El crimen del militante XV

Doce días después de haber desaparecido por unas 24 horas, Severo finalmente declaró como testigo en el juicio por el crimen de Ferreyra. “Vine acá a decir mi verdad”, dijo el ferroviario apenas se sentó frente al Tribunal vistiendo un chaleco antibalas y protegido por tres gendarmes.[1]

Respecto del homicidio, el testigo declaró que el día anterior al hecho hubo una reunión en el Museo Ferroviario Bonaerense, en Avellaneda, con “gente de Ferrobaires y de la Unión Ferroviaria” pero que nunca supo qué se habló en ese encuentro, aunque aclaró que en ese lugar se hacían reuniones “para generar algo, como si había que salir a manifestar o a un acto político”.[2]

“El 20 sucede algo horrible, mi vivienda es tiroteada, se me acercan ferroviarios a contar lo sucedido y a través de otro, Ricardo Guardo, me entero que Benítez fue convocado para ir a Avellaneda a ´sacar a esos zurdos´", dijo Severo en referencia a Alejandro Benítez, un testigo protegido.[3]

Severo relató que la madrugada posterior al crimen recibió en su casa de Gerli una nota manuscrita con datos sobre quién había sido el autor de los disparos que mataron al joven militante del PO.

También dijo que un empleado que había sido subordinado suyo en las oficinas de la empresa en Constitución, apodado “Muqueño”, guardaba armas supuestamente provistas por “algunas bandas de Ferrobaires” en una precaria casa en los terrenos del ferrocarril, que le había dado como vivienda tras dormir en un vagón.

-¿Qué tiene que decir de José Pedraza? -preguntó el abogado Froment al testigo.

-Tengo que decir que tuvo una responsabilidad o irresponsabilidad después del 90´, de querer ser empresario y eso llevó a ferroviarios a perder puestos, a que se tercerizara, lo sabíamos todos, nos dejó a 50.000 sin trabajo por los arreglos que tenía con Carlos Menem.

-¿Que los ramales se cerraran era responsabilidad de Pedraza o del gobierno de turno? –continuó el letrado hasta que el tribunal le indicó que no avanzara con esa pregunta.

-Me refiero a que no fuimos defendidos, nos entregaron. Él como dirigente gremial tendría que habernos cubierto y no dijo nada.

En la misma jornada declaró Lucas Lescano, quien dijo que le ofrecieron 50 pesos por dos redoblantes y un repique para concurrir al desalojo de los manifestantes que cortaban las vías el día del crimen a favor de los mercerizados.

“Un conocido de un campeonato de fútbol al que le dicen `Chavo` me ofreció esa plata por cada instrumento para tocar como murga. Como yo la necesitaba fui”, dijo el testigo y agregó que lo “levantaron” en un micro que pasó a unas cuadras de su casa en Florencio Varela y que los dejó junto a las vías en Avellaneda.[4]

Lescano declaró que no se unió al grupo de loa ferroviarios aunque, según los pesquisas, en uno de los videos se los ve junto al acusado Favale. Sin embargo, el testigo negó conocerlo aunque admitió que era de su padre un Nextel desde el que se realizaron 32 llamadas al aparato del imputado y 36 desde el de éste al suyo después del crimen.

En tanto, en la audiencia del jueves 18 de octubre, el empleado ferroviario Marcelo González identificó al acusado Favale como el autor del disparo que mató a Ferreyra y también complicó al imputado Díaz al ubicarlo en la escena del crimen dando órdenes y arengando a los trabajadores que habían convocado.

“Yo lo ví al loco de mierda este, disculpe la expresión, pero es un loco de mierda, disparar y al chico agarrándose la panza”, contó el testigo en referencia a Favale, sobre quien dijo que era conocido entre los ferroviarios y que el comentario era que trabajaba como “custodio” del delegado Díaz.[5]

“Yo solo escuché las detonaciones de Favale, porque lo tenía al lado”, afirmó el testigo y añadió que tras los disparos lo escuchó gritar en dirección a Díaz: “¿Viste que le di en la panza?”.[6]

Respecto de Díaz, González contó que cuando se encontraban en Avellaneda, el delegado los trató de “cagones” porque no bajaban de las vías para agredir a los manifestantes. Después, dijo, se produjo la primera serie de hechos violentos y la movilización se trasladó a Barracas donde vio que “de repente llegó un grupo” cuyos integrantes “venían eufóricos”, y entre ellos reconoció a Favale.

González explicó que para ese momento los manifestantes ya estaban a unas tres cuadras de ellos, por lo que “la idea era correrlos para que se asusten”. Además, dijo que él llevaba un ladrillo en una mano pero que lo soltó cuando se produjo una nueva pelea.

“Corrí y mientras retrocedo, lo vi patente, uno de los chicos del PO se agarró la panza y se tiró para atrás, yo después me entero que el chico este era Mariano”, indicó el testigo y agregó que luego se fueron del lugar sin que la policía intentara detener a nadie y que al día siguiente, en el trabajo, “era un silencio total, la gente estaba asustada”.[7]

Otro de los acusados, el “Payaso” Sánchez, también quedó comprometido cuando en la jornada del lunes 22 de octubre, el testigo protegido Diego Cardías describió a uno de los tiradores con características fisonómicas muy similares a las suyas. Este testigo dijo que vio a esta persona disparar cinco veces justo antes de que Ferreyra cayera baleado.

