V

Argentina no paró de recibir elogios ya que no sólo había ganado la copa con tres rotundas victorias y ante rivales de jerarquía, sino que no le habían convertido goles en contra Mientras que los británicos apenas cosecharon un punto y se volvieron a casa sin ganar ni un partido.
“Inglaterra cayó debido a que nuestros jugadores no sienten orgullo por defender la casaca nacional. La divisa inglesa de los tres leones podría muy bien ser para ellos una divisa con tres gatos domésticos”, escribió Desmond Hackett, periodista de The Daily Express.
Por su parte, el tradicionalista The Times londinense sostuvo que “América del Sur enseñó el camino al viejo mundo y a los maestros originales” mientras que el Daily Mail se mostró bastante preocupado por el nivel de su selección. “Asoma el peligro de que Europa se convierta en la segunda división del fútbol internacional”, expresó.
Mientras tanto en Argentina se vivió una verdadera fiesta. “¡Campeones invictos!” tituló Clarín en su tapa el 7 de junio. “Su campaña fue excepcional ya que no solo batió a fuertes conjuntos como Brasil, bicampeón del mundo, Portugal e Inglaterra, sino que su valla, defendida con sumo acierto por Carrizo, no fue superada”, fue el comentario de La Nación ese mismo día.
El equipo argentino fue recibido en Ezeiza como un gran campeón. Estuvieron presentes más de 5.000 hinchas que viajaron en los 15 micros que la AFA puso a su disposición. Los jugadores cobraron 150.000 pesos cada uno por el logro obtenido. Unos 120 mil correspondieron a la obtención de la Copa mientras que los restantes 30.000 fueron una bonificación por haber terminado con la valla invicta.
El plantel argentino saludó a su gente y fue recibido por el presidente de la República, Dr. Arturo Illia, en la Casa Rosada, algo que con los años se tornaría en una costumbre.
“Esperemos que esta sea el comienzo de una era mejor para el fútbol argentino”, sostuvo Minella en medio de los festejos. Su deseo era sincero y estaba fundamentado. El triunfo en Brasil no debía empañar los problemas de organización que padecía este deporte en Argentina. Prueba de esto fue que en 1965, a pesar de que Minella clasificó sin problemas a la selección para el Mundial, fue reemplazado en su cargo por Osvaldo Zubeldía.

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Junio 2003

IV

El comienzo del partido fue muy favorable a Inglaterra. El puntero derecho Thompson comenzó a ganarle a la defensa argentina sin hacer muchos esfuerzos. A los 10 minutos, Carrizo, la figura argentina del campeonato, le detuvo un peligroso remate a Charlton. Minutos después, otra vez lo tuvo Charlton, pero su remate se estrelló en uno de los postes.
Faltaban cinco minutos para que terminara el primer tiempo cuando rendo le hizo un caño a Thompson. Este no soportó la humillación y le cometió una violenta infracción desde atrás. Rendo cayó al suelo y todos los jugadores argentinos se le fueron encima a Thompson. En medio del tumulto, Rattín le pegó una trompada en la cara al delantero inglés.
En el segundo tiempo Argentina atacó más y el partido se hizo de ida y vuelta donde tanto Carrizo como Banks tuvieron mucho trabajo. Y a los 29 minutos de esa etapa llegó el gol del triunfo para el equipo argentino. Chaldú -que había reemplazado a Prospitti- se metió en el área y tocó para Rojas, que sin marcas, puso el 1 a 0 con un remate violento y bien ubicado.
Inglaterra intentó llegar al empate y casi lo logra. Thompson siguió siendo una pesadilla para Vidal, pero apareció Carrizo en toda su dimensión para neutralizar todas las jugadas de riesgo. Fue 1 a 0 y Argentina se consagró campeón de la Copa de Naciones.
De nada sirvió que Brasil goleara 4 a 1 a Portugal porque Argentina quedó primera con 6 puntos, producto de tres triunfos. La fiesta que había preparado el local no pudo terminar peor, ya que se lesionó su astro Pelé y el torneo arrojó un déficit de 50 millones de cruzeiros.

III

Un día después de que Argentina entrara en la historia grande del fútbol mundial, Inglaterra paseó sus problemas ofensivos ante Portugal. Apenas empató 1 a 1 con gol de Hunt y su arquero, el joven Banks, quién había reemplazado a Waiters -injustamente responsabilizado por los cinco goles brasileños-, fue la figura de un equipo que mejoró en defensa, pero que careció de poder en el ataque.
De vuelta a Río de Janeiro, en un clima húmedo y frío, bien al estilo inglés, Argentina necesitaba de un empate frente a los británicos para llevarse el trofeo. Brasil debía vencer a los portugueses y esperar que Inglaterra derrotara a los argentinos para quedarse con su trofeo.
Minella estaba confiado. “Hay que volver con la copa”, les dijo a sus dirigidos. Pero no todas eran buenas noticias, ya que Puchero Veracka salió del equipo por desgarro y Artime, que no había jugado ante Brasil por lesión, no se había recuperado y eran dos bajas sensibles para la Argentina.
En cambio, inesperadamente, Inglaterra, sin chance alguna, asumió el decisivo rol de juez del torneo. Esperanzado por la posible vuelta al equipo de su capitán Armfield, el más experimentado con 40 partidos internacionales, sin nada que perder y con todo para arriesgar, enfrentó a Argentina el 6 de junio ante un Maracaná semivacío pero que la apoyaba incondicionalmente.
El director técnico inglés, Alf Ramsey, decidió alinear a los siguientes titulares: Banks; Thomson, Wilson, Milne y Norman; Moore y Greaves; Thompson, Byrne, Eastham y R.Charlton, el gran Bobby que reemplazaba a Paine.
Por su parte, Argentina salió con estos once: Carrizo; Simeone, Vieytes, Ramos Delgado y Vidal; Rattín y Telch; Rendo, Onega, Rojas y Prospitti.

II

Durante la década del 60´ hubo doce directores técnicos que se hicieron cargo del equipo nacional. José María Minella, el entrenador que estuvo en la Copa de las Naciones, era el número seis, después del "Toto" Lorenzo, Néstor Rossi, Jim López, Horacio Torres y José D´ Amico.
Minella formó un grupo heterogéneo, mezcla de experiencia de algunos jugadores que habían estado en el Mundial de dos años atrás, como Rattín y Ramos Delgado; y la juventud de jugadores con mucho futuro, que de hecho estarían en 1966 en la Copa del Mundo de Inglaterra como el caso de Artime, Perfumo y Onega, entre otros.
Argentina llegó a Brasil el 28 de mayo y se concentró en el Hotel Exelsior de Copacabana, en Río. Allí, en el famoso estadio Maracaná arrancaría la Copa el día 31 ante Portugal con un triunfo justo pero opaco, con goles de Rojas y Rendo, y una gran actuación del arquero Carrizo.
El entrenador argentino quedó conforme con el resultado, pero sabía que la performance de sus dirigidos había dejado bastante que desear, más teniendo en cuenta que debía enfrentar al Brasil de Pelé. “Sabía que Portugal no nos podía ganar pero nuestro equipo no jugó lo que es capaz, pues puede rendir mucho más”, dijo Minella.
Brasil era el gran peligro y Pelé su arma letal. Un día antes del triunfo argentino, el Scratch había inaugurado la copa con un triunfo aplastante sobre Inglaterra por 5 a 1. El Rey Pelé fue la gran figura del partido con tres asistencias y un golazo. Es más, el capitán inglés, Bobby Moore, fue a pedirle la camiseta después del encuentro.
En Gran Bretaña no hicieron más que hablar del jugador brasileño. “Inglaterra aplastada por el diamante negro”, tituló The Times, mientras que Frank McGhee, del Daily Mirror opinó: “No permitan jamás que alguien les diga alguna vez que un hombre no puede hacer un equipo o que pueda ganar un partido o desmoralizar y demoler por sí mismo a otros once jugadores. Esto lo realizó un jugador que es ajeno a este mundo. Pelé es un genio, un mago, es el futbolista más grande que he visto y que veré”.
El equipo argentino sabía que si neutralizaba a Pelé tenía grandes posibilidades de ganar. “A este negro hay que ponerle un hombre fijo, hay que sacrificar a un jugador”, dijo Ramos Delgado luego de la goleada brasileña ante Inglaterra.
Tenía razón el defensor de River ya que Minella le puso encima a José Mesiano, un marcador de Argentinos Juniors. Mesiano volvió loco a Pelé, a tal punto que el brasilero le pegó un cabezazo que le fracturó la naríz. A pesar del incidente, el 4 de junio Argentina derrotó, en San Pablo, a Brasil por 3 a 0 con dos goles de Telch y uno de Onega en un resultado histórico para el fútbol argentino.
Diego Lucero, recordado periodista deportivo, enviado especial a Brasil por el diario Clarín escribió: “Once jugadores que le devolvieron al fútbol argentino su antigua gloria”. Y no era para menos ya que se trató de uno de los mayores triunfos argentinos en este deporte porque cambió definitivamente la imagen de la selección ante los ojos del mundo entero.
“Argentina demostró en tierra de campeones que sabe ganar”, dijo Minella, quién recibió todos los elogios por el planteo táctico que le opuso al equipo local y que fue la clave del éxito.

