Una reina y un zapatero a la sombra, pero el instigador libre
“La Reina” trabajaba en agosto de 1997 como una de las secretarias de Soto. Cuando, cuatro años después, la Justicia condenó al “Tortuga”, fue sindicada como la “entregadora” del crimen y ordenó que se sometiera a proceso.
El dato lo había aportado el condenado, que, al confesar, había nombrado a una tal “Susana”, quien resultó ser “La Reina”, a quien le imputaban los mismos delitos de “homicidio triplemente agravado por alevosía, concurso premeditado de personas y con promesa remuneratoria”.
Los pesquisas policiales y judiciales sospechaban que esta mujer se había convertido en la amante de Mariños por orden del “Cholo” para que así pudiera ganar su confianza y entregarlo a los asesinos.
Así fue que tras dos años de rastreos de llamados telefónicos, personal de la Dirección de Investigaciones de Delitos Complejos de la policía bonaerense apresó a fines de noviembre de 2005 a la sospechosa, en la esquina de avenida Corrientes y Esmeralda, en pleno centro de la Capital Federal.
Pero el juicio había arrojado otro nombre de otro sospechoso prófugo: un hombre de nacionalidad ruso al que le decía “El Zapatero”. Éste, junto al “Tortuga” era sindicado como otro de los autores materiales del crimen. Este sospechoso ya había estado detenido por el caso pero, al igual que “El Polaco”, luego fue excarcelado.
Su defensa había planteado como coartada un expediente judicial en el que el ruso figuraba como testigo de un robo ocurrido en la ciudad neuquina de San Martín de los Andes el mismo día del crimen de Mariños.
Sin embargo, a principios de 2006, el fiscal de San Martín de los Andes que tenía a su cargo ese expediente fue acusado de falsificarlo, por lo que se ordenó una nueva captura de “El Zapatero”.
Las escuchas telefónicas lo ubicaron en la localidad de San Isidro. A fines de abril, los detectives consiguieron el dato de que iba a pasar una noche en una determinada vivienda y que al día siguiente iba a partir hacia un destino desconocido.
Así fue que los efectivos de la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) de La Plata, montaron una vigilancia encubierta en el frente de la casa y, cuando a las 11 el sospechoso salió del inmueble, apresaron al ruso, quien corrió un par de cuadras intentando escapar aunque no lo logró.
Tras la detención, los investigadores establecieron que el ciudadano ruso apresado había trabajado como guardaespaldas del propio Mariños y que poseía un frondoso prontuario, sobre todo en hechos vinculados a la modalidad piratas del asfalto. Tras esa captura, el ruso fue llevado a juicio y condenado junto a Susana. El círculo íntimo de Mariños estaba casi encarcelado por completo, sólo faltaba Soto, quien aún permanece prófugo, quizás oculto entre las sombras del peligroso mundo bailantero.
AA
Junio 2006.
VI
Las sospechas comprobadas
El juicio oral por el crimen de Mariños comenzó a fines de marzo de 2001 en los Tribunales de La Plata pero con sólo uno de los tres sospechosos que habían sido apresados por el homicidio sentado en el banquillo de los acusados.
El único de los imputados sometido al debate fue el “Tortuga”, a quien la Cámara Penal platense le imputaba los delitos de homicidio agravado por alevosía, con promesa remuneratoria y con el concurso premeditado de dos o más personas.
Este sospechoso había sido procesado en primera instancia en octubre de 1997, al igual que “El Polaco”, quien posteriormente fue sobreseído y nunca llegó acusado al debate a pesar de que “Tortuga” lo señaló como uno de los autores del crimen.
Por su parte, el “Cholo” tampoco llegó a sentarse en el banquillo de los acusados ya que sus abogados defensores trabaron el proceso de extradición a través de una serie de recursos y luego el sospechoso recuperó una libertad morigerada lo que finalmente le permitió escaparse de las autoridades.
“Tortuga” fue finalmente condenado a reclusión perpetua en un fallo que estableció que Mariños “fue engañado por una mujer para salir de su casa y subir a un vehículo” Ford Falcon, que supuestamente funcionaba como remise. A las pocas cuadras dos hombres subieron al auto, en connivencia con la mujer que había engañado al cantante bailantero, y llevaron a la víctima hasta un descampado en Alejandro Korn.
El tribunal estableció que allí, los asesinos “obligaron al líder de grupo Caricias a bajarse del auto y a arrodillarse en el pasto” y lo ultimaron de once balazos “en la cabeza y torso, todos por la espalda”.
Para la Justicia, “Tortuga” había actuado tras una promesa de pago de unos 50.000 pesos, de los cuales sólo había cobrado 2.000 por lo que ordenaron mantener el pedido de captura sobre “El Cholo” Soto, a quien consideraron el instigador del asesinato.
Durante el breve juicio quedó establecido que Mariños mantenía una relación sentimental con la concubina de Soto, por lo que se comprobó la hipótesis de los investigadores policiales y judiciales que indicaba que se trató de un crimen pasional.
El juicio oral por el crimen de Mariños comenzó a fines de marzo de 2001 en los Tribunales de La Plata pero con sólo uno de los tres sospechosos que habían sido apresados por el homicidio sentado en el banquillo de los acusados.
El único de los imputados sometido al debate fue el “Tortuga”, a quien la Cámara Penal platense le imputaba los delitos de homicidio agravado por alevosía, con promesa remuneratoria y con el concurso premeditado de dos o más personas.