También contó que antes de ir ala convocatoria ferroviaria en Avellaneda, pasó por la estación de Remedios de Escalada donde vio al delegado Díaz organizando a un grupo de trabajadores


El crimen del militante XIV

“Cuando lo subimos a la ambulancia, yo sabía que Mariano estaba muriendo. Una compañera me dijo que no, pero estaba en sus últimos suspiros”, declaró el martes 9 de octubre Nancy Arancibia Jaramillo, una militante del PO que estuvo junto a Ferreyra cuando éste fue baleado en Perdriel y Luján, de Barracas.[1]

La testigo contó que hubo una primera serie de incidentes en la que ella recibió una pedrada en el cráneo. “Cuando me rompen la cabeza aparecen por la orilla de la calle dos policías y se ponen a disparar. Esas sí que eran balas de verdad porque salía fuego, era impresionante como tiraban”, recordó.[2]

Luego, Jaramillo dijo que comenzó a ser entrevistada por unos periodistas que cubrían los hechos y que en ese momento vio bajar del terraplén de las vías a un grupo de ferroviarios. “Bajaban apurados, se tiraban del terraplén, le dije a la periodista por favor no apagues la cámara porque estos nos vienen a matar”, indicó y entre esos ferroviarios la testigo precisó que había un hombre con cuello ortopédico, como tenía el imputado González.[3]

Entonces, la testigo dijo que huyó del lugar y en ese momento vio a Ferreyra: “Veo a Mariano retroceder por el medio de la calle, lo llamo, retrocedía despacito, se agarra contra la pared y va cayendo despacito, pensé que estaba desmayado y pensaba que si lo dejaba lo iban a patear, matar, nunca me imaginé que tenía una bala adentro”.[4]

A su turno, Andrea Noemi Yulis, declaró que miembros de la Unión Ferroviaria guardaban armas dentro de la sede de la empresa en la estación de trenes de Constitución y apuntó a “gente de Pedraza y de Juan Carlos Fernández”.[5]

Según la testigo, las armas eran guardadas “en el sector de encomienda, donde hay un gimnasio” y que en ese lugar vio al acusado “Favale” unas “dos o tres veces un mes antes del hecho”.

También señaló que el ataque a tiros contra la casa de Severo ocurrido un día después del crimen fue cometido por la misma “gente”.

En la siguiente audiencia, desarrollada el jueves 11 de octubre, declaró Jorge Hospital, miembro de la lista Gris de la Unión Ferroviaria, opuesta a la Verde de Pedraza, y aseguró que un compañero de trabajo le contó que al acusado Sánchez lo había visto armado.

“Me dijeron que hacían ostentación de armas en Constitución y más de una vez y un compañero me refirió que a él le apuntó Sánchez con un arma de fuego en forma risueña cuando jugaban al metegol en una sala de guardas y extrajo un arma como chanza”, indicó.[6]

Según Hospital, “Pedraza manejaba el gremio con autoridad ejercida a través de Juan Carlos Fernández del Roca y este a través de delegados como Pablo Díaz” y que se oponía a la incorporación a planta permanente de los trabajadores mercerizados.[7]

En ese sentido, el testigo contó que desde que UGOFE se hizo cargo de las líneas del ferrocarril incorporó “más de 15 empresas tercerizadas de inmediato”.

Por su parte, Karina Benemérito, secretaria de Relaciones Internacionales de la Unión Ferroviaria, ex integrante de la comisión de Reclamos del Roca y boletera de esa línea de trenes, declaró que el día del crimen se encontraba junto a Pedraza y Fernández en un congreso llamado “Latin Rieles" en la sede del gremio, al que también asistió el entonces secretario de Transportes de la Nación, Juan Pablo Schiavi.

La testigo admitió que recibió llamados a su teléfono celular por parte de delegados que estaban en el lugar de los hechos de violencia que terminaron en el crimen del militante del PO. “Tenía llamadas perdidas, una de Daniel González”, dijo la mujer que agregó que se enteró del crimen de Ferreyra por los medios.[8]

También declaró Gustavo Zeni Jaunsarás, quien fue gerente de contratos privados de UGOFE y dijo que “por la extensión del ferrocarril, la directiva era no depender de una sola empresa” tercerizada.

En tanto, Hugo Recalde, ex tercerizado de la firma Aumont, declaró que al momento de participar de la manifestación del 20 de octubre de 2010 se encontraba despedido y reclamaba por su propia reincorporación.

“Fui tercerizado durante 5 años (…). Cuando ingresé, el básico era de $1020. Con los descuentos, me quedaban $900 en la mano. Los ferroviarios de planta, en cambio, ya cobraban $3000. Pasé a planta después del asesinato de Mariano. Hago las mismas tareas que antes pero cobro el triple”, contó el testigo.[9]

Respecto de las primeras agresiones en el puente Bosch, Recalde relató: “Desde arriba del terraplén nos tiraban piedras, y abajo, la policía nos disparaba balas de goma. Éramos atacados por los dos frentes”.[10]

Mientras que en la jornada de lunes 15 de octubre, el testigo Roberto Menón, declaró que la cuñada del imputado Pedraza, “Silvia Coria estaba al frente” de una de las cooperativas contratadas por UGOFE.

Menón dijo que él era contador y había realizado trabajos en oficinas de la esposa de Pedraza, Graciela Coria, donde se llevaba la contabilidad de las cooperativas que supuestamente no dependían del gremio ferroviario.

Otro testigo, Eduardo Pereyra, de la gerencia de UGOFE Roca, también vinculó la cooperativa con Pedraza. “Estaba relacionada con la Unión Ferroviaria”, explicó.[11]


El crimen del militante XIII

Alfonso Severo, un trabajador ferroviario, debía declarar el jueves 4 de octubre como testigo en el juicio por el crimen de Ferreyra pero no se presentó ese día porque la noche anterior “desapareció”.

Severo, de 54 años y empleado de Ferrobaires en el barrio de Constitución, había declarado en la etapa de instrucción de la causa que un día antes del crimen “todo el personal” de la empresa “fue citado por Humberto Martínez”, el delegado de la Unión Ferroviaria, quien les dijo que tenían que ir la mañana siguiente a la estación de Avellaneda para “impedir el corte de vías” de los tercerizados. “El que no viene, que se olvide de todo”, recordó el testigo que les dijo el delegado en aquel entonces.[1]

El testigo dijo que él se negó a ir a la convocatoria y que por ello la noche del crimen fue atacada a tiros su casa de la localidad bonaerense de Gerli, partido de Avellaneda.

También había declarado que se guardaban armas en la sede de Ferrobaires en Constitución y en el Museo Ferroviario de Avellaneda, al tiempo que en los videos grabados en el lugar donde el día del crimen se produjeron los incidentes entre los manifestantes y los ferroviarios, reconoció a los agresores como miembros de dicha empresa y también de Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (UGOFE) del Roca.