La copa de la revancha

La cuarta edición del clásico entre Argentina e Inglaterra fue, quizá, la menos importante de la historia, o mejor dicho, la que menos se recuerda. Esto se debe a que fue un partido que no tuvo peso propio y que cayó en el olvido porque constituyó el encuentro más pobre de un torneo que fue una verdadera fiesta del fútbol.
Sucedió que en 1964, con motivos de la celebración del 50mo. aniversario del nacimiento de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD) se organizó en las ciudades de Río de Janeiro y San Pablo la denominada Copa de las Naciones, en la que participaron el bicampeón mundial, Brasil, Inglaterra, sede de la próxima Copa del Mundo, Portugal y Argentina.
El torneo era de poco prestigio, pero en la cancha hubo grandes partidos con grandes figuras, entre las que se destacaron las de El Rey Pelé y la Pantera Eusebio. Pero los que se llevaron el trofeo, para sorpresas de propios y extraños, fueron los jugadores argentinos.
Fue tanta la repercusión que tuvo la consagración de la selección argentina que el clásico frente a los británicos apenas se recuerda, ya que el equipo tuvo una brillante actuación que incluyó tres victorias y el honor de mantener su valla invicta. Se trató, nada más ni nada menos que del primer título intercontinental logrado por un conjunto de la Asociación de Fútbol Argentino.
Lo curioso es que Argentina llegó como la selección más débil y había motivos para creerlo. El conjunto sudamericano venía de hacer un papelón en el Mundial de 1958 y de pasar sin pena ni gloria por Chile 62´. Por eso este torneo se conoció como “La Copa de la Revancha”.
“Nosotros fuimos a ese torneo casi sin posibilidades, nos invitaron de última; y se juntó un plantel importante que formó un buen equipo. Fue la revancha de la mala actuación de Suecia 58”, recuerda la Oveja Telch, figura de ese equipo.
Argentina tenía un buen grupo de jugadores pero el problema radicaba en los serios problemas organizativos que aquejaban a la AFA. No había un plan a largo plazo donde la selección fuese la prioridad número uno no sólo para dirigentes, sino también para los entrenadores y jugadores.

V

Argentina e Inglaterra quedaron igualados en puntos pero los británicos tenía un gol más favor por lo que estaban mejor posicionados de cara a la tercera jornada. Allí enfrentaron a la eliminada Bulgaria y Argentina hizo lo propio contra los suplentes de Hungría, que ya estaba clasificada.
El 6 de junio, en el Carlos Dittborn y ante 7.945 espectadores, Argentina empató 0 a 0 contra los suplentes húngaros. Los argentinos subestimaron a su rival y no lo pudo vencer. Los suplentes corrieron y metieron y no le dejaron hacer su juego al equipo nacional que, a pesar de no jugar del todo bien tuvo, dos chances muy claras para convertir. Una fue un tiro en el palo de Oleniak y la otra fue un remate de Pando que recorrió la línea de gol y se fue muy cerca del poste.
El 7 de junio Inglaterra sabía que con el empate ante Bulgaria clasificaba, ya que Argentina no había podido doblegar a los húngaros. El partido terminó 0 a 0 y Argentina quedó afuera del mundial y por primera vez quedaba relegada por Inglaterra.
Sin embargo, el empate entre ingleses y búlgaros despertó las sospechas de un “arreglo” pero en realidad el partido no estuvo arreglado sino que Bulgaria no quiso arriesgar e Inglaterra tampoco porque sabía que con el empate se clasificaba.
El 10 de junio Inglaterra quedó eliminada en cuartos de final ante Brasil. Un equipo brasilero donde la figura estelar era la de Garrincha. Con Pelé lesionado, Garrincha fue la figura del equipo que obtuvo un claro triunfo por 3 a 1
Argentina e Inglaterra pasaron así sin pena ni gloria por el Mundial de Chile de 1962. Pero los británicos ganaron sin discusión alguna el match entre ambos y demostraron que su fútbol se estaba adaptando mejor a los tiempos modernos, que requerían un mayor grado de profesionalismo, que incluía, entre otras cosas, planificaciones a largo plazo y una correcta y concienzuda preparación física y futbolística de los equipos. Para Argentina, sólo le bastaba por ese entonces tener un grupo de buenas individualidades.

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Junio 2003.

IV

“Una lección de practicidad”, tituló La Nación al día siguiente del partido. “Categórica victoria del equipo que mostró un fútbol superior, menos vistoso, pero siempre fácil y contundente”, sostenía la crónica, que criticó duramente al equipo argentino al que describió como “mentalmente lento y físicamente aventajado”.
Mientras tanto, la prensa británica resaltaba el rendimiento del equipo. “Fue el mejor partido de los últimos 12 meses”, publicó The Buenos Aires Herald el día después del triunfo británico. Tras el encuentro Winterbotton ya no era el mismo que cuando había perdido con Hungría. “Estoy muy contento y creo que el resultado es justo”, dijo el inglés y agregó: “Mis muchachos jugaron un buen partido”.
Argentina se vio claramente superada por Inglaterra en lo que a los aspectos tácticos respecta. Si bien Lorenzo mantuvo el 4-2-4 que siempre optó por utilizar, no eligió a los jugadores mejor capacitados para cumplir las funciones que él quería. Evidentemente, existía un gran desconocimiento a cerca de los jugadores británicos, en particular, y europeos en general, así también como del propio plantel.
A pesar de los esfuerzos de Cap y Rattín, colocados en posiciones incómodas para ellos, los ingleses basaron su triunfo explotando el sector izquierdo de su ataque. Los generadores de fútbol del equipo europeo encontraron sus espacios en la pasividad de Oleniak. El wing derecho argentino no tomó las marcas de la salida inglesa por su sector, entonces Greaves y Charlton tomaban la pelota con el suficiente tiempo para dejar en el camino a Rattín y Cap en base a su velocidad.
En definitiva, salvo los primeros treinta minutos de juego cuando Argentina tuvo un par de chances con remates de media distancia de Sacchi, Inglaterra fue dominadora del partido gracias a su practicidad y simpleza.

