencias siguientes se vio aún más comprometida, la situación de los cuatro imputados. Fueron un perito balístico y un testigo propuesto por la defensa los que derrumbaron la coartada de cada uno de ellos.
Un experto en balística de la Asesoría Pericial de la Suprema Corte de Justicia bonaerense sostuvo que dio positivo el cotejo del plomo extraído del cráneo de la víctima y del hallado en el interior del automóvil de Lucas con los disparados por la pistola calibre 9 milímetros y el revólver 38 secuestrados a uno de los imputados.
A su turno, el testigo propuesto por la defensa sostuvo que momentos antes de ser asesinado Lucas estuvo hablando unos 15 minutos en la vía pública con uno de los acusados para organizar un partido de fútbol en una cancha del barrio durante una “noche que estaba fresquita”.
Sin embargo, en el expediente constaba que al momento del crimen, en la zona sur del Gran Buenos Aires se desató un fuerte temporal de lluvia y viento por lo que era prácticamente era imposible que dos personas se detuvieran a charlar en medio de la noche y al aire libre con un clima así.
De esta manera, la intención de la defensa de situar a por lo menos tres de los imputados en otro lugar al momento de ocurrido el asesinato fue inútil.
El primer acusado en hablar fue “Trapito”, quien aseguró ante el Tribunal que no había participado en el crimen de Lucas y que no era un delincuente.
Sólo admitió que una sola vez había asaltado un quiosco con una réplica de un arma pero para “probar suerte”, aunque finalmente se dio cuenta de que eso no era para él.
Hasta este momento la defensa de los imputados sólo había propuesto como testigos a familiares directos de éstos para intentar demostrar que no eran una banda de delincuentes.
Pero los testimonios de estas personas fueron prácticamente inválidos ya que los abogados los propusieron con la sola condición de que no les repreguntaran.
Tal como sucedió con la hermana de “Tato”, los relatos de estos testigos estuvieron plagados de dudas y contradicciones.
Por su parte, la querella creía que de acuerdo a las declaraciones escuchadas en las audiencias y a las pruebas presentadas se encontraban acreditados los elementos necesarios para pedir condena de reclusión perpetua en orden al robo agravado por uso de armas en grado de tentativa en concurso real con homicidio criminis causa.
En los primeros días de octubre se realizaron los alegatos en los que, tal como se había anticipado, la fiscalía y la querella pidieron duras penas para los cuatros acusados.
La fiscalía solicitó que se condene a prisión perpetua por el delito de “homicidio criminis causa” a “Chiru”, “Tato” y “Trapio”, mientras que pidió la reclusión perpetua para “Cepillo”, por ser reincidente.
La querella también solicitó que se condene a los imputados por el mismo delito y, además, pidió que se los aplique la reclusión perpetua ya que consideró que dada la gravedad del hecho corresponde la máxima pena que establece el Código Penal.
En tanto, los defensores de los acusados plantearon distintas causales de nulidad cometidas durante la etapa instrucción y solicitaron las absoluciones de sus clientes.
Esto generó algunos disturbios menores entre los familiares de los acusados y los de Lucas, por lo que el Tribunal ordenó desalojarl sala de audiencias para continuar con los alegatos.
La defensa era consciente de que la absolución era prácticamente un imposible por lo que, subsidiariamente, pidieron una condena por el delito de homicidio en ocasión de robo, que prevé penas de entre 8 y 25 años solamente.