Este sospechoso había sido procesado en primera instancia en octubre de 1997, al igual que “El Polaco”, quien posteriormente fue sobreseído y nunca llegó acusado al debate a pesar de que “Tortuga” lo señaló como uno de los autores del crimen.
Por su parte, el “Cholo” tampoco llegó a sentarse en el banquillo de los acusados ya que sus abogados defensores trabaron el proceso de extradición a través de una serie de recursos y luego el sospechoso recuperó una libertad morigerada lo que finalmente le permitió escaparse de las autoridades.
“Tortuga” fue finalmente condenado a reclusión perpetua en un fallo que estableció que Mariños “fue engañado por una mujer para salir de su casa y subir a un vehículo” Ford Falcon, que supuestamente funcionaba como remise. A las pocas cuadras dos hombres subieron al auto, en connivencia con la mujer que había engañado al cantante bailantero, y llevaron a la víctima hasta un descampado en Alejandro Korn.
El tribunal estableció que allí, los asesinos “obligaron al líder de grupo Caricias a bajarse del auto y a arrodillarse en el pasto” y lo ultimaron de once balazos “en la cabeza y torso, todos por la espalda”.
Para la Justicia, “Tortuga” había actuado tras una promesa de pago de unos 50.000 pesos, de los cuales sólo había cobrado 2.000 por lo que ordenaron mantener el pedido de captura sobre “El Cholo” Soto, a quien consideraron el instigador del asesinato.
Durante el breve juicio quedó establecido que Mariños mantenía una relación sentimental con la concubina de Soto, por lo que se comprobó la hipótesis de los investigadores policiales y judiciales que indicaba que se trató de un crimen pasional.
V
Cayó “El Cholo”
A principios de 1998, “El Cholo” era el bailantero que más sonaba en la Justicia bonaerense. Conciente de que era buscado por el crimen de Mariños, el principal sospechoso se burló de los investigadores y, desde la clandestinidad, dio una entrevista periodística en la que aseguró que era totalmente inocente.
Después de esa nota, Soto no pudo esconderse por mucho tiempo más. A fines de febrero, los policías de la comisaría segunda de San Vicente y de la Policía Federal Argentina habían detectado en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza localizaron a una bailantera tomando un vuelo a Santiago de Chile por lo que avisaron al personal de INTERPOL de ese país.
Los detectives chilenos aguardaron la llegada de la sospechosa al aeropuerto y desde allí luego la siguieron hasta el Hotel Tupahue, en pleno centro de Santiago, donde descubrieron que Soto estaba alojado en una de las habitaciones.
La INTERPOL chilena ya había recibido de sus pares argentinos una serie de fotografías y un informe con huellas dactilares del prófugo por lo que montaron una estricta vigilancia sobre Soto hasta que la Corte Suprema de Chile hizo lugar la orden de detención pedida por la Justicia de La Plata y concretaron la aprehensión.
El acusado quedó alojado en el Centro de Detención Penal Sur, una cárcel de Santiago y se iniciaron los trámites para su extradición a la Argentina, donde le imputaban delitos gravísimos como el de “homicidio agravado por alevosía y ensañamiento, promesa de pago a los autores materiales, y la participación de más de una persona”, castigados con la reclusión perpetua, la más severa del Código Penal.
Sin embargo, los abogados defensores del “Cholo” llevaron adelante una estrategia que consistió en presentar en Chile distintos recursos para trabar el proceso de extradición que, de por sí, es largo.
La instrucción de la causa comenzó a recorrer un caminó difícil y peligroso al punto en que en abril del mismo año, mientras Soto seguía preso en Chile, una testigo considerada clave y un funcionario judicial de la causa denunciaron que fueron amenazados de muerte.
A principios de 1998, “El Cholo” era el bailantero que más sonaba en la Justicia bonaerense. Conciente de que era buscado por el crimen de Mariños, el principal sospechoso se burló de los investigadores y, desde la clandestinidad, dio una entrevista periodística en la que aseguró que era totalmente inocente.
Después de esa nota, Soto no pudo esconderse por mucho tiempo más. A fines de febrero, los policías de la comisaría segunda de San Vicente y de la Policía Federal Argentina habían detectado en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza localizaron a una bailantera tomando un vuelo a Santiago de Chile por lo que avisaron al personal de INTERPOL de ese país.
Los detectives chilenos aguardaron la llegada de la sospechosa al aeropuerto y desde allí luego la siguieron hasta el Hotel Tupahue, en pleno centro de Santiago, donde descubrieron que Soto estaba alojado en una de las habitaciones.
La INTERPOL chilena ya había recibido de sus pares argentinos una serie de fotografías y un informe con huellas dactilares del prófugo por lo que montaron una estricta vigilancia sobre Soto hasta que la Corte Suprema de Chile hizo lugar la orden de detención pedida por la Justicia de La Plata y concretaron la aprehensión.
El acusado quedó alojado en el Centro de Detención Penal Sur, una cárcel de Santiago y se iniciaron los trámites para su extradición a la Argentina, donde le imputaban delitos gravísimos como el de “homicidio agravado por alevosía y ensañamiento, promesa de pago a los autores materiales, y la participación de más de una persona”, castigados con la reclusión perpetua, la más severa del Código Penal.