De acuerdo a la familia del testigo, éste desapareció alrededor de las 22.30 del miércoles 3 de octubre, cuando salió de su casa a bordo de su Renault Clío en dirección a la casa de su hijo a la que no llegó.

Ante esa situación, su esposa radicó la denuncia en la comisaría de Gerli cuyo personal dio intervención a los efectivos de la DDI Lomas de Zamora y al fiscal Elbio Laborde, de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) descentralizada 3 de Avellaneda.

“No tenemos rastros de él desde anoche. Estaba muy entusiasmado por poder declarar hoy. En ningún momento él se hubiera borrado. Pongo las manos en el fuego por mi padre”, dijo Gastón Severo, hijo del testigo, y agregó que en los días previos habían recibidos llamados sospechosos y amenazas verbales.[2]

Al conocerse públicamente la denuncia de los Severo, el ministro de Justicia y Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, ordenó al personal de la Dirección de Personas Desaparecidas de la Subsecretaría de Justicia, y de las Superintendencias de Investigaciones y de Delitos Complejos de la policía provincial intensificar las tareas de búsqueda para localizar al testigo.

En el mismo sentido, la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, ordenó a las fuerzas federales que dependían de la cartera a su cargo realizar una búsqueda a nivel nacional de Severo, mientras que la procuradora General, Alejandra Gils Carbó, dispuso que también participe de la pesquisa el fiscal José María Campagnoli, de la Unidad Fiscal de Investigación de Delitos con Autores Ignorados.

En tanto, el ministro de Justicia y Derechos Humanos, Julio Alak, aclaró públicamente que Severo se encontraba fuera del Programa Nacional de Protección de Testigos ya que el propio ferroviario ni la Justicia habían solicitado ser incluido en el mismo.

Por su parte, Gabriel Solano, abogado del PO, en declaraciones a la prensa realizadas en las puertas de los tribunales donde se llevaba una nueva audiencia del juicio consideró que la desaparición de Severo era “un mensaje mafioso” para que otros testigos no se presentaran a declarar.

Mientras la noticia de la desaparición de Severo y las repercusiones políticas que habían comenzado a generarse ocupaban todos los medios periodísticos, el auto del testigo fue encontrado por la policía en una calle cercana a su domicilio, en Gerli.

Por otro lado, dentro de la sala de audiencias, Osvaldo Vázquez, un militante del Movimiento Teresa Rodríguez, declaró haber visto a un hombre disparar con arma de fuego ubicado sobre la calle, hacia los manifestantes “mercerizados” y los militantes de grupos de izquierda que los acompañaban, cuando éstos ya se estaban desconcentrando.

Luego, José Andino, también del Movimiento Teresa Rodríguez, declaró haber visto a dos tiradores, uno con un revólver y otro con una escopeta.

A su turno, Leonardo Franzin, empleado en los talleres de Remedios de Escalada del ex ferrocarril Roca, que antes del crimen de Ferreyra habían convocado a los trabajadores para ir a Avellaneda. “A algunos les decía que iban a un acto, a otros directamente a reprimir una protesta” y que tras el asesinato “los delegados hicieron una reunión en el comedor para que nadie hablara”.[3]

Por su parte, Juan Molina, compañero de trabajo de Franzin, declaró que él si fue a la estación Avellaneda y que cuando los ferroviarios estaban allí se les unió otro grupo que empezó a arengar para ir hacia los manifestantes, por lo que bajaron de las vías donde y comenzaron a avanzar con los recién llegados gritando desde atrás.

En ese momento dijo que escuchó “dos tiros” y que él recibió una pedrada en la espalda. “Mis compañeros dijeron ´hay fierros´ y corrimos de nuevo a las vías”, recordó y agregó que cuando corrían a los manifestantes se toparon con dos patrulleros en la calle. “Pensé que no nos iban a dejar pasar, pero nos dejaron”, concluyó.[4]

Tras una nueva jornada del juicio, y mientras Severo permanecía desaparecido, manifestantes de distintos partidos políticos y organizaciones sociales marcharon a Plaza de Mayo para reclamar por la aparición con vida del testigo. En los que se movilizaron estuvieron miembros y dirigentes del PO, del Partido de los Trabajadores Socialista (PTS), del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), la Izquierda Socialista (IS), del Partido Comunista Revolucionario y el Partido Obrero y de la JP Peronismo Militante, entre otros.

Finalmente, casi un día después de haber desaparecido, Severo apareció “maniatado” y “descalzo” en la esquina de pasaje Clemenceau y Mariano Acosta, en la localidad de Piñeiro, e Avellaneda, donde fue encontrado por un empleado del Diario Popular que vive allí y dijo haberlo visto “mareado” y “confundido”.

Este empleado contó que el testigo le dijo que había estado secuestrado y que sus captores lo acababan de liberar, y le pasó los números de teléfono para que llamara a sus familiares. Éstos llegaron poco después para auxiliarlo y lo llevaron al Hospital Presidente Perón, ex Finocchietto, de Avellaneda, donde, según su hijo Gastón, se lo notó “golpeado” y “shockeado”.

Severo fue asistido y poco después de la medianoche volvió a su casa de Gerli donde dijo a la prensa: “El mensaje no fue para mí; fue para la Presidenta”.

“Se tienen que dar cuenta algún día, alguien. Qué pasó. Hace tres años que no nos da bola nadie. Las bandas siguen actuando, los tipos siguen poniendo plata. ¿Y plata de dónde?”, expresó.[5]

Ese mismo viernes 5 de octubre, Severo declaró durante cinco horas antes el fiscal Laborde y aseguró que sus captores lo amenazaron para que se dejara de “joder con los trenes”.

“Me dijeron que no me meta más con el ferrocarril, que ahí no voy a volver nunca más. Me decían que era un buchón, un vigilante, que piense en mis hijos”, señaló al retirarse de la fiscalía.[6]

El testigo agregó que podía identificar al menos tres voces distintas entre sus secuestradores y realizar el identikit del único de los captores al que alcanzó a ver.