III

El 2 de junio de 1962 Argentina se enfrentó con Inglaterra por primera vez en un mundial. El encuentro se disputó en el estadio Carlos Dittborn, en la fría ciudad minera de Rancagua, al sur de Santiago, ante la presencia de casi 10 mil espectadores.
El equipo inglés formó así: Springet: Armfield, Wilson, Moore y Norman; Flowers, Douglas y Greaves; Peacock, Haynes y Charlton.
La Argentina formó de la siguiente manera: Roma; Cap, Navarro, Páez y Marzolini; Rattín y Sacchi; Oleniak, Sosa, Sanfilippo y Belén.
El cambio propuesto por Lorenzo terminó siendo de gran relevancia para el desarrollo posterior del partido, ya que cuando el árbitro Nikolaij Latyshev, de la Unión Soviética, dio el pitazo inicial, Bobby Chralton fue el que decidió el destino del encuentro con sus gambetas y su rapidez.
El partido fue una gran demostración de velocidad y potencia de los ingleses. A los 17 minutos de juego, Navarro cortó con la mano un remate con destino de gol y Flowers abrió el marcador al convertir el penal.
Faltaban pocos minutos para que finalizara el primer tiempo cuando Charlton colocó el 2 a 0 luego de eludir a su marcador y rematar desde afuera del área. El crack inglés, contra los pronósticos de Lorenzo, volvió loco al pobre Cap. El jugador de River, un jugador que se distinguió por su toque más que por la marca, nunca pudo neutralizar al habilidoso wing izquierdo.
El segundo tiempo fue prácticamente lo mismo. A la Argentina le costó crear peligro y encima llegó el tercero de los ingleses a través de Greaves, el socio de Charlton, que capturó un rebote en el área cedido por Roma. A diez minutos del final, con la derrota ya casi consumada, Sanfilippo marcó el gol del honor y el 3 a 1 quedó sellado.

II

Inglaterra venía de obtener un discreto 11er. puesto en el Mundial de Suecia en 1958. De aquel equipo sólo quedaban el director técnico, Walter Winterbotton, y el delantero Haynes.
El resto del plantel que disputó la Copa del Mundo de Chile estaba compuesto por jugadores jóvenes, sin mucha experiencia, pero con un gran futuro. Tal era el caso de Robert Bobby Charlton y Jimmy Greaves.
El 31 de mayo Inglaterra perdió en su debut ante Hungría por 2 a 1. El equipo dirigido por Winterbotton había logrado remontar una desventaja a los 14 minutos del segundo tiempo a través de un penal de Flowers, pero los húngaros finalmente se llevaron la victoria con un gol de Albert, a 19 minutos de que terminara el partido.
“Los delanteros jugaron muy nerviosos”, se excusó Winterbotton, mientras que la prensa culpó al defensa Flowers de la derrota, ya que de un error suyo permitió el segundo gol húngaro.
La derrota de los ingleses llenó de optimismo al cuerpo técnico argentino. A pesar de que Lorenzo respetaba a Inglaterra había motivado a sus jugadores durante los entrenamientos previos para que salgan a ganar, a llevárselos por delante.
A pesar de la confianza que le tenía a su equipo, Lorenzo ensayó un cambio que a la postre le trajo muy malos resultados. El técnico estaba preocupado por la habilidad del genio inglés, Bobby Charlton, y de su compinche Greaves. Entonces aprovechó la lesión del marcador de punta de River, Alberto Saínz, para colocar a Vladislao Cap, un clásico número cinco, en su lugar.
La idea de Lorenzo era neutralizar a Charlton de la misma manera que lo había hecho Brasil en un amistoso previo al Mundial. En ese entonces, el equipo sudamericano había colocado a un número cuatro, Djalma Santos, que tenía similares características a las de Cap y que le había robado todas las pelotas a Bobby.

El primer choque mundialista

Nuestros vecinos trasandinos fueron los huéspedes del primer enfrentamiento en un mundial entre argentinos e ingleses en 1962. Antes sólo se habían disputado tres encuentros pero de carácter amistoso. En esos partidos se había mostrado una gran paridad entre ambos equipos ya que hubo un triunfo para cada uno, y un empate.
La sexta Copa del Mundo disputada en Chile fue para el seleccionado nacional argentino un trago desabrido, ni amargo como el del 58´, ni dulce como lo sería 16 años después, en 1978.
“No voy a decir que fuimos como candidatos, pero sí que éramos un buen equipo”, dice el ex delantero de San Lorenzo José Sanfillippo. El delantero sustentaba sus dichos en el hecho de que había jugadores talentosos dentro de ese plantel, muchos de los cuáles ya habían tenido experiencia internacional al haber diputado el Mundial de Suecia en 1958.
Pero también era cierto que “El desastre de Suecia”, como lo llamó la prensa argentina, había calado hondo en el corazón del fútbol argentino. Por eso se buscó tapar ese papelón como fuera. Se tomaron muchas medidas, la mayoría inútiles, que terminaron por agudizar la crisis.
No había un calendario internacional y los jugadores que jugaban en el exterior, que eran pocos pero importantes, no le dieron prioridad a la Selección. Así Argentina sintió varias ausencias en sus filas como la de Alfredo Distéfano, quién estaba lesionado, y las de Sívori y Maschio, jugadores que se desempeñaban en Europa y que decidieron jugar para la selección de Italia.
“Fue la peor selección que integré en mi vida”, sostuvo Rattín. Si bien se contradice con las declaraciones de Sanfillippo, El Rata algo de razón tenía, ya que la desorganización era total. Sólo se habían preparado 24 días y la gira previa había arrojado una victoria, dos empates y dos derrotas.
El entrenador de aquella selección era Juan Carlos Lorenzo, el Toto. Era un gran conocedor del fútbol europeo. Había estado en Italia, donde optó por convertirse en entrenador, e hizo sus primeras armas como coach en Francia y España.
Lorenzo había vuelto al país y salió subcampeón con San Lorenzo en 1961. En la selección trató de inculcarle a sus dirigidos sus conocimientos europeos mediante largas charlas durante los entrenamientos, pero del otro lado no había ningún interés por recibir esa información. Y lo que era peor, Lorenzo desconocía el fútbol argentino.
El debut fue contra Bulgaria y Argentina ganó 1 a 0 con gol de Facundo. El equipo argentino había sido superior pero sin jugar del todo bien. Antes del partido Lorenzo recalcó la fortaleza de los defensores rivales y no se equivocó. Durante el partido, los delanteros argentinos estuvieron muy bien marcados y no abundaron las llegadas de gol.
“Era para seguir y golear. Optaron por quedarse y defenderse”, publicó El Gráfico en referencia al partido, lo que representaba la imagen que el equipo le transmitía a los hinchas. Sucedía que Lorenzo le daba al equipo un estilo muy defensivo. Por un lado colocaba a Rattín, un cinco con marca, de volante derecho, y a Sacchi, un defensor central, de volante central.

IV

El equipo argentino sufrió para la revancha una sola modificación obligada por el desgarro de Cecconato. En su lugar ingresó Tucho Méndez. Por su parte, Inglaterra presentó siete cambios. Ingresaron el arquero Merrick, el zaguero Ramsey, los volantes Johnston y Dickisnon, y los delanteros Broadis, Finney y Lofthouse.
Ante 91.397 personas y una lluvia torrencial que comenzó a azotar la ciudad de Buenos Aires desde poco antes de las 14, una hora antes del partido, Argentina e Inglaterra intentaron jugar un encuentro de fútbol, que más bien se pareció a uno de waterpolo.
Cuando los ingleses parecían adaptarse mejor al desastroso estado del campo de juego, Ellis decidió suspender el partido cuando apenas se habían disputado 22 minutos. Los visitantes querían seguir a toda costa, pero el árbitro no cambió su decisión. “Resultaba materialmente imposible seguir jugando. Mientras la pelota pueda rodar, el cotejo debe proseguirse, pero cuando la ball flota, ya cabe una sola decisión: la suspensión”, explicó el árbitro inglés.
Lo cierto es que Inglaterra pidió jugar el partido al día siguiente, pero la AFA se negó al argumentar que, tal como lo dice el reglamento internacional, se necesitan al menos cinco días para organizar un encuentro. Para colmo, los ingleses debían partir el 19 hacia Chile y de ahí irían hasta Montevideo y Estados Unidos, por lo que no tenían fechas libres para reprogramar el partido.
De esta manera, los 68 minutos que restaban jugar nunca se disputaron y la FIFA dio por terminado el partido con un 0 a 0. Así, Inglaterra se quedó con la sangre en el ojo al no disputarse la revancha. Justo ellos, que se jactaban de que nunca habían perdido un partido de esa índole.
Finalmente, el fútbol argentino tuvo su premio. Logró vencer a los ingleses en un partido internacional por primera vez en su historia. Y aunque haya sido en un amistoso y a pesar de que digan que Inglaterra no puso a todos sus titulares, el logro fue inobjetable e histórico.