Sin embargo, los abogados defensores del “Cholo” llevaron adelante una estrategia que consistió en presentar en Chile distintos recursos para trabar el proceso de extradición que, de por sí, es largo.
La instrucción de la causa comenzó a recorrer un caminó difícil y peligroso al punto en que en abril del mismo año, mientras Soto seguía preso en Chile, una testigo considerada clave y un funcionario judicial de la causa denunciaron que fueron amenazados de muerte.
IV
Asesinos íntimos
Tras el crimen Mariños, los investigadores policiales y judiciales, inmediatamente, pusieron la lupa sobre la relación que hubo entre la víctima y el “Cholo” Soto. Una de las hipótesis, apuntaba a que el móvil del crimen había sido las disputas personales, laborales y económicas entre ambos.
Otra de las pistas firmes, en cambio, era la de una venganza por un problema pasional y, en ese sentido, se especulaba con que la víctima mantenía una relación amorosa con una pareja de Soto.
Tras tareas investigativas, detectives de la policía bonaerense detuvieron en septiembre de 1997 al “Tortuga”, un hombre de nacionalidad peruana que se desempeñaba como chofer del “Cholo”.
El “Tortuga” fue apresado en una vivienda de Alejandro Korn, misma localidad donde Mariños había aparecido asesinado, y al ser trasladado a sede policial confesó haber sido uno de los homicidas del cantante bailantero.
Según la policía, en esa confesión, el sospechoso declaró que también había participado del crimen un hombre apodado “El Polaco”, otro conocido como “El Zapatero” y una mujer de nombre “Susana”, quien fue la que engañó y entregó a la víctima.
Tres semanas después de la detención del “Tortuga”, la policía apresó a “El Polaco”, en una casa de Dock Sud, donde la propia víctima había vivido en alguna ocasión.
De acuerdo a la pesquisa de la policía de la provincia de Buenos Aires, el sospechoso también era empelado de Soto.
Luego de estas dos detenciones, la Justicia ordenó la captura nacional e internacional del “Cholo”, quien ya había desaparecido desde poco después de cometido el crimen de Mariños.
Para los investigadores, Soto era el autor intelectual del crimen, el instigador, mientras que “El Polaco” y “El Cholo” eran los autores materiales del asesinato, los que efectuaron los disparos.
En octubre, estos dos sospechosos quedaron procesados con prisión preventiva y llegarían al juicio dentro de la cárcel.
Tras el crimen Mariños, los investigadores policiales y judiciales, inmediatamente, pusieron la lupa sobre la relación que hubo entre la víctima y el “Cholo” Soto. Una de las hipótesis, apuntaba a que el móvil del crimen había sido las disputas personales, laborales y económicas entre ambos.
Otra de las pistas firmes, en cambio, era la de una venganza por un problema pasional y, en ese sentido, se especulaba con que la víctima mantenía una relación amorosa con una pareja de Soto.
Tras tareas investigativas, detectives de la policía bonaerense detuvieron en septiembre de 1997 al “Tortuga”, un hombre de nacionalidad peruana que se desempeñaba como chofer del “Cholo”.
El “Tortuga” fue apresado en una vivienda de Alejandro Korn, misma localidad donde Mariños había aparecido asesinado, y al ser trasladado a sede policial confesó haber sido uno de los homicidas del cantante bailantero.
Según la policía, en esa confesión, el sospechoso declaró que también había participado del crimen un hombre apodado “El Polaco”, otro conocido como “El Zapatero” y una mujer de nombre “Susana”, quien fue la que engañó y entregó a la víctima.
Tres semanas después de la detención del “Tortuga”, la policía apresó a “El Polaco”, en una casa de Dock Sud, donde la propia víctima había vivido en alguna ocasión.
De acuerdo a la pesquisa de la policía de la provincia de Buenos Aires, el sospechoso también era empelado de Soto.
Luego de estas dos detenciones, la Justicia ordenó la captura nacional e internacional del “Cholo”, quien ya había desaparecido desde poco después de cometido el crimen de Mariños.
Para los investigadores, Soto era el autor intelectual del crimen, el instigador, mientras que “El Polaco” y “El Cholo” eran los autores materiales del asesinato, los que efectuaron los disparos.
En octubre, estos dos sospechosos quedaron procesados con prisión preventiva y llegarían al juicio dentro de la cárcel.
III
La muerte de una voz
Mariños salvó su vida de milagro. Tras recibir nueve balazos aquella noche en Dock Sud, pasó varios meses internado y cuatro operaciones para recuperarse. Luego de ocurrido el milagro, este peruano decidió formar “Caracol”.
Lo curioso fue que el representante de esta segunda banda era el “Cholo” Soto, el mismo que el de Caricias y con quien la víctima había mantenido problemas personales, laborales y económicos durante años. Es más, para los investigadores del atentado contra la vida de Mariños, el manager era el autor del hecho.
Casi como un héroe mitológico que regresa de la muerte, el cantante bailantero fue desde fines de abril de 1996 y principios del año siguiente reconstruyendo su vida y su carrera como músico de la mano del grupo Caracol hasta que a mediados de agosto de 1997 vivió su más trágica jornada.
Ese día, una mujer fue hasta la casa de Mariños en Avellaneda y mediante una serie de engaños lo invitó a subir a un automóvil Ford Falcon, que supuestamente funcionaba como remise.