El crimen del militante XII

“El 20 de octubre de 2010 yo estaba trabajando en la estación Avellaneda. Vi a un grupo encabezado por Pablo Díaz haciendo inteligencia en el lugar”, declaró el jueves 20 de septiembre Omar Merino, militante del PO, en referencia al imputado Díaz.[1]

Según el testigo, el día del crimen de Ferreyra, justo antes de que se produjera el homicidio, él había ido a la marcha a favor de los mercerizados junto a una compañera y que ese grupo de los ferroviarios lo amenazaron: “Zurdo, los vamos a matar. ¿Por qué trajeron mujeres y chicos?”.[2]

Merino contó que tras cruzar el puente Bosch observó dos patrulleros que estaban cruzados en la calle pero que luego se colocaron en paralelo y dejaron el paso libre entre ellos.

El declarante recordó que tras la asamblea y cuando comenzaba a desconcentrar se produjeron los hechos más violentos. “Cuando nos íbamos, vemos que se nos viene encima la patota. Formamos un cordón para contenerlos. Nos tiraban palos, piedras, botellas”, precisó y agregó que en ese momento vio “un tirador en medio de la calle” vestido con pantalón de ferroviario.[3]

“Cuando retrocedieron, un grupo de compañeros los corrimos hasta donde estaban los patrulleros. Les recriminamos que no hicieran nada y cuando volvimos, vi en el suelo, al lado de un auto, un cartucho rojo de escopeta. `Nos tiraron con todo` me dice un compañero”, agregó Merino.[4]

En otro tramo, el testigo se refirió a la conducción de la Unión Ferroviaria y, en ese sentido, dijo que Pedraza quería "”preservar su dominio en el gremio, los trabajadores ferroviarios de planta eran 4.500 y los tercerizados 1.500 que no pueden votar”.[5]

“El sindicato explotaba compañeros, los tenía fuera de convenio y por un tercio de sueldo”, indicó.[6]

En la audiencia del martes 25 de septiembre, Marcelo Carlos Beruir Varterian, un joven que participó de la marcha en favor de los mercerizados, declaró que primero fueron atacados a “piedrazos y botellazos” mientras “la policía auxiliaba al grupo agresor”.

Y como consecuencia de ese primer ataque los manifestantes retrocedieron. “Ellos habían logrado lo que querían: que no cortemos las vías; por lo que debimos suspender la actividad propuesta ya que no estaban dadas las condiciones; no queríamos provocar ni responder a las agresiones”, contó.[7]

En ese momento dijo que vio a una persona que “con total impunidad en el medio de la calle disparaba un arma”.[8]

“Primero pensé que eran balas de salva o de fogueo, no creí que fuesen balas de plomo, pero luego me dijeron que lo habían alcanzado a Mariano”, relató el testigo.[9]

Por su parte, un vendedor ambulante de sándwiches identificado como Ulises Rafael de Oliveira, declaró que los militantes del PO “estaban tranquilos, en orden, con sus banderas y en forma pacífica”.

Mientras que Ariel Pintos, quien fue herido de bala en los mismos hechos que terminaron con la muerte del joven militante, declaró el jueves 27 de septiembre como testigo en el juicio y apuntó contra la Unión Ferroviaria entonces conducida por el acusado Pedraza.

“La UF jamás nos acompañó en nuestro reclamo. Gente de la cooperativa del Mercosur (trabajadores tercerizados) eran amenazados por Pablo Díaz y por su gente, que iban armados para que no entren a las reuniones”, dijo el declarante.

Pintos, quien recibió un tiro en una pierna cuando quiso junto a otros manifestantes cortar las vías en la estación Avellaneda, indicó: “Veo que detrás de los árboles y de los autos sale una persona tirando hacia adelante”.[10]

El 2 de octubre, Gerardo Dell Oro, un fotógrafo del diario Clarín que fue enviado a cubrir los incidentes en los que fue asesinado Ferreyra declaró que escuchó festejar el crimen. “Era una voz masculina, dicha en tono normal de uno a otro detrás mío, que decía ´un zurdito menos´”, recordó.[11]

El reportero gráfico aclaró no haber visto al autor de la frase aunque estimó que pudo ser uno de los integrantes del grupo de los ferroviarios ya que solo llegó a fotografiar a esas personas.

Otro testigo, Matías Avellaneda, custodio del playón de la empresa Chevallier, declaró que los manifestantes estaban “con palos, piedras y gomeras” aunque aseguró que no les vio “armas de fuego”.

“No estaban desafiantes y no me produjeron temor pero les decían a los ferroviarios `vengan` con gritos e insultos”, recordó el testigo.[12]

El crimen del militante XI

El comisario Héctor González, titular de la seccional 1ra. de Florencio Varela, declaró el martes 11 de septiembre que conocía al acusado Favale como integrante de la barra brava de Defensa y Justicia porque aquel solía concurrir a la dependencia a su cargo parea coordinar los operativos de seguridad de los partidos de dicho club.

Este testigo contó que los efectivos de la Policía Federal le solicitaron colaboración para detener a Favale por el crimen de Mariano Ferreyra y que participó del allanamiento al domicilio del imputado y a la remisería en la que trabajaba, ambos con resultado negativo.

El comisario González declaró que luego de esos procedimientos recibió un llamado del Favale, a quien le dijo que era buscado por el homicidio del joven militante, a lo que el acusado le aseguró que él no tenía nada que ver con el crimen.

“Le dije que si no tenía nada que ver se presentara, pero me dijo que no lo haría porque estaba viajando a Chascomús”, recordó el jefe policial.[1]

Pero la situación de Favale quedó aún más comprometida cuando el jueves 13 de septiembre, un nuevo testigo, el militante del PO, Néstor Miño, lo identificó como uno de los tiradores durante los incidentes que terminaron con el crimen de Ferreyra.

“El tirador tiraba en medio de la calle, disparando a media altura, al cuerpo, no hacia abajo o arriba y yo les dije a mis compañeros que si volvía a verlo lo reconocía. Y lo vi en la televisión, era Cristian Favale”, Miño.[2]

Este testigo recordó que antes del crimen hubo un primer “enfrentamiento cuando los compañeros quisieron subir a las vías” y el grupo de los ferroviarios se los impidió.

Miño dijo que en ese enfrentamiento escuchó “algunas detonaciones” pero que pensó que eran de la policía y señaló que los ferroviarios “tiraban piedras” mientras que algunos de los manifestantes se defendían con “gomeras”.