IV

Los sospechosos a juicio

El camino hacia la justicia por el asesinato de Lucas fue para Marta tan difícil y doloroso como el crimen en sí. A mediados de noviembre de 2004 se realizó en los Tribunales de Lomas de Zamora la última audiencia para fijar el inicio del debate en el que los presuntos asesinos del joven serían juzgados, situación que por primera vez puso a la mujer cara a cara con los imputados.
El shock emocional de ese encuentro fue muy fuerte que Marta sufrió un desmayo y debió ser desalojada de los Tribunales para que sea asistida por los médicos.
“Los acusados y sus madres me miraban y se reían.. Fue tan evidente que la fiscal se lo hizo saber al tribunal", contó la mujer entre lágrimas.
En principio se fijó que el juicio comenzara en junio de 2005 y se calculó que las audiencias iban a finalizar ese mismo mes, cuando se cumplieran tres años del crimen. Pero las vueltas del sistema judicial hicieron que el debate iniciara recién en septiembre.
Los imputados fueron cuatro ya que el menor quedó afuera del proceso por tener su edad, y enfrentaron los cargos por “homicidio agravado” y no “homicidio en ocasión de robo”, tal como se había caratulado la causa en un principio.
Los agravantes eran para la fiscalía “procurar la impunidad del delito que iban a cometer”, es decir el robo automotor, y “la actuación de más de tres personas”.
Los acusados, de ser hallados culpables recibirían, según prevé el Código Penal en su artículo 80, penas de prisión o reclusión perpetua.
Además, “Tato” y “Chiru” iban a ser juzgados por el delito de tenencia ilegal de arma de guerra ya que al momento de ser detenidos en su poder se secuestraron una pistola calibre 9 milímetros y un revólver 38.
La defensa tenía previsto sostener la inocencia de los acusados mientras que la querella planeaba probar a través de los peritajes y las declaraciones indagatorias de los imputados, que fue “Cepillo”, quien realizó los disparos que mataron a Lucas.
También buscaba establecer que fue “Chiru” quien le dio la orden a “Cepillo” para que matara a Lucas cuando éste realizó una maniobra para evitar el asalto.

III


La lucha continua

A pesar de las detenciones de los cinco presuntos homicidas de su hijo, Marta ontinuó andando por un largo camino que la llevara hacia la Justicia. Pero no sólo para Lucas sino para toda la sociedad.
Las marchas, las misas, las carpas, los reclamos y el apoyo a otros familiares de víctimas de la inseguridad se convirtieron en su misión en la vida.
Fueron esas mismas tareas las que inútilmente intentaron ocupar el espacio vacío que dejó el asesinato de Lucas y que solo lograron rellenar las horas, los días, los meses y los años que parecieron interminables.
Y esa lucha también tuvo su precio. Un miércoles de mediados de julio de 2003, la mujer se encontraba en la Plaza Alsina de Avellaneda juntando firmas para uno de sus tantos proyectos contra la inseguridad.
En ese momento, cuatro jóvenes se le acercaron y comenzaron a empujarla y a amenazarla. Uno de ellos le dijo que la iba a matar con su arma de fuego y luego, de repente, los chicos se fueron corriendo.
Por ese episodio, cuatro jóvenes, de entre 14 y 17 años, fueron demorados luego por el personal de la comisaría de Avellaneda.
Las batallas continuaron hasta los primeros días de marzo de 2004, cuando Marta volvió a convertirse en una luchadora pública al instalar nuevamente una carpa blanca, pero esta vez frente al Congreso Nacional.
La idea de la madre de Lucas era manifestarse a favor de una rápida sanción de una ley que estaba tratando el incremento en las penas por el delito de portación ilegal de armas.
Una idea que casi un mes después iba a continuar el padre de de otro joven que fue secuestrado en Vicente López y asesinado en Moreno.
Con la conmoción que produjo ese caso en la sociedad argentina, Marta figuró como uno de los personajes públicos que apoyó cada marcha que propuso el padre de la víctima, aunque nunca se alió políticamente a nadie.
Además siguió con su proceso de duelo que se expresó con fuerza al cumplirse un año del crimen de su hijo durante una misa que se llevó a cabo en la iglesia Nuestra Señora del Carmen, de Wilde.