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Junio 2003

III

El comienzo del partido fue ampliamente favorable a la Argentina. Enseguida, la delantera de Independiente comenzó a crearle peligro a Ditchburn. Primero lo tuvo Lacasia y luego Cruz, en dos ocasiones; y una reventó el palo.
Pero Inglaterra tenía en Thomas Taylor un delantero formidable. En su primera chance estrelló un cabezazo en el travesaño y enmudeció al estadio. A partir de entonces, Dellacha tuvo que luchar para no dejarlo saltar, aunque a veces recurrió al juego brusco.
A los 30 minutos Grillo ensayó lo que luego sería su inolvidable gol. Recibió de Cecconato, eludió a dos rivales y sólo ante el arquero remató al palo.
Parecía que el gol argentino estaba al caer, pero los visitantes se pusieron en ventaja a los 40 minutos con un gol de cabeza de Taylor, tras centro de J.Froggat.
Pero Argentina respondió enseguida. Lacasia tocó para Grillo sobre el costado derecho. Este encaró pegado a la raya de fondo y eludió a Wright y J.Froggat. Cuando le salió Ditchburn, amagó a tirar el centro pero le pegó fuerte y arriba con Cecconato solo por el medio. La pelota entró entre el arquero y el primer palo e hizo estéril el esfuerzo de Barrass por despejar el remate en la línea. Un verdadero golazo, que hasta el día de hoy se recuerda con asombro.
En el segundo tiempo Argentina siguió atacando e Inglaterra apostó al contraataque. A los 12 mintos Méndez -reemplazante de Cecconato- tocó para Lacasia, este amagó a pasarle el balón a Grillo pero centró para Micheli, que puso el 2 a 1.
Se desató la fiesta en el barrio porteño de Nuñez. Pero faltaba algo más. Grillo, para coronar su gran actuación, puso el 3 a 1 final. Fue a los 32 minutos cuando tomó un rebote tras centro de Micheli y batió a Dtichburn con un toque corto.
El triunfo argentino fue una alegría inmensa para todo el país, pero en especial para el ambiente del fútbol, que desesperadamente estaba buscando buenos resultados. “Hemos vencidos a uno de los conjuntos más poderosos del mundo y eso me llena de legítimo orgullo”, sostuvo Valentín Suárez, quien estuvo en la tribuna junto al general Perón, al que los jugadores le dedicaron la victoria.
Stábile desbordaba de felicidad: “Estoy conforme con el desempeño individual y colectivo de los jugadores. Dominaron gran parte de la lucha y quizá un gol más le hubiera puesto más justicia al resultado”. También elogió el primer gol de Grillo. “Fue magnífico. Ubicó la pelota por el único lugar por donde podía entrar”.
Muchos años después, el autor de ese memorable gol recordó su obra maestra con humildad y un poco de ironía: “Me encontré que la cancha se acababa, vi al arquero adelantado y le tiré entre él y el primer palo. ¿Si apunté al arco? Para ganar la lotería hay que comprar un billete”.
Por el otro lado, el equipo inglés admitió que la derrota fue justa, pero se quejaron de que el campo de juego estaba duro y que la pelota era muy pesada. Los periodistas británicos que habían viajado con el equipo sostuvieron que Argentina había sido muy superior, pero que Inglaterra había extrañado el terreno, el balón y a los titulares que se quedaron afuera. Fueron excusas que intentaron desacreditar un legítimo triunfo argentino y una pésima actuación británica con miras a la revancha del domingo.
Sin embargo, los periodistas sabían que Argentina había mostrado un gran nivel y que Inglaterra había dejado mucho que desear. “Realmente tenemos que hacer algo excepcional para vencer a los argentinos. Los futbolistas ingleses parecían bueyes ebrios enfrentando a hombres que jugaban como leones, un equipo que funcionaba como una máquina”, escribó Bob Ferrier, de The Daily Mirror.
Mientras que el cronista Desmond Hackett, de The Daily Mail fue también muy categórico con sus críticas. “Medio siglo de habilidad futbolística inglesa se derrumbó en 90 minutos en el estadio de River Plate”, sostuvo aunque admitió que el equipo cambiaría su fisonomía con todos los titulares.

II

El director técnico argentino, Guillermo Stábile, afrontaba el partido ante Inglaterra con todo un plantel nuevo en relación al partido de 1951. Sólo había sobrevivido el delantero Félix Luostau, de River, pero que por lesión finalmente no pudo ser de la partida frente a los ingleses. A pesar de ello, Stábile y los propios jugadores confiaban en poder realizar una buena actuación.
En el día previo al match el tema de conversación en cada hogar, bar, café y restaurant de Buenos Aires era el partido que se iba a disputar en el estadio Monumental de River Plate. En la sede de la AFA, en la calle Viamonte, se habían vendido todas las localidades disponibles. Era más de 90 mil, todo un récord para la época que arrojó una recaudación histórica de 1,5 millones de pesos.
Era tal la expectativa que el presidente de la República, el Gral. Juan Domingo Perón, había decidido, en caso de que ganara Argentina, donar un automóvil marca Mercedes Benz para que sea sorteado entre los jugadores del plantel.
Para este encuentro ambos países acordaron un reglamento especial que establecía que el arquero podía ser reemplazado en cualquier momento, pero que cada equipo sólo podía hacer una modificación antes de que termine el primer tiempo. Además, se fijó al inglés Arthur Ellis como árbitro del encuentro, mientras que los argentinos tenían el derecho de elegir la pelota con la que se jugaría. Fue todo un pacto de caballeros.
El 9 de mayo, a las 15, comenzó el partido ante una multitud en el estadio Monumental. Ya desde la mañana los hinchas merodearon los alrededores de la cancha y mientras se jugó el partido preliminar, las tribunas ya estaban repletas. Es más, la gente, al haber ido tan temprano se llevó sus almuerzos a cuestas, pero había tan poco espacio libre que ni siquiera se pudieron sentar para comer.
El equipo argentino formó de la siguiente manera: Mussimesi; Dellacha y García Pérez; Lombardo, Mouriño y Gutiérrez; Cecconato, Cruz, Grillo, Lacasia y Micheli. Estos últimos cinco jugadores formaban la delantera del club Independiente. Por su parte, Inglaterra alineó a estos once: Ditchburn; Garret y Eckersley; Barlow, Barrass y Wright; Bentley, Barry, J.Froggat, R.Froggat y Taylor.

El gol de Grillo

En 1951, cuando Inglaterra venció a la Argentina por 2 a 1 en Wembley por la primera edición de este clásico, las asociaciones de fútbol de ambos países acordaron programar la revancha para 1953, en Buenos Aires. Así, luego de 24 años, un equipo inglés pisó suelo argentino, hogar del mejor producto de su escuela: el fóbal criollo.
“Cuando los ingleses vayan a la Argentina, les devolveremos las atenciones”, dijo Valentín Suárez, presidente de la AFA, luego del partido en Wembley del 51´. Y así fue. De la misma calurosa y cordial manera que los británicos recibieron y atendieron a los argentinos en aquella oportunidad, nuestro país acogió a los futbolistas de Inglaterra.
Pero algunas cosas habían cambiado en esos dos años. En ese tiempo Argentina había comenzado a ganar experiencia internacional. En el 51´ le había ganado a Irlanda por 1 a 0 en Dublín, y en 1952 a España por 2 a 0 en Madrid y a Portugal por 3 a 1 en Lisboa.
Sin embargo, un hecho muy importante para la historia entre argentinos e ingleses había ocurrido. El equipo de River Plate conocido como “La Máquina”, quíntuple campeón argentino, se fue de gira por Europa en 1952. En aquella oportunidad, el conjunto millonario derrotó al Manchester City por 4 a 3 en su cancha, constituyendo así, la primera victoria argentina en las islas británicas. De esta manera, había quedado bastante claro que Inglaterra no era invencible.
El equipo nacional inglés, dirigido por Joe Mercer, llegó confiado a la Argentina como parte de una gira que abarcaría otros países del continente americano, tal como lo había hecho el Chelsea, último club británico de tour por Sudamérica. Pero la temporada 53´ no había empezado de la mejor manera para el conjunto de la corona ya que en abril había empatado 2 a 2 con Escocia en Wembley por la tradicional Copa Británica.
Entre sus filas estaban la mayoría de los jugadores que habían estado presentes en el triunfo sobre Argentina de dos años atrás. Estaba el capitán, William Wright, del Wolverhampton Wanderers, que había marcado el récord de presencias en paridos internacionales con 43. También estaba Thomas Finney, el delantero que había vuelto loco a los defensores argentinos, pero este se perdería el primer encuentro porque estaba recuperándose de una lesión.
Apenas los ingleses llegaron a Ezeiza, autoridades del fútbol argentino y de la embajada británica le dieron la bienvenida. Stanley Rous, de la F.A, aseguró que sus jugadores “constituyen una embajada de cordialidad” y que lo demostrarían en la cancha con “la mayor caballerosidad”, ganándose todo el respeto de los argentinos.
Luego de la recepción, la delegación europea se dirigió a las instalaciones del Hindú Club, en Don Torcuato, al norte del Gran Buenos Aires, para concentrar. Allí realizaron sus entrenamientos, que se mezclaron con partidos de golf, visitas por la ciudad, comidas en el Jockey Club de San Isidro, agasajos en la embajada y la concurrencia al partido entre Quilmes y Argentinos Juniors en la cancha de Ferrocarril Oeste, en el barrio porteño de Caballito.
Las prácticas de los futbolistas de Inglaterra despertaron el interés de todo el país. Los criollos se maravillaron con la potencia física y en especial con el denominado “pechazo franco”, lo que hoy se conoce como “hacer cuerpo” y que en el fútbol argentino era considerado infracción, a pesar de que en el reglamento internacional estaba permitido.