Luego, en un punto del recorrido, dos hombres subieron inesperadamente al vehículo y las cuatros personas que iban a bordo del falso automóvil de alquiler hasta la vecina localidad de Alejandro Korn, partido de San Vicente.
El conductor del Falcon detuvo la marcha del auto en un descampado de la zona y los últimos dos hombres que habían abordado el vehículo obligaron al cantante de Carakol a descender del mismo y arrodillarse en el pasto.
Los hombres extrajeron sendas armas de fuego y asesinaron a de once balazos en la espalda y cabeza para finalmente abordar nuevamente el Ford Falcon y escapar del lugar abandonando el cuerpo del bailantero.
Horas más tarde, alrededor de las 11, un vecino de Alejandro Korn llamó a la comisaría segunda de San Vicente para denunciar que había visto el cuerpo de una persona tirado en un descampado de la zona.
Cuando los efectivos policiales de la seccional se dirigieron hasta el lugar señalado por el vecino, hallaron el cadáver de Mariños Navarrete en el fondo de un zanjón en un terreno baldío ubicado a pocos metros del camino Antártida Argentina y el puente San Carlos.
Según los peritos del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT), la víctima tenía puesto un pantalón de jean y una remera blanca con rayas rojas y azules y había sido asesinada a balazos entre unas seis y siete horas antes de ser hallada.
“Los asesinos le dispararon por la espalda cinco tiros en la cabeza y seis en la espalda”, señaló un jefe del SEIT quien, apenas transcurridas las primeras horas de la pesquisa, señaló: “Por la forma en que el cantante fue asesinado, se presume que se trataría de un ajuste de cuentas”.
La causa fue caratulada como "homicidio" y quedó a cargo de La Justicia en lo Criminal y Correccional de La Plata, a donde remitieron inmediatamente el expediente de se había iniciado en abril de 1996 cuando la víctima fue herida de nueve balazos.
“No descartamos que exista alguna conexión con el incidente en el que casi lo matan. Ese hecho nunca fue esclarecido”, explicó uno de los detectives a cargo de la investigación de un crimen que conmocionó a todo el mundo de la música tropical.
Mariños salvó su vida de milagro. Tras recibir nueve balazos aquella noche en Dock Sud, pasó varios meses internado y cuatro operaciones para recuperarse. Luego de ocurrido el milagro, este peruano decidió formar “Caracol”.
Lo curioso fue que el representante de esta segunda banda era el “Cholo” Soto, el mismo que el de Caricias y con quien la víctima había mantenido problemas personales, laborales y económicos durante años. Es más, para los investigadores del atentado contra la vida de Mariños, el manager era el autor del hecho.
Casi como un héroe mitológico que regresa de la muerte, el cantante bailantero fue desde fines de abril de 1996 y principios del año siguiente reconstruyendo su vida y su carrera como músico de la mano del grupo Caracol hasta que a mediados de agosto de 1997 vivió su más trágica jornada.
Ese día, una mujer fue hasta la casa de Mariños en Avellaneda y mediante una serie de engaños lo invitó a subir a un automóvil Ford Falcon, que supuestamente funcionaba como remise.
Luego, en un punto del recorrido, dos hombres subieron inesperadamente al vehículo y las cuatros personas que iban a bordo del falso automóvil de alquiler hasta la vecina localidad de Alejandro Korn, partido de San Vicente.
El conductor del Falcon detuvo la marcha del auto en un descampado de la zona y los últimos dos hombres que habían abordado el vehículo obligaron al cantante de Carakol a descender del mismo y arrodillarse en el pasto.
Los hombres extrajeron sendas armas de fuego y asesinaron a de once balazos en la espalda y cabeza para finalmente abordar nuevamente el Ford Falcon y escapar del lugar abandonando el cuerpo del bailantero.
Horas más tarde, alrededor de las 11, un vecino de Alejandro Korn llamó a la comisaría segunda de San Vicente para denunciar que había visto el cuerpo de una persona tirado en un descampado de la zona.
Cuando los efectivos policiales de la seccional se dirigieron hasta el lugar señalado por el vecino, hallaron el cadáver de Mariños Navarrete en el fondo de un zanjón en un terreno baldío ubicado a pocos metros del camino Antártida Argentina y el puente San Carlos.
Según los peritos del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT), la víctima tenía puesto un pantalón de jean y una remera blanca con rayas rojas y azules y había sido asesinada a balazos entre unas seis y siete horas antes de ser hallada.
“Los asesinos le dispararon por la espalda cinco tiros en la cabeza y seis en la espalda”, señaló un jefe del SEIT quien, apenas transcurridas las primeras horas de la pesquisa, señaló: “Por la forma en que el cantante fue asesinado, se presume que se trataría de un ajuste de cuentas”.
La causa fue caratulada como "homicidio" y quedó a cargo de La Justicia en lo Criminal y Correccional de La Plata, a donde remitieron inmediatamente el expediente de se había iniciado en abril de 1996 cuando la víctima fue herida de nueve balazos.
“No descartamos que exista alguna conexión con el incidente en el que casi lo matan. Ese hecho nunca fue esclarecido”, explicó uno de los detectives a cargo de la investigación de un crimen que conmocionó a todo el mundo de la música tropical.
II
Cantándole a los problemas
La popularidad de Mariños creció en la primera mitad de la década de los 90´ de manera exponencial. En el mundo de la música tropical este hombre pequeño y morocho resultó ser una celebridad. Pero, como casi siempre ocurre con las estrellas de ese turbio ambiente, esa imagen y estilo de vida ocasionan serios problemas. Y así fue que en 1995 sucedió con el cantante de Caricias.