II


Los primeros frutos de la batalla

Cuatro días después de la reunión con el ministro de Seguridad bonaerense, la presión ejercida por los padres de Lucas pareció tener buenos resultados. Tres personas, un hombre, un adolescente y una mujer, fueron detenidos en una villa de Wilde, acusados del crimen del joven estudiante.
Desde la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) de Lomas de Zamora se indicó que los arrestos se concretaron en horas de la madrugada dentro de la villa que está ubicada a unas 15 cuadras de la casa de la víctima.
Allí, los efectivos policiales detuvieron a “Tato”, de 24 años, “Chiru”, de 25, y “Manu”, de 16.
La mujer ya había estado detenida en la comisaría de Wilde por otro caso de robo a mano armada y según la principal hipótesis, sería quien ordenó a uno de sus cómplices que matara a Lucas.
El menor, en tanto, solía salir a robar con los otros imputados y guardaba los documentos y cédulas verdes de los atracos como “un trofeo de guerra”, aunque desde un principio aseguró que no participó en el asalto a Lucas.
Según los investigadores los nombres de los sospechosos coincidían con los testimonios de algunos testigos del crimen, que habían declarado bajo identidad reservada aunque Marta sostuvo que ella se los acercó a los pesquisas cuando encontró un papel escrito dentro del buzón de su casa.
Los tres supuestos asesinos fueron capturados junto a otras ocho personas, con quienes formaban una banda dedicada al robo de automóviles en la zona de Avellaneda.
A estos presuntos delincuentes se les secuestraron una pistola calibre 9 milímetros, un revólver 38, una pistola 22 y una escopeta de fabricación casera, así como documentos y cédulas verdes de automovilistas robados.
“Todos son conocidos de la zona. No es una banda organizada, sino de delincuentes de muy poca monta que salían a robar a pocas cuadras y se refugiaban en barrios de emergencia”, dijo un jefe policial que participó de la investigación y que aseguró que con estas ters detenciones el caso estaba “esclarecido”.
Ese mismo día a la tarde, mientras hubo otra marcha desde la casa de la víctima hasta la seccional local, Marta sostuvo públicamente que estaba segura de que habían atrapado a los asesinos de su hijo.
Entonces, la madre de Lucas se dirigió nuevamente al comisario local y, entre lágrimas, le dijo: “Así como le pedí ayuda el día que vine a instalar mi carpa, hoy le vengo a dar las gracias en nombre mío y de toda la comunidad de Wilde”.
“La policía ha cumplido con su trabajo. Quizás esto pueda servir para comenzar a restablecer los vínculos de confianza entre ellos y la sociedad”, agregó la mujer.
Pero tal como sucede cuando se enfrenta a una banda de delincuentes, por más desorganizada que fuere, nunca hay que confiar que todos sus integrantes fueron arrestados hasta no llegar al final de la pesquisa.
A fines de julio, fue detenido en el barrio Villegas de Avellaneda una cuarta persona vinculada al crimen de Lucas. Se trató de “Cepillo”, de 24 años, en cuyo poder la policía secuestró un revólver calibre 22 y el automóvil Fiat 600 con el que el muchacho asesinado había sido interceptado por los delincuentes.
Pero los asesinos de Lucas no estaban todos tras las rejas. Si bien el presunto autor de los disparos que mataron al estudiante estaba presos, al igual que las otras dos personas que estuvieron en el asalto, esta vez la justicia decidió ir al fondo de la cuestión.
Ante las versiones que indicaban que la banda que mató Lucas robaba autos para entregar a los desarmaderos de la zona sur del Gran Buenos Aires, los investigadores procedieron a detener a todos los denominados “compañeros de ranchada” de los ya detenidos por el crimen.
Es así que en cuestión de horas, apresaron a “Trapito”, de 18 años, en su casa de Wilde, cuando el joven se disponía a fugar hacia el interior de país.
Los cinco presuntos asesinos de Lucas ya estaban a disposición de la justicia para ser sometidos a un debate oral en donde posteriormente se iban a dirimir las responsabilidades de cada uno. Aunque para ello todavía faltaba un largo camino.