III

El 9 de mayo, a las 12, en el estadio de Wembley, Argentina salió a la cancha con estos once titulares: Rugilo; Colman y Filgueiras; Faina, Pescia y Yácono; Bravo, Boyé, Labruna, Loustau y Méndez.
Por el otro lado, el entrenador británico, Walter Winterbotton, alineó a los siguientes futbolistas: Williams; Ramsey, Eckersley y Cockburn; Taylor y Wright; Finney, Hassall, Metcalfe, Mortensen y Milburn. Estos últimos dos tenían 56 goles convertidos en la temporada de la Liga.
El presidente de la FIFA, Jules Rimet, saludó a ambos equipos y el árbitro galés, Mervyn Griffiths, pitó el inicio de las acciones ante una multitud y un clima frío y gris.
El dominio del juego le perteneció desde el comienzo al equipo local. Ya a los 8 minutos, Rugilo salvó un remate de Hassall anticipando lo que sería el partido de su vida, que pasaría a la historia y sería recordado por siempre.
Sin embargo, a pesar de que el arquero de Vélez Sarsfield se revolcaba una y otra vez, Argentina abrió el marcador. Fue a los 17 minutos cuando Loustau pasó el balón a Labruna, este encaró y eludió al arquero; entonces centró para Boyé, que de cabeza puso el 1 a 0.
A pesar de la desventaja, Inglaterra siguió atacando pero chocó constantemente contra la pared que había levantado Rugilo a base de voladas espectaculares y cruces a los pies de los delanteros rivales, a quiénes los persiguió por toda el área.
El segundo tiempo mostró el mismo desarrollo del juego pero aún más acentuado ya que los jugadores argentinos se quedaron sin piernas. Los visitantes aguantaron hasta donde pudieron, lo que no fue poco. Inglaterra recién consiguió el empate a diez minutos del final cuando Mortensen conectó un centro rasante de Finney.
Pero la fiesta no estaba completa. A los 43 minutos del complemento, el estadio que había estado en silencio ya que temía que su equipo fuera a perder su invicto frente a conjuntos no británicos jugando como local, explotó. Milburn se filtró entre las marcas de Filgueiras y Pescia y, de cabeza, mandó a la red un centro de Finney a la salida de un tiro libre. Así, Inglaterra se impuso 2 a 1.
Ningún miembro de la delegación argentina criticó el resultado. Aceptaron la derrota con hidalguía. Supieron perder. A la distancia, en su país, los medios destacaron la actuación del equipo, en especial la de Miguel Angel Rugilo, quién fue “el héroe” de la jornada.
“El arquero argentino asombró al público londinense. Cumplió una brillante actuación mereciendo frecuentes ovaciones por sus milagrosas atajadas”, señaló la revista deportiva El Gráfico, en la edición de ese mes. Mientras que el relator Manuel Sojit lo calificó como “un león”, de ahí que al guardavalla se le pegó el apodo “El León de Wembey”, para el resto de su vida.
Su labor fue tan impresionante que hasta los medios ingleses, que elogiaron el rendimiento de Argenina en general, alabaron a Rugilo convirtiéndolo en algo inmortal. “El bigotudo y teatral arquero argentino, cuya espectacular acrobacia salvó por lo menos seis goles seguros, es el mejor espectáculo individual que se haya visto jamás en una cancha de fútbol”, publicó The Daily Graphic.
El arquero, que había debutado en Vélez a los 18 años y que se encontraba en el último tramo de su brillante carrera, recordó con suma humildad su actuación un tiempo después. “Yo digo siempre que la mejor manera de referirnos a ese partido es tomar las estadísticas. ¡Inglaterra remató 52 veces al arco! El asedio fue terribe. Llegaban de cualquier manera. Tuvo un par de atajadas y la gente me ovacionó cuando terminó”.
Después del partido, la delegación argentina fue agasajada por los ingleses en el Park Lane Hotel. Allí se elogiaron mutuamente e intercambiaron regalos. Los criollos obsequiaron mates y bombillas mientras que los locales entregaron vasos con la inscripción del festival. Luego se prometieron volver a enfrentarse y los jugadores argentinos volaron de regreso a Buenos Aires para ser recibidos como “cracks” y para entrar en la historia del clásico entre Argentina e Inglaterra al convertirse en los primeros en pisar el campo de batalla británico.

AA
Junio 2003

II

El match entre argentinos e ingleses había despertado una gran expectativa en ambos países, no sólo en el ambiente del fútbol, sino a nivel político. Cuando la delegación argentina partió de Ezeiza rumbo a Londres el 2 de mayo, el embajador británico, Richard Allis, dijo que esperaba que el partido “afiance la tradicional amistad entre ambos países”.
Los jugadores argentinos estaban muy entusiasmados ya que se trataba de la primera gira profesional de un a selección argentina por Europa y el rival era de lo más trascendental. “Estoy ansioso por comprobar la velocidad de los delanteros” sostuvo Norberto Yácono, capitán argentino. Era una muestra de confianza y una premonición de lo que luego sería un lamento para el argentino: el superior estado físico de los jugadores británicos.
El tema de las características físicas del equipo de Inglaterra era una preocupación para Argentina y con razón. El jugador inglés de menor estatura era el defensor Henry Cockburn, que medía 1,69 metros de alto. El resto del plantel no bajaba de los 1,80. Sin embargo, para los argentinos la diferencia física podía ser salvada por la habilidad de los jugadores criollos.
Además, Inglaterra se trataba de un equipo que venía jugando hace varios años con prácticamente el mismo plantel. La mayoría había participado del Mundial del 50´. El equipo sumaba 167 partidos internacionales y Tommy Wright y Stanley Matthews, cosechaban 36 cada uno, una cifra que superaba ampliamente la trayectoria de cualquier integrante del plantel argentino.
El equipo argentino llegó a Inglaterra y fue calurosamente recibido por autoridades de diversa índole. La concentración del plantel se llevó a cabo en el Hendon Hall Hotel, de las afueras de Londres y los entrenamientos tuvieron lugar en la cancha del club Arsenal, en Highbury.
Los jugadores argentinos y el cuerpo técnico fueron agasajados por la cancillería argentina, el alcalde de Londres y por los jugadores del Arsenal. Además, con el fin de dejar una buena imagen de su país, el plantel visitó el White Hall y colocó una corona de flores en la estatua de George Canning, ex canciller británico, quién reconoció la independencia argentina. También fueron a presenciar la final de la F.A Cup entre el campeón Tottenham Hotspur y el Liverpool.
En los entrenamientos previos al partido Argentina dejó una imagen sorprendente para la prensa británica y todo el ambiente futbolístico. Tom Whitaker, presidente del Arsenal, dijo estar “impresionado” con los jugadores argentinos a los que calificó como “artistas”.
Por su parte, el periódico News of the World publicaba: “Los argentinos nos van a dar mucho que hacer, tal vez demasiado”. A su vez, The Daily Graphic sostenía que Inglaterra se iba a enfrentar “a uno de los equipos más peligrosos del mundo”.
La expectativa era cada vez mayor. Dos días antes de que se jugara el encuentro las entradas estaban casi todas vendidas. El público inglés estaba ansioso por presenciar un partido que, sin lugar a dudas, era histórico. La emoción era tal que las localidades que costaban 10 chelines eran revendidas a 3 libras esterlinas. “Es el partido del Siglo”, anunció Bernard Joy, ex futbolista inglés y comentarista deportivo en las páginas del matutino The Star.
Mientras tanto, el director técnico de Argentina, Guillermo Stábile, estaba confiado con el rendimiento de su equipo, pero se mostró preocupado por el estado del campo de juego. El pasto alto y la fuerte humedad iban a generar un terreno muy blando que agotaría rápidamente las fuerzas argentinas. “En el terreno podemos hallar nuestro más serio adversario”, advirtió Stábile.