El declarante indicó que cuando se trasladaron a Barracas y luego de la asamblea en la que los manifestantes decidieron desconcentrar, se produjo el segundo enfrentamiento con nuevos disparos de arma de fuego.

“La policía no hizo nada en ningún momento, los que bajaban por el terraplén pasan por entre dos patrulleros cruzados en la calle y se van a atacar, era un malón que venía gritando y metía miedo, parecía que nos iban a pasar por encima por la forma de gritar. Nosotros éramos pocos, estábamos desconcentrando, todos venían de arriba de la vía”, recordó.[3]

En similar sentido se expresó en la audiencia del lunes 17 de septiembre, Edgardo Mani, uno de los manifestantes del grupo de Ferreyra, al declarar que los policías presentes en el lugar de los hechos “no hicieron nada para evitar el ataque de la patota” y aseguró que uno de los dos patrulleros que se habían cruzado sobre la calle “se corrió para que pasen los ferroviarios”.[4]

Este testigo contó que los de haber escuchado “seis o siete detonaciones seguidas” se acercó al patrullero junto a una de las víctimas heridas de bala y les recriminó a los efectivos su “inactividad”.

Mani dijo que en el grupo agresor reconoció al acusado Uño porque vivía a “dos cuadras” de su casa y que tiene “tiene relaciones con la barra de Defensa y Justicia”.

El declarante admitió haber utilizado una gomera para repeler la agresión y que su grupo llevó palos pero para “hacer cordón” y defenderse, algo habitual en las marchas.

“En la foto de Clarín lo reconocí, era Favale, no me voy a olvidar nunca”, aseguró Norberto Rosetto, militante felpo, al declarar el martes 18 de septiembre como testigo en el juicio y respecto del tirador agregó: “Nos tiraba agachado con los brazos extendidos moviéndolos de uno lado a otro”.[5]

Este testigo reiteró el reconocimiento de Favale durante la exhibición en la sala de audiencias de un video en el que se ve a un grupo de ferroviarios caminando sobre las vías del ferrocarril Roca el día del crimen.

Sobre la actuación de la policía, Rosetto, dijo: “Vi un par de patrulleros que nos estaban siguiendo con policías de a pie y armaron una fila pero cuando la patota empezó a agredirnos se corrieron para que pasaran”.[6]

Por su parte, José Eduardo Sotelo, un psicólogo que pasaba por el lugar de los hechos y era un testigo protegido, declaró que uno de los tiradores gritó: “Negro, le dimos a uno”, tras lo cual, un tercer integrante del grupo agresor recogió las armas de fuego.[7]

“En ningún momento vi policías, ni ambulancias, ni nada”, añadió Sotelo.[8]

El crimen del militante X

Dos días después de haber sido comprometido por el testigo protegido, el imputado Díaz recibió otro revés judicial cuando la Corte Suprema de Justicia rechazó por inadmisible el pedido de su defensa para ser excarcelado por el crimen de Ferreyra.

Y en esa misma jornada, otro testigo protegido apuntó contra el acusado Sánchez al asegurar que éste concurrió armado a la convocatoria de los ferroviarios para evitar el corte de vías de los mercerizados apoyados por el grupo de manifestantes del joven militante asesinado.

“Traje el muñeco”, recordó el testigo que le dijo Sánchez cuando ambos iban rumbo al lugar de los hechos a bordo del mismo auto y el acusado le mostró un revólver que guardaba en la guantera.[1]

El declarante también reconoció que había sido convocado por el acusado Díaz a quien conoció tras haberse afiliado a la Unión Ferroviaria.

“A los delegados, como Pablo Díaz en el Roca, no los elegimos nosotros sino que los pone el gremio, que maneja todos los puestos de trabajo”, señaló el testigo.[2]

Respecto de los hechos que derivaron en el crimen de Ferreyra, el declarante contó que al escuchar los disparos comenzó a correr y que recibió un tuercazo en la cabeza, por lo que el acusado González lo llevó en auto al Hospital Argerich para ser asistido.

Según el testigo, camino al hospital, González que “no dijera nada porque se pudrió todo”.[3]

Por su parte, el imputado Sánchez decidió declarar para tratar de derribar la versión del testigo protegido que lo ubicó armado en la escena del crimen. “Él (por el testigo) puso en el torpedo del auto una riñonera, no sé si con un arma, con la picadora de boletos o qué, fue Claudio Díaz, que ahora me acusa pero era mi amigo”, indicó el acusado que sí reconoció que el auto en el que se movilizaban era el suyo.[4]

El acusado, cuya defensa solicitó una carea con el testigo protegido pero el tribunal rechazó el pedido, negó apodarse “Payaso” y ser barra brava de Racing.

El lunes 10 de septiembre, se escuchó a la agente de Asuntos Internos Mariela Redin, quien contó que, como parte de una investigación paralela a la del homicidio, entre las tareas que realizó estuvo vigilar en su domicilio y seguir al por entonces agente de inteligencia, Juan José Riquelme, quien, según el testigo, en al menos dos oportunidades fue a la sede de la Unión Ferroviaria y al menos una de esas visitas coincidió con la presencia de Pedraza en el edificio.

El caso de este ex espía de la Secretaria de Inteligencia consta en una causa conexa a la del crimen de Ferreyra y en la que se investiga el presunto pago de un soborno de 50 mil dólares a la Cámara Nacional de Casación Penal para lograr la excarcelación de los detenidos por el homicidio, entre ellos, el imputado Uño.

En ese marco, los investigadores sospechan que el agente fue el intermediario para efectivizar el pago de ese supuesto soborno y por eso fue detenido por orden de la jueza López.

De hecho, mientras se desarrollaba el juicio, el juez de Instrucción porteño Luis Rodríguez dictó el procesamiento de Riquelme, Pedraza, el ex magistrado Octavio Aráoz de Lamadrid por el delito de “tráfico de influencias”, el secretario judicial Luis Ameghino Escobar y el contador de la Unión Ferroviaria Angel Stafforini.