Policiales -Introducción y primera entrega

A continuación, una serie de relatos policiales sobre crímenes pasionales, asesinatos por venganza o móvil sexual, homicidios en ocasión de robo, asaltos, secuestros extorsivos y los juicios a los delincuentes.
(Las crónicas se basan en hechos de público conocimiento, por lo que las identidades y direcciones han sido modificadas u omitidas para preservar la identidad de todos los involucrados en cada uno de los casos)
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UN AUTO ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Lucas, un joven de 22 años, estudiante universitario, salió de la casa de su novia cerca de la 1 de la madrugada de un viernes de junio de 2003 y a bordo de su automóvil se dirigió a su domicilio, en la localidad la localidad de Wilde, partido bonaerense de Avellaneda, en la zona sur del conurbano.
Al arribar, el muchacho estacionó el vehículo para ingresar a su vivienda. Habitualmente avisaba a una custodia de seguridad privada que recorría la zona cuando estaba por entrar pero esa vez prefirió no hacerlo.
En es momento tres delincuentes, dos hombres y una mujer, lo sorprendieron y mediante amenazas con armas de fuego le intentaron robar el automóvil. Lucas aparentemente se resistió y los ladrones lo mataron de un balazo antes de escapar.
Lamentablemente, esta fue, por aquel entonces, una tragedia más en territorio de la provincia de Buenos Aires. Un hecho de sangre común y corriente para los tiempos que se vivían y que se aún se viven.
Es por esa razón fue que pocas personas se enteraron de este crimen hasta que los padres de Lucas, Alberto y Marta, decidieron salir a la calle para exigir justicia.
La primera de las movilizaciones ocurrió a una semana del asesinato en pleno centro de Wilde. Cerca de 1.500 personas, entre vecinos, familiares y amigos de la víctima y su familia marcharon por 8 cuadras hasta la comisaría quinta de Avellaneda.
Horas antes los padres del joven estudiante asesinado se habían reunido con el gobernador bonaerense y el ministro de Seguridad y Justicia de la Nación.
“Se va a acabar, se va a acabar, esa costumbre de matar”, fue el grito de la gente que se movilizó cuatro semanas después del homicidio con pancartas y banderas con la consigna de “Justicia para Lucas y seguridad para todos”.
Marta, la madre de Lucas, se convirtió a partir del crimen de su hijo en una guerrera en la lucha contra la inseguridad y todavía lo sigue siendo.
A las pocas horas de haber enterrado el cadáver de Lucas ya estaba enfrentándose a todas las autoridades que tenían responsabilidad en la investigación del caso.
“Yo le advierto señor comisario, no falte a la verdad; no hay móviles, no hay policías, no hay seguridad”, amenazó Marta en aquella primera gran marcha que fue televisada en vivo y en directo por los canales de noticias.
“Venimos a pedir que se acelere el esclarecimiento; yo quiero cosas concretas, quiero más policías y más seguridad en la calle. Tengo otros tres hijos y siento mucho miedo por ellos”, exclamó.
El clima en la movilización era de mucha intensidad y cuando todo parecía calmarse apareció el intendente de Avellaneda, quien ante la catarata de insultos por parte de los manifestantes tuvo que irse inmediatamente del lugar a bordo de su automóvil.
Tras la movilización, los padres de Lucas anunciaron una nueva marcha para el domingo siguiente y prometieron instalar una carpa blanca en frente de la seccional policial si los investigadores no detenían a los asesinos de su hijo.
Y cumplieron.
El primer domingo de julio de 2003, alrededor de mil personas volvieron a marchar frente a la comisaría de Wilde y 48 horas más tarde, Marta, a pesar del frío, el viento y la persistente llovizna, instaló una carpa frente a la seccional.
“La carpa no es sólo un símbolo para la gente de Wilde, sino que representa la búsqueda de seguridad para todos los habitantes del conurbano. La idea es mantenerla hasta que en la provincia se pueda salir libremente a la calle: con seguridad y sin miedo”, dijo Pedro, padrino de Lucas.
Por su parte, la policía cortó el tránsito de la calle de la seccional, muy transitada ya que está repleta de comercios, y no se opuso a la instalación de la carpa. “La carpa no es algo ofensivo. Es parte del reclamo de una mamá a la que le mataron a un hijo”, dijo el comisario.
Si bien el paisaje en pleno centro comercial de Wilde cambió drásticamente, los propietarios de los locales tampoco se opusieron a que los manifestantes colocaran la carpa. Es más, hasta se acercaron a los manifestantes y les entregaron empanadas, facturas, gaseosas y café a los amigos y familiares de Lucas.
Ese mismo día, en horas de la tarde, Marta viajó a La Plata donde se entrevistó con el ministro de Seguridad bonaerense. Su lucha recién había comenzado.