Un verdadero clásico

A continuación, para inaugurar esta sección deportiva, una serie de crónicas sobre todos los partidos entre los seleccionados mayores de fútbol de Inglaterra y Argentina.


El León de Wembley
En 1951, por primera vez en la historia, se enfrentaron los seleccionados nacionales de fútbol de Argentina e Inglaterra. Así, en un partido de características muy amistosas, casi diplomáticas, comenzó la serie de choques entre los “maestros” del fútbol y uno de sus mejores “alumnos”. Una serie de matches que, con el correr de los años, adornaría de emociones, gran juego y épicos acontecimientos al fútbol mundial, ya que no hubo ni habrá clásico intercontinental como éste.
La Selección Argentina era por entonces, por debajo de la de Uruguay, el mejor equipo de Sudamérica. Había logrado el subcampeonato del mundo en 1930 y había sido eliminada en el 38´ en los octavos de final. Pero los hechos más recientes lo habían encontrado como el gran ganador de los torneos sudamericanos, lo que hoy se conoce como la Copa América.
En el torneo sudamericano de Guayaquil de 1947, Argentina arrasó y eso elevó el prestigio del conjunto nacional de ese país. Los argentinos se jactaban de tener el mejor fútbol del mundo, pero todavía le faltaba rendir el examen intercontinental.
Pero Argentina se negó a participar del Mundial de Brasil de 1950 por lo que la prueba de fuego tuvo que esperar. Entonces, el presidente Gral. Juan Domingo Perón, de poca paciencia, le propuso a Valentín Suárez, presidente de la Asociación de Fútbol Argentino, organizar una gira de partidos amistoso por Europa, que abarcara especialmente las islas británicas.
“Armen un equipo y gánenle a esos ingleses que nos va a venir muy bien”, le habría dicho Perón a Suárez, según el relato del goleador argentino Mario Boyé. El partido finalmente se programó para el 9 de mayo de 1951, fecha en la que se inauguró el Festival de Gran Bretaña de Fútbol, organizado por Sir Stanley Rous, titular de la Football Association (F.A) y que incluyó más de cien encuentros entre clubes británicos y varios cotejos internacionales.
De esta manera, la selección argentina partió a Gran Bretaña con la misión de hacer valer el prestigio del fútbol argentino ante los ojos del mundo, aunque este mundo le era totalmente desconocido. Allá la esperaban los inventores del fútbol, sus maestros de principio de siglo. “Nuestro fútbol será exhibido ante el resto del mundo. Es la cosa más importante que hayamos inventado jamás”, sostuvo Rous en un comunicado a los participantes del festival.
En ese momento, si bien Inglaterra mantenía la reputación de ser los creadores de este deporte, tenía poco logros a nivel internacional. El equipo británico no había participado de los mundiales del 30´, 34´ y 38´ porque en esos años no era miembro de la Federación Internacional de Fútbol y Asociados (FIFA) que organizaba, y lo hace aún, las Copas del Mundo.
Recién jugó una Copa del Mundo en 1950, en Brasil, donde cosechó un discreto octavo lugar, luego de quedar eliminada en primera ronda tras vencer a Chile, perder sorpresivamente ante el débil Estados Unidos y caer ante los españoles.
Para colmo de males, la selección inglesa había perdido su invicto jugando como local en el mítico estadio de Wembley, “La Catedral del fútbol”. Por la British Cup disputada el 14 de abril de 1951 había sido derrotada por su archirrival Escocia, por 3 a 2. Es decir a poco menos de un mes de enfrentar a Argentina, los ingleses habían recibido un duro golpe, del cuál tenían que recuperarse a la fuerza.

VI

Cuatro homicidios, una pena
Las dos primeras audiencias del debate fueron claramente desfavorables para Juan. En la tercera la mano no cambió y, a la hora de los alegatos, la fiscalía pidió que el imputado fuera condenado a prisión perpetua como autor de la masacre de Rolo y su familia. Le atribuyeron al hombre los delitos de “cuádruple homicidio agravado por alevosía”.
La fiscalía se basó en que el imputado reconoció que estuvo en la escena de los crímenes la noche que fueron cometidos y que el asesino tardó en consumar la masacre y huir sin ser visto por nadie sólo cinco minutos, el tiempo que el acusado dijo tardar en regresar a la casa de las víctimas desde la parada de colectivos.
Para la fiscalía, esos cinco minutos eran insuficientes para que una sola persona llevara a cabo semejante matanza por lo que desacreditaban la versión del imputado.
También consideró los dichos de Juan cuando este contó que tras encontrar los cadáveres de las víctimas y abrazar el de su hermana, se deshizo del pantalón manchado con sangre y del cuchillo que sacó del cuerpo de una de sus sobrinas, por consejo de Don Eduardo.
Sin embargo, en un careo entre el imputado y el testigo, el vecino había negado haberse encontrado con Juan cuando salió a buscar al asesino en su auto y proporcionado un pantalón para que reemplazara al que tenía manchado con sangre y retener el cuchillo que llevaba el sospechoso.
Además, se citaron los dichos del psiquiatra oficial que durante el debate declaró que “Juan no gritó ni pidió auxilio, ni se quedó paralizado ante el cuadro que le tocó presenciar”, cuando, en realidad, esas son las reacciones lógicas de aquella persona que se encuentra en una situación tan dramática.
La fiscalía recordó que el perito señaló en el juicio que el imputado presentaba “una personalidad psicopática e histérica con componentes histriónicos”, que en el momento que dijo haber vivido tuvo en todo momento “un control racional sobre los hechos” y que lo único que le preocupó “fue que no lo culparan a él del crimen”.
Siempre según los dichos de la psiquiatra, en los tres exámenes que se le practicaron al imputado surgió que este era una persona “irritable, proclive al impulso e hipersensible cuando ve afectado su honor o su autovalor”.
En tanto, la defensa trató de desbaratar cada unas de las evidencias de la fiscalía basándose en el principio de in dubio pro reo, la duda que debe favorecer al acusado.
Era determinante de la inocencia del acusado la declaración de la hermana de Elsa, quien fue la primera persona en ingresar a la vivienda de las víctimas y forcejear con el asesino que finalmente huyó con la cara tapada con una remera.
Durante el juicio, la mujer declaró que ese hombre no era su hermano, sino un desconocido a quien no podía identificar.
En ese sentido, la defensa también recordó que la policía hizo dos identikits del asesino, uno dictado por la hermana de Elsa y otro por uno de los vecinos y que mientras uno coincidía con el rostro de Juan, el otro era completamente distinto.
Por último, la defensa alegó que el acusado era inocente porque una sola persona era incapaz de cometer una masacre así en sólo cinco minutos.
Finalmente, la Sala III de la Cámara en lo Criminal y Correccional de San Martín condenó a Juan a 25 años de prisión, más accesorias legales y costas, al ser hallado autor penalmente responsable de los homicidios simples en concurso real de su hermana, su cuñado y sus dos sobrinas.
“Es injusto, es injusto”, sólo alcanzó a Juan cuando escuchó la condena del tribunal.
En tanto, al finalizar la lectura del fallo, la hermana de Elsa y del entonces condenado se quedó a los gritos. “Mi hermano es inocente. Acá la policía no investigó a una persona de apellido Sánchez, también conocida como Piturro, que están relacionados con los narcotraficantes”, señaló.
Lo cierto es que ese tal “Piturro” nunca fue hallado y que, si bien la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de San Martín aceptó meses después revisar el fallo, éste no se modifico y Juan debió cumplir la pena.