Mariños fue detenido por la policía en abril de ese año cuando se encontraba de gira con la banda en la ciudad de Santa Fe. En aquella oportunidad, los efectivos realizaron un operativo en el hotel donde el músico se alojaba y hallaron al vocalista en su habitación con un gramo de clorhidrato de cocaína en su poder y acompañado de una menor de 17 años.
Mariños fue puesto a disposición de la Justicia Federal santafesina por infracción a la Ley 23.737 y al poco tiempo fue puesto en libertad. Aunque los reveses en la vida del bailantero recién estaban comenzando.
Tras el incidente en Santa Fe, la relación entre Soto y Mariños se fue tornando cada vez más problemática hasta que en abril de 1996, cuando la idea de disolver Caricias ya era casi una realidad consumada, se tornó violenta y peligrosa.
Una noche de otoño, el cantante bailantero se encontraba en la esquina de Defensa y Huergo, en la localidad de Dock Sud, en Avellaneda, esperando una combi para ir a un recital y desde una Renault Trafic fue atacado a balazos por un grupo de hombres.
Mariños resultó gravemente herido de nueve tiros y debió ser internado en el Hospital Cosme Argerich, en el barrio porteño de La Boca, donde fue intervenido quirúrgicamente en varias oportunidades.
Tras cuatro serias operaciones y una milagrosa recuperación que duró muchos meses, el popular vocalista de la música tropical se recuperó ante la sorpresa de todo el ambiente de la bailanta y de los propios médicos.
En tanto, los investigadores policiales y judiciales sospecharon de inmediato de Soto, ya que momentos antes del ataque, la víctima había discutido con su representante por cuestiones laborales y económicas.
La noche del tiroteo, el “Cholo” estuvo acompañado de su hijo y un tercer hombre, y a pesar de su coartada, el manager bailantero fue detenido acusado de tentativa de homicidio por orden de la justicia de Lomas de Zamora, aunque luego recuperó la libertad ya que Mariños no lo identificó como su agresor.
Esta causa fue recorriendo posteriormente los pasillos y oficinas atestadas de expedientes de los tribunales de Lomas y La Plata pero nunca fue esclarecido a pesar de que los investigadores estaban seguros de que el autor –al menos intelectual- del hecho había sido el “Cholo” Soto.
La popularidad de Mariños creció en la primera mitad de la década de los 90´ de manera exponencial. En el mundo de la música tropical este hombre pequeño y morocho resultó ser una celebridad. Pero, como casi siempre ocurre con las estrellas de ese turbio ambiente, esa imagen y estilo de vida ocasionan serios problemas. Y así fue que en 1995 sucedió con el cantante de Caricias.
Mariños fue detenido por la policía en abril de ese año cuando se encontraba de gira con la banda en la ciudad de Santa Fe. En aquella oportunidad, los efectivos realizaron un operativo en el hotel donde el músico se alojaba y hallaron al vocalista en su habitación con un gramo de clorhidrato de cocaína en su poder y acompañado de una menor de 17 años.
Mariños fue puesto a disposición de la Justicia Federal santafesina por infracción a la Ley 23.737 y al poco tiempo fue puesto en libertad. Aunque los reveses en la vida del bailantero recién estaban comenzando.
Tras el incidente en Santa Fe, la relación entre Soto y Mariños se fue tornando cada vez más problemática hasta que en abril de 1996, cuando la idea de disolver Caricias ya era casi una realidad consumada, se tornó violenta y peligrosa.
Una noche de otoño, el cantante bailantero se encontraba en la esquina de Defensa y Huergo, en la localidad de Dock Sud, en Avellaneda, esperando una combi para ir a un recital y desde una Renault Trafic fue atacado a balazos por un grupo de hombres.
Mariños resultó gravemente herido de nueve tiros y debió ser internado en el Hospital Cosme Argerich, en el barrio porteño de La Boca, donde fue intervenido quirúrgicamente en varias oportunidades.
Tras cuatro serias operaciones y una milagrosa recuperación que duró muchos meses, el popular vocalista de la música tropical se recuperó ante la sorpresa de todo el ambiente de la bailanta y de los propios médicos.
En tanto, los investigadores policiales y judiciales sospecharon de inmediato de Soto, ya que momentos antes del ataque, la víctima había discutido con su representante por cuestiones laborales y económicas.
La noche del tiroteo, el “Cholo” estuvo acompañado de su hijo y un tercer hombre, y a pesar de su coartada, el manager bailantero fue detenido acusado de tentativa de homicidio por orden de la justicia de Lomas de Zamora, aunque luego recuperó la libertad ya que Mariños no lo identificó como su agresor.
Esta causa fue recorriendo posteriormente los pasillos y oficinas atestadas de expedientes de los tribunales de Lomas y La Plata pero nunca fue esclarecido a pesar de que los investigadores estaban seguros de que el autor –al menos intelectual- del hecho había sido el “Cholo” Soto.
Caricias que matan
Carlos Mariños nació en 1960 en un suburbio de la ciudad de Lima, Perú, donde se casó en 1984 con Laura Sánchez, con quien luego iba a tener cinco hijos. Su llegada a la Argentina ocurrió a principios de 1990 cuando se instaló junto a otros compatriotas suyos en el partido bonaerense de Avellaneda.