Copa Montevideo 2009

FRANCIA GANA ACCIDENTADO TRIANGULAR EN MONTEVIDEO

El seleccionado francés de fútbol obtuvo la Copa Montevideo 2009, disputada en un colmado estadio Centenario, al derrotar por 2 a 1 al conjunto de Zambia y empatar sin goles con el equipo local, en el marco de un certamen amistoso, bien organizado pero que quedó empañado por una brutal agresión de parte de hinchas uruguayos a un periodista africano que resultó herido con cortes por la rotura de una vidrio.
El ataque al cronista de Zambia no sólo opacó el triunfo de Francia y un entretenido triangular, sino que provocó que varias celebridades y funcionarios internacionales que repudiaron el hecho y acompañaron a la víctima.
Este violento episodio antideportivo repercutió también a nivel diplomático ya que la embajada del país africano pidió a la cancillería de Uruguay que castigue duramente a los hinchas que atacaron al periodista de Zambia.
Pero en el campo de juego la actividad fue buena y distinguida ya que los tres seleccionados aportaron un juego agresivo a pesar de que se los vio algo agotados e imprecisos por la falta de práctica.
En el primer partido del certamen, Uruguay se puso en ventaja rápidamente con un gol del “Cebolla” Rodríguez desde afuera del área, aprovechando el exagerado adelantamiento del aquero de Zambia, que contra todos los pronósticos, y a pesar de jugar verdaderamente de visitante, tuvo una actitud netamente ofensiva.
Con jugadas arriesgadas fue cómo el equipo africano consiguió el empate luego de un error, el único del certamen, del arquero Carini, valuarte del conjunto local.
Tras el empate africano, el partido bajó en intensidad y el segundo tiempo fue bastante trabado y con pocas jugadas de riesgo en ambos arcos.
En segundo turno, jugaron Zambia y Francia, cuyo partido se suspendió apenas iniciado debido a que los hinchas uruguayos, molestos por el pobre empate de su equipo ante Zambia, rompieron de un termazo el vidrio de la cabina de transmisión donde trabajaba el periodista africano.
Tras asistir a la víctima y recoger la gran cantidad de vidrios rotos, los organizadores decidieron continuar con el partido, que apenas reiniciado estuvo enmarcado en un clima tenso y apesadumbrado por el ataque ocurrido.
Francia se aprovechó de mal estado anímico del equipo africano y se puso en ventaja con un gol del flamante conductor del seleccionado, Benzema, también con un disparo de larga distancia.
Apoyado por el artista africano Ysundur, que entonaba desde las tribunas las estrofas de su canción “20 seconds away”, y del secretario general de la ONU, Kofi Annan, el conjunto de Zambia peló el partido y consiguió el empate transitorio.
Con jugadas ofensivas rápidas Francia tuvo un par de tiros en los postes y varios corners a favor y así manejó el resto del desarrollo del partido.
Pero los minutos pasaban, y mientras los pocos simpatizantes africanos cantaban a coro con Ysundur, parecía que el empate iba a ser inamovible.
Hasta que cerca del final, Henry, en una corrida de toda la cancha, dejó en el camino al arquero africano y remató al gol con el arco libre para sellar el resultado final.
Con el triunfo francés, Uruguay debía ganar para obtener la copa y los europeos con el empate se quedaban con el torneo, por lo que la presión desde las tribunas hacia el conjunto local fue considerable.
Sin embargo, Uruguay jugó tranquilo, quizá demasiado para el gusto de sus hinchas, y apostó a vulnerar a Francia con remates desde larga distancia y jugadas con pelota parada.
Por su parte los franceses arrancaron con un juego ofensivo, buscando el arco rival pero esta vez estuvieron imprecisos, por lo que el desarrollo fue intenso aunque sin muchas jugadas de riesgo.
La impaciencia se apoderó de la hinchada local que exigía a su equipo que asumiera mayores riesgos, por lo que el “Maestro” Tabarez puso en cancha a cuatro delanteros, aunque no le dio resultados.
Mientras Uruguay buscaba el triunfo al tranquito, Francia empezó a bajar la intensidad sabiendo que el empate le daba la copa.
Cuando se acercaba el final y Uruguay ya sin ideas no podía vulnerar a Francia, llegó al estadio el presidente galo, Sarkozy, junto a su bellísima novia, la modelo y actriz Carla Bruni, para festejar la consagración de su equipo, que llegó casi por decantación.
Durante los festejos se pudo ver juntos a Sarkozy, Bruni, Annan e Ysundur, como reflejo de la comunión entre franceses y africanos, que no compartieron los hinchas uruguayos, repudiados por una agresión totalmente injustificada y que pudo sembró sombras sobre una futbolera tarde de sol.

AA
ENERO 2009