AA
2007

V

Juan vs. Los testigos
Juan quedó alojado en la cárcel de Olmos hasta fines de junio de 1998 cuando fue trasladado a la comisaría 1ra. de San Martín, donde permaneció durante todo el desarrollo del juicio oral y público al se fue sometido acusado de la masacre de Rolo y su familia. La defensa estaba convencida de la inocencia del único imputado e iba a pedir la absolución del hombre.
El imputado fue el primero en declarar ante el tribunal ante el que aseguró: “En ningún momento hice semejante atrocidad de la que me culpan”.
Valdez recordó que el día de los homicidios llegó a la casa de su hermana alrededor de las 21.45 y luego de estar allí unos 15 minutos se marchó a su lugar de trabajo. “Pero cuando iba a llegar a la parada del colectivo me di cuenta de que me había olvidado la agenda y volví. Tardé unos cinco minutos en llegar y encontré la puerta abierta y en ese momento vi un cuadro horroroso”, explicó.
El acusado contó que luego de constatar que toda la familia estaba muerta, se fue del lugar por el miedo que le había causado ver los cuerpos de las cuatro víctimas. “Todos me preguntan por qué me fui. Pero yo no le deseo a nadie lo que vi esa noche, no sé si otro habrá presenciado algo tan horroroso”, indicó.
“De lo único que soy culpable es de haber tenido miedo y de haberme ido de la casa de mi hermana sin llamar a la policía, finalizó.
Cuando le preguntaron por qué había ido a la casa de su cuñado a las 21.45 si su horario de entrada al trabajo, como guardia de seguridad en un club ubicado a 11 kilómetros de allí, era a las 22, se limitó a contestar: “Yo siempre llegaba tarde”.
Luego, le preguntaron por qué le había pedido a dos compañeros de trabajo que mintieran a los investigadores sobre la hora a la que había llegado esa noche al club. El imputado se tomó unos segundos para responder e indicó: “Tenía miedo que me consideraran sospechoso”.
Respecto de su relación con su hermana, el acusado dijo que era buena, aunque hacía como dos años que no la visitaba. “El único problema que tuve es que a ella no le gustaba mi mujer porque era divorciada”, dijo al tribunal.
Uno de los testigos más importantes de los 65 previstos para el debate fue Don Eduardo, quien recordó que la noche del crimen estaba en su casa cuando salió a un baño exterior y escuchó tres disparos y a una nena que gritaba: “a papá no, a papá no” .
El hombre relató que luego observó que el portón de la vivienda de sus vecinos estaba abierto por lo que decidió ir a buscar a la hermana de Elsa, que vivía a una cuadra de allí.
“Ella entró y forcejeó con una persona que estaba dentro de la casa. Esta persona se cubría la cara con la remera y se escapó, era de mediana envergadura. Ella le gritó `hijo de puta, los mataste a todos´”, precisó el testigo.
El yerno de Don Eduardo, por su parte, declaró haber visto que el hombre que escapaba de la escena del crimen rengueaba de igual manera que Juan, a quien vio por televisión durante el velorio de sus familiares asesinados.
En tanto, un jefe policial declaró que en la masacre se usaron dos cuchillos y un revólver y no descartó que haya actuado una sola persona quien primero disparó el arma y luego acuchilló a las víctimas.
Según este detective, primero fue asesinado Rolo de un tiro en la cabeza mientras estaba en el baño, luego fue golpeada su esposa en la boca y llevada al dormitorio, donde la colocaron entre sus dos hijas. “Entonces el asesino efectuó cinco disparos que anestesiaron a las víctimas y las remató a puñaladas utilizando dos armas blancas”, indicó.

IV

El asesino en la sangre
La policía bonaerense y la justicia de San Martín habían reaccionado rápidamente a la hora de investigar los crímenes de Rolo y su familia. Apenas 48 horas después de la masacre, Roberto estaba preso acusado de ser el autor material de los cuatro homicidios. Sin embargo, en el círculo íntimo de las víctimas había más personas que estaban enemistados con algunas de las personas asesinadas.
Dos días después del apresar al sospechoso de siempre, los detectives detuvieron a Juan, hermano de Elsa, en su casa de Moreno, donde los policías secuestraron cuchillos, estiletes y un revólver calibre 22, similar al utilizado en la matanza.
Juan reconoció luego ante la Justicia que desde hacía tres años estaba enemistado con su hermana por lo que esa situación lo dejaba más cerca que Roberto del banquillo de los acusados.
En su indagatoria, el sospechoso admitió que había estado en casa de la mujer la noche del 26 aunque aseguró ser inocente y que se retiró del lugar tras una breve visita. Sin embargo, el hombre contó que minutos después de retirarse de la vivienda de su hermana, caminó unas dos cuadras y se dio cuenta que había olvidado una agenda por lo que decidió regresar.
Cuando estaba a pocos metros de la casa escuchó tiros, aunque no vio salir a nadie de la casa. Entonces ingresó a la vivienda y encontró a su hermana muerta, con un cuchillo clavado en el pecho, tras lo cual la abrazó y salió a la calle a pedir ayuda. Al relatar que abrazó el cadáver de Elsa justificó el hallazgo de un pantalón manchado con sangre en su casa de Moreno.
Respecto de su enemistad con su hermana asesinada, señaló que Elsa no aceptaba a su pareja aunque pero aclaró que, a pesar de ello, la quería. En cuanto a Rolo, el sospechoso dijo que se llevaban bastante bien.
A pesar de que la coartada parecía coherente, los investigadores policiales y judiciales admitían que el hombre estaba muy comprometido y que en la declaración indagatoria había incurrido en gruesas contradicciones.
Siete días después de la detención, Juan pidió ampliar su indagatoria, en la que volvió a afirmar sus dichos de la primera declaración y agregó algunos detalles irrelevantes sobre la noche de los crímenes.
La policía bonaerense, por su parte, tenía una hipótesis muy concreta en la que este hombre era un asesino que se había sentido humillado por su hermana que lo tildaba de “cornudo” y le decía que el hijo que esperaba su pareja era de otro hombre, por lo que el sospechoso quiso vengar todas esas burlas.
Consultado sobre qué había hecho durante la hora y media que estuvo en la casa de su hermana, Juan dijo que no se acordaba porque había sufrido amnesia, por el shock que le provocó ver a sus parientes masacrados.
Los peritajes psiquiátricos luego determinaron que el sospechoso se trataba de una persona que controlaba de sus actos y no era un alienado mental, aunque si tenía signos de hemiparesia, similar a una hemiplejia, porque tenía paralizado el brazo derecho.
Con todos estos datos, a fines de diciembre, Juan quedó procesado con prisión preventiva mientras que Roberto fue excarcelado con la falta de mérito.