Poco después de su arribo, Mariños se encontró con José Soto, de nacionalidad peruana y quien precisamente le había propuesto viajar a Buenos Aires. El “Cholo” –como le decían a José- también había nacido en 1960 en las afueras de Lima y durante su juventud estuvo internado en un instituto de menores.
A los 18 años, Soto abandonó su Perú natal para probar suerte y viajar por el mundo hasta que en 1988 el “Cholo” se instaló en Bueno Aires, donde dos años después le propuso a Mariños llevar adelante un negocio que en Argentina estaba floreciendo: formar un grupo de musical tropical.
Así fue que entre Soto y Mariños formaron a fines de 1991 el grupo bailantero “Caricias”. El primero como representante de la banda y el segundo como el cantante principal. Además del vocalista, la banda estaba integrada por otros cinco peruanos que residían en Avellaneda.
Al representante, el negocio le resultó muy beneficioso ya que en poco tiempo se convirtió en el manager de decenas de artistas bailanteros, entre ellos, la mítica “Gilda”. Al cantante de Caricias, en cambio, la carrera musical le trajo dinero y fama, pero sólo al principio, ya que con el correr de los años surgieron los problemas con el “Cholo”.
En 1992, cuando el grupo grabó su primer disco con temas populares como “Quinceañera” y “Prueba de amor”, Mariños y Soto tuvieron su primer enfrentamiento por la autoría de los temas de Caricias ya que el “Cholo” los había registrado a su nombre para cobrar las regalías.
Esas diferencias llevaron a los pocos años a disolver Caricias, sin embargo, las disputas económicas no lograron separar tan fácilmente a Soto de Mariños, quienes luego formaron un nuevo grupo de música tropical: Caracol.
Poco después de su arribo, Mariños se encontró con José Soto, de nacionalidad peruana y quien precisamente le había propuesto viajar a Buenos Aires. El “Cholo” –como le decían a José- también había nacido en 1960 en las afueras de Lima y durante su juventud estuvo internado en un instituto de menores.
A los 18 años, Soto abandonó su Perú natal para probar suerte y viajar por el mundo hasta que en 1988 el “Cholo” se instaló en Bueno Aires, donde dos años después le propuso a Mariños llevar adelante un negocio que en Argentina estaba floreciendo: formar un grupo de musical tropical.
Así fue que entre Soto y Mariños formaron a fines de 1991 el grupo bailantero “Caricias”. El primero como representante de la banda y el segundo como el cantante principal. Además del vocalista, la banda estaba integrada por otros cinco peruanos que residían en Avellaneda.
Al representante, el negocio le resultó muy beneficioso ya que en poco tiempo se convirtió en el manager de decenas de artistas bailanteros, entre ellos, la mítica “Gilda”. Al cantante de Caricias, en cambio, la carrera musical le trajo dinero y fama, pero sólo al principio, ya que con el correr de los años surgieron los problemas con el “Cholo”.
En 1992, cuando el grupo grabó su primer disco con temas populares como “Quinceañera” y “Prueba de amor”, Mariños y Soto tuvieron su primer enfrentamiento por la autoría de los temas de Caricias ya que el “Cholo” los había registrado a su nombre para cobrar las regalías.
Esas diferencias llevaron a los pocos años a disolver Caricias, sin embargo, las disputas económicas no lograron separar tan fácilmente a Soto de Mariños, quienes luego formaron un nuevo grupo de música tropical: Caracol.
VIII
El sindicado cabecilla
Cuando parecía que prácticamente toda la banda que había secuestrado a Gabriel estaba presa, a fines de septiembre de 2005, a más de un año de ocurrido el caso, cayó preso el sindicado líder de la gavilla.
“Locovich” era considerado el cerebro del secuestro y, además, la Justicia lo buscaba por al menos otros tres casos, entre ellos, el de un comerciante chino y el de un empresario de La Plata.
En todos esos secuestros el detenido habría sido el organizador y los investigadores creían que contrataba a otras personas a quienes les pagaba para que se ocuparan de las distintas etapas del golpe, desde la captura de la víctima hasta el cobro del rescate.
Al conocerse la noticia de que el sindicado líder de la banda de secuestradores había sido apresado, Gabriel reclamó públicamente duras penas para los acusados detenidos.
“Esta gente se equivocó, pero que vayan presos quince años o uno a mí personalmente no me cambia demasiado. Igual no soy egoísta, es mejor que les den una pena dura para que lo que pasé yo no lo tenga que pasar otro”, expresó “El gallego”.
De los 22 sospechosos que fueron detenidos a lo largo y a lo ancho de la investigación, sólo ocho llegaron en abril de 2007 a ser sometidos a juicios, de los cuáles, seis recibieron penas de 12 y 13 años de prisión. La condena más alta recayó sobre “Locovich” y le siguió la de uno de los dos primeros paraguayos apresados.
Uno de los dos acusados absueltos fue muy claro al pronunciar en sus últimas palabras que había sido detenido para engrosar las estadísticas de la policía. Y evidentemente no habló por él solo.
AA
Mayo 2007.
Cuando parecía que prácticamente toda la banda que había secuestrado a Gabriel estaba presa, a fines de septiembre de 2005, a más de un año de ocurrido el caso, cayó preso el sindicado líder de la gavilla.