Según las escuchas telefónicas de la jueza López, Aráoz de Lamadrid habría ofrecido a los camaristas el dinero de Pedraza a través del contador Stafforini; mientras que Escobar, empleado de la Cámara Nacional de Casación Penal, se encargaría de que la causa sea tratada por la Sala III de dicho cuerpo.

De acuerdo a los pesquisas, en el estudio jurídico de Aráoz de Lamadrid se secuestraron 50.000 dólares en cinco fajos de billetes, tal como habían sido retirados de un banco por Stafforini.

Por otro lado, declaró en el debate el comisario mayor retirado Eduardo Innamorato, quien al momento del crimen de Ferreyra era el jefe de la Dirección General de Seguridad e Investigaciones en los Medios de Transporte de la Policía Federal

Este testigo contó que él se enteró un día antes del homicidio de la marcha que iban a realizar los mercerizados, por lo que ordenó realizar un operativo “preventivo” en la estación de trenes de Avellaneda, y entre los que recibieron dicha directiva se encontraba, según el testigo, el comisario Lompizano, uno de los policías acusados de abandono de persona.

El ex jefe policial recordó que el día del crimen estaba en su oficina y cerca de las 13.30 escuchó a uno de los jefes del operativo en Barracas, el enjuiciado comisario inspector Mansilla, que “modulaba para que se informe a la comisaría 30 que bajaban los de la Unión Ferroviaria”.[5]

Luego se produjeron los incidentes que derivaron en el homicidio y, de acuerdo al testigo, cuando Mansilla regresó a su oficina le informó que todo se había desarrollado con “normalidad”.

El crimen del militante IX

Al momento del crimen de Ferreyra, el sargento Alejandro Tocalino prestaba servicios en la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) Quilmes de la policía bonaerense y, según declaró en el juicio el jueves 30 de agosto, poco después del homicidio del joven militante del PO, el imputado Favale lo llamó y le contó que había estado en el lugar de los hechos. El efectivo también contó que conocía al acusado desde 2009 y que se lo había presentado un compañero de la fuerza de nombre “Mauricio”.

“Por la época de lo ocurrido me llama a mi Nextel y me dijo que había estado en el problema de Capital, que si sabía algo que le avise, me llamó reiteradas veces y a Mauricio también”, señaló Tocalino. [1]

El sargento contó que en un primer momento no supo a qué se refería Favale con “el problema de Capital” pero cuando se enteró le comunicó la novedad a su superior inmediato.

El testigo señaló que conocía al acusado por el nombre de “Cristian” ya que no sabía su apellido, aunque sí estaba al tanto de que Favale tenía un Chevrolet Corsa, trabajaba como remisero en Florencio Varela y era hincha del club de esa localidad, Defensa y Justicia.

Ante una pregunta de la defensa de Favale, Tocalino admitió que para noviembre de 2010 él sabía que el personal de la DDI Lomas de Zamora realizaba tareas de inteligencia para localizar el domicilio del acusado y que se contactó con esos efectivos antes de que realizaran el allanamiento para ofrecerse como “mediador” con el sospechoso.

En la misma audiencia también declaró el principal Ángel Castro, quien estuvo a cargo de tareas de inteligencia para localizar al imputado Díaz. “Buscábamos por Internet los datos y teníamos el NOSIS”, dijo en referencia a una empresa privada que entrega datos personales y crediticios. “Lo teníamos hasta que no se pagó más, alguien lo pagaba para trabajar porque no tenemos acceso a grandes bases de datos y si no, no llegamos nunca a nada”, agregó el testigo.[2]

Luego, en la jornada del lunes 3 de septiembre, declaró Víctor Apaza, subinspector de Asuntos Internos la Policía Federal, que contó que el imputado Pedraza fue detenido el 22 de febrero de 2011 en su departamento del barrio porteño de Puerto Madero y que el acusado no ofreció resistencia.

Este testigo también se refirió a un allanamiento previo en la sede de la Unión Ferroviaria y una cooperativa de donde secuestraron el contenido de una caja fuerte y de los discos de las computadoras del que luego se obtuvo la prueba para conformar la acusación

Un día después declaró un testigo protegido que admitió haber sido parte del grupo agresor y que la pelea con los manifestantes la empezaron ellos, al tiempo que complicó puntualmente la situación de los imputados Favale, Díaz y Fernández.

Este testigo, que trabajaba como guarda ferroviario desde 1995, contó que recibió un llamado telefónico de Díaz para “evitar que los zurdos corten las vías” y que accedió a ir porque había sacado un crédito y buscaba que un familiar obtuviera un puesto en la empresa.

Contó que al llegar a la estación Avellaneda vio en el lugar a los acusados Sánchez, Pérez, Pipito, Uño, Díaz y González, y también a otro grupo que él no reconoció como ferroviarios y que le dijeron que a esas personas las había convocado “Pablo”, por Díaz.

“Nosotros nos separamos en dos grupos y vi a uno del otro flanco que disparó cuatro y cinco veces hasta que se trabó el arma y empezó a gritar. Pablo Díaz le dijo que sacara los otros fierros pero el tipo decía que no había llevado más”, declaró el testigo que identificó al tirador como Favale. “Este le decía a los gritos a Díaz que ´al gil ese de la gomera le agujeree la panza´”, agregó en referencia a Ferreyra.[3]

El testigo recordó que luego vio a Díaz hablar por celular con alguien y que tras esa comunicación le indicó al grupo de los ferroviarios retirarse del lugar. “Dice el Gallego que nos vayamos rápido de acá”, señaló.[4]

El declarante reconoció que se decidió a contar lo que él sabía porque un amigo suyo, contratista de la Municipalidad de Quilmes, le recomendó al día siguiente del crimen que lo hiciera porque sino “iba a terminar preso” por algo que no había hecho, y así fue que lo llevaron hasta el intendente de ese partido, Francisco Gutiérrez, quien tras escuchar lo que tenía para contar lo condujo al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

Allí, el ministro Julio Alak lo llevó hasta la fiscal de la causa, Graciela Caamaño para que prestara declaración formal ante la Justicia.

El crimen del militante VIII

El lunes 27 de agosto declaró como testigo María Wenceslada Villaba, una militante del PO que estaba junto a su compañera Elsa Rodríguez cuando la balearon a ésta y también vio a Ferreyra cuando agonizaba.