III

El sospechoso de siempre
Mientras los restos de Rolo y su familia eran velados en una cochería de Los Polvorines, Roberto, el compañero de trabajo del hombre asesinado y que estaba bajo sospecha, fue detenido por la policía en su vivienda de Don Torcuato.
En dicho inmueble, los policías hallaron ropas con manchas de sangre que fueron examinadas para determinar si pertenecían a las víctimas y dos cuchillos cuyas características coincidían con las de las armas utilizadas en la masacre, según las pericias realizadas en las heridas de los cuatro cadáveres.
Roberto era un hombre que, según los investigadores, se caracterizaba por reservado, hosco, de mal carácter y mantenía una problemática relación laboral con Rolo, por lo que estas características apoyaban la hipótesis del crimen por venganza.
Al momento de ser detenido, el sospechoso admitió haber tenido problemas laborales con Rolo aunque dijo ser inocente.
Las sospechas de los pesquisas indicaban que Roberto cometió la matanza mientras el matrimonio y sus dos hijas dormían ya que todos vestían ropa de cama y se habían acostado temprano a raíz de que en la zona se había cortado el videocable y no podían ver televisión. La otra hipótesis, en cambio, apuntaba a que el asesino los había llevado a la fuerza hacia sus habitaciones.
Tras el arresto del sospechoso, un investigador judicial señaló que dos más habían participado del hecho ya que se habían utilizado dos armas blancas y un revólver calibre 22 y había una gran cantidad de puñaladas.
“Por la saña con la que se realizó la matanza y con un denominador común que es el que mataron a una misma familia, aparentemente, lo que se está manejando es que el móvil fue una venganza por un problema en el trabajo”, explicó el pesquisa.
Roberto fue llevado a los tribunales de San Martín para ser indagado por la jueza del caso, al tiempo que los restos de la familia asesinada fueron inhumados en un cementerio privado de Moreno.
Luego, el sospechoso fue indagado durante tres horas y media y en es declaración volvió a decir que era inocente y que tenia una enemistad de vieja data con Rolo. También aclaró que era bebedor y que en alguna circunstancia en que estuvo borracho había intimidado a su compañero de trabajo.
El sospechoso dijo además que no conocía a la esposa de Rolo ni sabía dónde vivía pero que sí había visto a las hijas del hombre cuando éste en una ocasión las llevó al complejo donde trabajaban.
La relación entre Rolo, uno de los jefes de vigilancia del complejo, y Roberto era poco cordial ya que desde hacía varios meses el sospechoso soportaba suspensiones constantes debido a sus reiteradas faltas al lugar de trabajo.
Según la policía, la víctima había decidido romper el contrato con el sospechoso debido a su ineficiencia en el trabajo, lo que llevó, presumiblemente, al imputado a amenazarlo de muerte, incluso delante de otros compañeros.

II

Las primeras tareas investigativas
Los salvajes asesinatos de Rolo y su familia conmocionaron a toda la opinión pública a fines de noviembre de 1995, por lo que los investigadores policiales y judiciales estuvieron presionados desde un principio para obtener rápidamente buenos resultados en la pesquisa.
Si bien los efectivos policiales de la Brigada de Investigaciones de General Sarmiento se basaban en la hipótesis de la venganza que había instalado la jueza del caso, no descartaban otras hipótesis que vinculaban a las víctimas con un ajuste de cuentas por drogas, a un drama pasional e, inclusive, a la motivación religiosa o ritual.
Para algunos detectives la venganza del “mundo de la droga” se fundamentaba en que las víctimas habían cambiado últimamente su forma de vida, demostrando tener mayor solvencia económica aunque otros la vinculaban con un endeudamiento de la familia.
Respecto del crimen pasional, la policía especulaba con que el hijo que esperaba Elsa podía ser del asesino, quien habría decidido matar a su marido, a las dos hijas y por último matarla ella para acabar con toda la familia.
Casi dos días después de la masacre, los detectives policías ya tenían en su poder un identikit del homicida elaborado en base a los testimonios de vecinos que vieron salir a ese hombre de la casa de las víctimas.
Según la hermana de Elsa, era un hombre de alrededor de 35 años y tez morena y de acuerdo a Don Eduardo, era un joven de 1,70 de estatura, delgado, sin barba ni bigotes, con jeans, remera gris y mangas claras, que se dio a la fuga en un automóvil oscuro.
La hipótesis más firme que manejaban los investigadores indicaba por entonces que el asesino era alguien conocido de las víctimas ya que, entre otros elementos, el perro de Rolo era un celoso guardián pero no ladró al momento de los homicidios.
Es más, por el estado en que estaba la cocina, los pesquisas creían que el asesino hasta había cenado con las víctimas antes de asesinarlas brutalmente.
En tanto, a partir del identikit, los detectives centraron sus sospechas en un compañero de trabajo de Rolo en el complejo deportivo y de recreación de Bancalari ya que el similar físico era notable. Entonces, cientos de agentes comenzaron buscarlo en distintas zonas alejadas del Gran Buenos Aires en las que se sospechaba que estaba oculto.
Mientras tanto, los expertos del Servicio de Investigaciones Técnicos (Seit) de la Policía Bonaerense determinaron apenas finalizadas las autopsias, cuya duración fue de tres horas cada una, que Rolo había sido asesinado en el baño de su casa y el resto de su familia en los dormitorios. Todos presentaban un disparo de revólver de calibre 22.
Según los forenses, las cuatro víctimas presentaban 40 cuchilladas en total, ninguna de ellas en el rostro, que fueron efectuadas con dos armas blancas. Sin embargo, sólo alcanzaron a matar de esa forma a Elsa y a Tatiana. Además, el homicida mostró especial ensañamiento con la mujer embarazada a quien le aplicó seis puñaladas en el torso.

La masacre de Rolo y su familia

La historia de un hombre humillado que, por venganza, asesinó a golpes cuchilladas y balazos a un hombre, a la esposa embarazada de éste y a las dos hijas menores de edad del matrimonio.
Rolo trabajaba en noviembre de 1995 en una empresa de seguridad privada y se encargaba, precisamente, de la vigilancia de un complejo deportivo y de recreación cercano a la estación de trenes Bancalari, de San Fernando, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
En aquel entonces, el vigilador estaba casado con Elsa, quien estaba embarazada de nueve meses. El matrimonio tenía dos hijas: Tatiana de 9 años, y Noemí, de 13. Toda la familia residía en Pablo Nogués, en el noroeste del conurbano.
Rolo y su familia eran pentecostales y habitaban una humilde vivienda donde convivían con un perro que custodiaba la casa y con vecinos que los conocían desde hacía tiempo y los consideraban buena gente y trabajadora. El barrio estaba ubicado a 200 de la ruta 197 y en la puerta de la vivienda se podía ver estacionado el automóvil Dogde 1500 amarillo que el vigilador había puesto recientemente a la venta a 1800 pesos.
La noche de un domingo de fines de noviembre, alrededor de las 21.15, un hombre ingresó a la casa en momentos en que todos los integrantes de la familia se disponían para ir a dormir. Casi una hora más tarde, este hombre abandonó rápidamente la vivienda ante la vista de varios vecinos del barrio. Dos de ellos, la hermana de Elsa y Don Eduardo, casi fueron atropellados por el desconocido cuando escapaba del lugar.
La hermana de Elsa había escuchado disparos de arma de fuego provenientes del interior de la casa de su cuñado Rolo, por lo que se acercó al lugar acompañada por Don Eduardo, quien, al ver correr al desconocido, intentó perseguirlo pero sólo lo hizo por media cuadra sin poder alcanzarlo.
Luego, el vecino decidió regresar a la vivienda de Rolo al escuchar los gritos de la hermana de Elsa, aterrada por el macabro escenario que vio en el interior de la vivienda.
“A Elsa la vi tirada en el piso en medio de un charco de sangre, las nenas estaban en el dormitorio, también ensangrentadas, y por último Rolo yacía muerto en el baño, con un balazo en la cabeza”, describió Don Eduardo.
A simple vista, cada una de las víctimas presentaba golpes y varias cuchilladas en distintas partes de sus cuerpos y habían sido rematadas de un disparo de arma de fuego en la nuca. Los propios investigadores policiales describieron el hecho como un cuadro espantoso en el que el asesino no tuvo piedad con nadie.
Los ingresos de la vivienda no habían sido forzados, no había desorden en las habitaciones de la misma y no se registró faltante de ningún elemento de valor por lo que dos cosas eran seguras para los policías que inspeccionaron minutos después de las 22.30 la escena del cuádruple homicidio: no se había tratado de un robo y el asesino conocía a las víctimas.
Por el ensañamiento con que el había asesinado a la familia, los investigadores creían que podía llegar a tratarse de una venganza.