“Locovich” era considerado el cerebro del secuestro y, además, la Justicia lo buscaba por al menos otros tres casos, entre ellos, el de un comerciante chino y el de un empresario de La Plata.
En todos esos secuestros el detenido habría sido el organizador y los investigadores creían que contrataba a otras personas a quienes les pagaba para que se ocuparan de las distintas etapas del golpe, desde la captura de la víctima hasta el cobro del rescate.
Al conocerse la noticia de que el sindicado líder de la banda de secuestradores había sido apresado, Gabriel reclamó públicamente duras penas para los acusados detenidos.
“Esta gente se equivocó, pero que vayan presos quince años o uno a mí personalmente no me cambia demasiado. Igual no soy egoísta, es mejor que les den una pena dura para que lo que pasé yo no lo tenga que pasar otro”, expresó “El gallego”.
De los 22 sospechosos que fueron detenidos a lo largo y a lo ancho de la investigación, sólo ocho llegaron en abril de 2007 a ser sometidos a juicios, de los cuáles, seis recibieron penas de 12 y 13 años de prisión. La condena más alta recayó sobre “Locovich” y le siguió la de uno de los dos primeros paraguayos apresados.
Uno de los dos acusados absueltos fue muy claro al pronunciar en sus últimas palabras que había sido detenido para engrosar las estadísticas de la policía. Y evidentemente no habló por él solo.
AA
Mayo 2007.
VII
Detenciones aquí y allá
Con los datos aportados por el propio Gabriel, las detenciones de sus presuntos secuestradores comenzaron a realizarse sin prisa pero sin pausa a fines de agosto de 2004.
La policía llevó adelante más de una decena de allanamientos en distintos puntos de Capital Federal y del Gran Buenos Aires, en especial en los partidos de Lomas de Zamora, Lanús y Esteban Echeverría.
En un mismo día tres hombres fueron arrestados. Dos de ellos habrían tenido participación directa en el secuestro, proporcionando logística, y el restante se trataría de un “bolsero”, quien habitualmente suministraba los teléfonos celulares.
Este sospechoso fue detenido en Lomas de Zamora, en un procedimiento en el que se secuestraron varios celulares que fueron sometidos a peritajes para determinar si alguno de ellos fue utilizado por la banda para comunicarse con la familia del “Gallego”.
En cambio, los primeros dos fueron capturados en Lanús. Uno de los sospechoso sería un hombre apodado "Tino", miembro de la banda de "Los Monitos", que se habría encargado de custodiar a la víctima durante los diez días de cautiverio.
A los investigadores les faltaban más datos para poder identificar al resto de la banda de secuestradores por lo que la pesquisa luego entró en una etapa de estancamiento.
Recién en septiembre, cerca de 1.000 policías realizaron 93 allanamientos en una villa de Lomas de Zamora, donde Gabriel había estado cautivo. Allí, fueron detenidos 12 sospechosos con armas de fuego cortas y largas.
Entre los detenidos estaban dos hombres de nacionalidad paraguaya que habrían sido los que custodiaron a Gabriel dentro de la villa y los seis que había actuado en la captura de la víctima.
A partir de los últimos operativos, los pesquisas pudieron determinar que los captores habían trasladado a Gabriel hasta la villa a bordo de un automóvil Ford Falcon destartalado.
En el interior del asentamiento, los policías identificaron el segundo de los lugares donde Gabriel estuvo cautivo: un terreno que en el frente tenía dos edificaciones en las que se fabrican pañales.
Cerca de allí, también fue hallado el supuesto Ford Falcon en el que trasladaron a la víctima, ya que ésta reconoció el sonido del motor de ese modelo y marca de auto cada vez que lo ponían en marcha.
Es más, para los investigadores, la banda había obtenido el rescate a unos 300 metros de la villa, por donde pasaba el tren del cuál se arrojó el dinero. Casi un mes después, otras seis personas, cinco hombres y una mujer, también fueron detenidas en el marco de la investigación que parecía no contentarse con los otros sospechosos apresados. Era evidente que los líderes de la banda aún estaban prófugos.
Con los datos aportados por el propio Gabriel, las detenciones de sus presuntos secuestradores comenzaron a realizarse sin prisa pero sin pausa a fines de agosto de 2004.
La policía llevó adelante más de una decena de allanamientos en distintos puntos de Capital Federal y del Gran Buenos Aires, en especial en los partidos de Lomas de Zamora, Lanús y Esteban Echeverría.
En un mismo día tres hombres fueron arrestados. Dos de ellos habrían tenido participación directa en el secuestro, proporcionando logística, y el restante se trataría de un “bolsero”, quien habitualmente suministraba los teléfonos celulares.
Este sospechoso fue detenido en Lomas de Zamora, en un procedimiento en el que se secuestraron varios celulares que fueron sometidos a peritajes para determinar si alguno de ellos fue utilizado por la banda para comunicarse con la familia del “Gallego”.
En cambio, los primeros dos fueron capturados en Lanús. Uno de los sospechoso sería un hombre apodado "Tino", miembro de la banda de "Los Monitos", que se habría encargado de custodiar a la víctima durante los diez días de cautiverio.
A los investigadores les faltaban más datos para poder identificar al resto de la banda de secuestradores por lo que la pesquisa luego entró en una etapa de estancamiento.