La mujer contó que ella caminaba junto a Rodríguez por una calle lindera a las vías del tren en Barracas de donde habían decidido retirarse tras los primeros incidentes en los que, según la testigo, su compañera ya había recibido una pedrada en el brazo.

“Iba con Elsa volviendo para el local, no íbamos ordenados, no miré para atrás ni Elsa tampoco. Se sentía griterío, lío, íbamos conversando por la vereda, en la esquinita había agua y barro, yo salto y sigo derecho pero Elsa no, hice tres pasos y escuché ´se resbaló Elsa´, la vi caer, me vuelvo para atrás y le digo:´Che te pegaron en la mano, no es para que te desmayes´, pensando que se había resbalado”, relató Villalba.[1]

Y agregó: “No me da la mano cuando le di la mía, la miro a los ojos y estaban cerrados, la agarro de la pera para darle una bofetada y le veo en el costado de la frente que le cuelga, un agujero hondo en la sien. La dejé despacito, era una bala, y grité: ´escóndanse que nos quieren matar´”.[2]

La testigo contó que en ese momento dejó a su compañera en el piso y comenzó a correr y pedir auxilio para que alguien llamara a una ambulancia. “Corría y gritaba, seguí corriendo y en la esquina todos gritaban, ahí les dije mataron a Elsa de un tiro en la cabeza y que quería un celular. Ahí miré para el costado y vi a Mariano, tirado contra una pared y ya no me acordé de más nada, ni de los números para llamar”, relató.[3]

Con lágrimas en los ojos, Villaba señaló que se acercó hasta Mariano. “Lo revisé, le subí la remera y le encontré un hueco como el de Elsa”, describió.[4]

“(El joven baleado) Tenía una pierna arrollada, otra estaba estirada, se había hecho pis, traté de bajarle la cabeza, pero él no hablaba, tenía los ojos abiertos, grandes, pero él no tenía fuerza. Alguien me dijo `no lo toques`, le dije que quería sacarle la mochila y acostarlo, lo acostamos y yo le decía que ya habíamos pedido ayuda y venía la ambulancia. Le mentí, porque realmente no sabía”, añadió la testigo, cuya declaración debió ser interrumpida porque no podía parar de llorar al recordar los hechos.[5]

Mientras que en la jornada del martes 28 de agosto, el sargento José Alberto Ortigoza contó que había al operativo de seguridad donde se desarrollaba la marcha de los manifestantes del PO ido vestido de civil y que debía informarle al subcomisario Rolando Garay, de la seccional 30ra. -en referencia a uno de los policías imputados-, qué decisiones iban tomando los que protestaban. El testigo también dijo que conocía a Belliboni como referente del PO ya que lo había tratado en otras protestas.

Ortigoza explicó que primero vio que los manifestantes hicieron una asamblea y luego decidieron retirarse del lugar. “Veo gente que venía corriendo desde el lado de las vías (…). Iban en persecución detrás de los manifestantes (...) caían piedras grandes”, relató el testigo.[6]

El sargento contó que en ese momento observó a los periodistas de C5N que estaban en el lugar y les gritó que se corrieran y pusieran a resguardo. También dijo que cerca de él había otros policías de la División Roca vestidos de civil a los que los agresores se les abalanzaban al grito de “¡estos están con ellos, vamos a darles!”,[7] aunque uno de los efectivos los convenció de que eran policías.

A su turno, el suboficial escribiente Luis Humberto Coronel ofreció un testimonio en el que fue cambiando su descripción de los hechos, por ejemplo, cuando se refirió a quiénes tiraban piedras, en qué dirección iban y a qué distancia estaba él. “Diez, veinte metros, pongamos veinte, bueno, lo que usted quiera”, le contestó al juez Díaz.[8]

Este testigo dijo que en realidad no vio si un grupo alcanzó al otro, por lo que el juez Barroetaveña le indicó: “Es que dice cosas distintas según quién le pregunta”.[9]

Coronel si afirmó que él no tenía instrucciones para buscar una negociación y evitar los hechos de violencia, y que el grupo agresor desbordó. Y agregó que luego de enterarse de que había personas baleadas no recibió órdenes de rastrear las armas.

Por último, el inspector Sergio Domínguez explicó que no pudieron impedir el paso de los agresores y que la orden que recibió fue cuidar de que a ellos mismos no les pasara nada.

El crimen del militante VII

Federico Lugo, quien integraba el mismo grupo de manifestantes que Ferreyra, declaró el 23 de agosto que el día del crimen no hubo un enfrentamiento con la patota ferroviaria sino que hubo un ataque contra los que protestaban.

El testigo indicó durante el debate que los agresores bajaron de las vías del ferrocarril Roca en Barracas y que ante esa situación, él junto a otras 10 o 15 personas formaron un cordón humano para proteger a los manifestantes.

“El cordón es atacado y nosotros devolvemos algunos piedrazas”, relató Lugo quien admitió que “para la defensa” se habían distribuido palos entre los integrantes de su grupo.[1]

El testigo dijo que en ese momento vio en en medio de la calle, entre los que conformaban el grupo de los “atacantes” a una persona con “un arma de fuego” que los “estaba apuntando” y que luego escuchó a Nelson Aguirre que se agarraba la pierna y gritaba: “Son balas de plomo”.[2]

“Fue un ataque, no fue un enfrentamiento”, aseguró Lugo, quien describió a la persona armada como “robusta”, que se encontraba “agazapada” y con el arma “en la mano derecha”.[3]

Por su parte, la defensa del acusado Pedraza pidió la nulidad de todo el proceso y su excarcelación por considerar que se habían producido “contradicciones” entre los primeros ocho testigos y presentado “pruebas viciadas”.

El defensor Carlos Froment también solicitó nuevamente la excarcelación de Pedraza y el tribunal le indicó que lo iba a resolver al día siguiente, aunque el requerimiento de nulidad lo iba a definir al finalizar el debate.

El día después, el tribunal finalmente rechazó el pedido de excarcelación de Pedraza y también de los acusados Fernández, Alcorcel, Uño y Sánchez, cuyos defensores se habían sumado al requerimiento del abogado Froment.