Recién en septiembre, cerca de 1.000 policías realizaron 93 allanamientos en una villa de Lomas de Zamora, donde Gabriel había estado cautivo. Allí, fueron detenidos 12 sospechosos con armas de fuego cortas y largas.
Entre los detenidos estaban dos hombres de nacionalidad paraguaya que habrían sido los que custodiaron a Gabriel dentro de la villa y los seis que había actuado en la captura de la víctima.
A partir de los últimos operativos, los pesquisas pudieron determinar que los captores habían trasladado a Gabriel hasta la villa a bordo de un automóvil Ford Falcon destartalado.
En el interior del asentamiento, los policías identificaron el segundo de los lugares donde Gabriel estuvo cautivo: un terreno que en el frente tenía dos edificaciones en las que se fabrican pañales.
Cerca de allí, también fue hallado el supuesto Ford Falcon en el que trasladaron a la víctima, ya que ésta reconoció el sonido del motor de ese modelo y marca de auto cada vez que lo ponían en marcha.
Es más, para los investigadores, la banda había obtenido el rescate a unos 300 metros de la villa, por donde pasaba el tren del cuál se arrojó el dinero. Casi un mes después, otras seis personas, cinco hombres y una mujer, también fueron detenidas en el marco de la investigación que parecía no contentarse con los otros sospechosos apresados. Era evidente que los líderes de la banda aún estaban prófugos.
VI
La pista del "Hígado"
“El Hígado”, de 31 años, era sindicado como uno de los cabecillas de una banda de secuestradores que, entre 2003 y 2004, había tenido en su haber un tendal de víctimas del conurbano.
Muchas veces había logrado evadir a la Justicia hasta que el último viernes de agosto de 2004, seis días después de la liberación de Gabriel, el delincuente murió al tirotearse con la policía luego de asaltar un banco de la localidad de San Miguel.
El “Hígado trató de cubrir, fusil FAL en mano, la huida de sus tres cómplice pero cayó muerto en medio de la calle con un disparo en la cabeza.
Un mes antes de su muerte, “El Hígado” había logrado eludir a la policía de la provincia de Córdoba que lo había demorado por un delito menor. El delincuente primero dio su nombre verdadero y enseguida mostró un DNI apócrifo y lo dejaron ir.
Pero en Buenos Aires, el rostro de este delincuente era muy conocido por los investigadores. Así que al momento de morir, fue rápidamente identificado por un comisario que reconoció los nombres de sus dos hijas que llevaba tatuados en el pecho.
La policía de inmediato se comunicó con la gobernación, desde donde avisaron a la familia del adolescente secuestrado en San Isidro para mostrar que habían logrado un triunfo político sobre la inseguridad.
Mientras los investigadores le colocaban al ataúd una lista de secuestros, el abogado del “Hígado” salió públicamente a desmentir esas acusaciones.
“La Policía lo eligió como chivo expiatorio, porque no puede esclarecer los secuestros”, señaló el letrado y agregó: “Sobre Muñoz se están haciendo imputaciones públicas, pero no penales”.
Los policías se basaban en que el padre del delincuente había sido detenido días antes por el secuestro del chico de San Isidro, pero, pero horas después de su muerte, la Justicia lo excarcelaba con falta de mérito.
Lo cierto es que las mismas autoridades que acusaban al “Hígado” fueron las que un año después, llenos de felicidad, anunciaron que el líder de la banda de secuestradores de Gabriel había sido finalmente capturado.
“El Hígado”, de 31 años, era sindicado como uno de los cabecillas de una banda de secuestradores que, entre 2003 y 2004, había tenido en su haber un tendal de víctimas del conurbano.
Muchas veces había logrado evadir a la Justicia hasta que el último viernes de agosto de 2004, seis días después de la liberación de Gabriel, el delincuente murió al tirotearse con la policía luego de asaltar un banco de la localidad de San Miguel.
El “Hígado trató de cubrir, fusil FAL en mano, la huida de sus tres cómplice pero cayó muerto en medio de la calle con un disparo en la cabeza.
Un mes antes de su muerte, “El Hígado” había logrado eludir a la policía de la provincia de Córdoba que lo había demorado por un delito menor. El delincuente primero dio su nombre verdadero y enseguida mostró un DNI apócrifo y lo dejaron ir.
Pero en Buenos Aires, el rostro de este delincuente era muy conocido por los investigadores. Así que al momento de morir, fue rápidamente identificado por un comisario que reconoció los nombres de sus dos hijas que llevaba tatuados en el pecho.
La policía de inmediato se comunicó con la gobernación, desde donde avisaron a la familia del adolescente secuestrado en San Isidro para mostrar que habían logrado un triunfo político sobre la inseguridad.
Mientras los investigadores le colocaban al ataúd una lista de secuestros, el abogado del “Hígado” salió públicamente a desmentir esas acusaciones.
“La Policía lo eligió como chivo expiatorio, porque no puede esclarecer los secuestros”, señaló el letrado y agregó: “Sobre Muñoz se están haciendo imputaciones públicas, pero no penales”.
Los policías se basaban en que el padre del delincuente había sido detenido días antes por el secuestro del chico de San Isidro, pero, pero horas después de su muerte, la Justicia lo excarcelaba con falta de mérito.
Lo cierto es que las mismas autoridades que acusaban al “Hígado” fueron las que un año después, llenos de felicidad, anunciaron que el líder de la banda de secuestradores de Gabriel había sido finalmente capturado.
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