Es que los defensores sostenían la versión del enfrentamiento, de que “los militantes querían pelea y a tuvieron” –tal como lo describió el abogado Alejandro Freeland, defensor de Fernández- y que los ferroviarios dispararon para defenderse. Y para ello, se basaron en los dichos de un testigos presencial, Miguel Angel Espeche, quien declaró que antes de los incidentes ya había utilizado “una o dos veces” la gomera.[4]


El crimen del militante VI

En la jornada del 21 de agosto, el imputado Favale fue identificado por un testigo del juicio por el crimen de Ferreyra como quien disparó un arma de fuego contra los manifestantes entre los que se hallaba la víctima.

Eduardo “Chiquito” Beliboni, quien también formaba parte de la protesta del PO, aseguró ante el tribunal que Favale integraba el grupo agresor, aunque solo después supo cómo se llamaba.

“Vi una persona que disparaba, se agazapaba y tiraba” y que lo hacía con la mano derecha y “buscando el ángulo de tiro” desde una distancia que el testigo ubicó “entre 15 o 20 metros” de donde él estaba.[1]

Beliboni aclaró que cuando declaró ante la juez de instrucción López no sabía cuál era el nombre del tirador y que recién lo supo días después a través de los canales de televisión y los diarios que publicaron imágenes del acusado.

El testigo señaló que él “estaba en la línea de fuego” del agresor armado y que detrás suyo, “a unos 100 metros” se hallaba Elsa Rodríguez.[2]

Además, Beliboni sostuvo que “la policía fue funcional al ataque” que sufrieron los manifestantes ya que la bonaerense “comenzó a disparar contra” con ellos y que una vez que llegaron a la Capital Federal el personal de la Policía Federal “desapareció del lugar” y “volvió después” de la agresión.[3]

Según Beliboni, el testigo Aguirre fue quien le avisó que les estaban “tirando con plomo” y contó que luego de escuchar “cuatro y cinco” disparos vio a Ferreyra tirado en el piso, aunque en un primer momento creyó que se había descompuesto o desmayado.[4]

El testigo estimó que el grupo agresor lo formaban entre 80 y 110 personas al tiempo que negó que hubiera manifestantes con armas de fuego. Aunque, del mismo modo que Aguirre, declaró que algunos se defendieron con piedras y palos.

En esta jornada también declaró el militante del PO Lisandro Martínez, quien también aseguró haber visto a un hombre disparar un arma de fuego durante los hechos. “Vi a un gordito, agazapado, que tiraba poniendo las manos como en la película ´Los profesionales´, las dos manos en el arma y me pareció un revólver”, relató.[5]

A diferencia de Beliboni, este testigo dijo que no pudo ver la cara del tirador porque “no estaba quieto, estaba en acción, vestía chomba azul oscura, creo que vaqueros, era robusto, tenía las piernas abiertas y estaba semiagachado”.

Martínez agregó que cuando intentaron perseguir a los agresores, estos “salieron corriendo” pero “la policía” les “cerró el paso con patrulleros” y señaló que habló en dos ocasiones con un oficial “vestido de seda y corbata rosa” pero no logró ningún tipo de ayuda.[6]

El crimen del militante V

Nelson Aguirre, miembro del comité Almirante Brown del PO fue uno de los compañeros de Ferreyra que resultó herido en el mismo hecho y el 16 de agosto declaró como el primer testigo del juicio.

“Había dos patrulleros de la (Policía) Federal (estacionados) en 45 grados, pero cuando comenzó la agresión y nosotros intentábamos desconcentrarnos, ya no estaban”, indicó.[1]

Respecto del momento en que fue herido de un tiro en la pierna derecha y otro en el glúteo izquierdo, el testigo señaló: “Alcancé a ver que avanzaba agazapado un hombre con un arma (de puño) al que no conozco pero era de mi misma contextura física, de pelo corto y vestía una chomba o una camisa de mangas cortas, celeste o gris”.[2]

Aguirre contó que a pesar de haber sido baleado alcanzó a auxiliar a su compañera Elsa Rodríguez que presentaba un tiro en la cabeza. “Estaba tirada con mucha sangre y parecía muerta, por eso la cargamos primero en la ambulancia} que también me cargó a mí y a Mariano”, añadió.[3]

Luego, con la ayuda de una maqueta, Aguirre detalló que la guardia de Infantería de la Policía Bonaerense que seguía la marcha de los tercerizados cruzó el Puente Bosch -que separa Avellaneda de la Capital Federal- y que “en vez de impedir que los ferroviarios apostados sobre las vías” les “tiraran piedras” cuando ellos caminaban “por abajo”, les dispararon “balas de goma”.[4]

“Formamos un cordón de seguridad para que se alejaran hacia avenida Vélez Sarsfield los más viejos y muchas mujeres con chicos y nos defendimos con lo que pudimos”, explicó Aguirre y en ese sentido precisó que utilizaron “las piedras” que les arrojaban y las que “había en el suelo”, y “palos” que habían “llevado en una bolsa”.[5]

Por su parte, el defensor de Uño, Oscar Igounet, opinó ante el tribunal que él consideraba que no se había tratado de una agresión sino de “una gigantesca gresca en la que hubo un aparato desplegado por el PO y otras organizaciones para provocar, y una defensa, acaso excesiva”.[6]

A raíz de este comentario, Claudia Ferrero, una de las abogadas de la querella, discutió con el letrado defensor, por lo que el presidente del tribunal, Horacio Díaz, obligó a ambos a retirarse del recinto.

El crimen del militante IV

La jornada del 13 de agosto del juicio por el crimen de Ferreyra comenzó cuando el tribunal le dio la oportunidad de declarar a los imputados Alcorcel, Díaz, Pérez, González y Fernández, aunque todos ellos se negaron a hacerlo, por lo que se procedió a la lectura de sus respectivas indagatorias realizadas en la etapa de instrucción de la causa.

La primera declaración que se leyó fue la de Alcorcel, quien había dicho que no conocía a Favale y negado haber recibido el día del crimen unos 40 llamados de parte de aquel preguntándole cómo llegar a la estación Avellaneda.

Mientras que Pérez afirmó que Favale y Alcorcel se conocían, se saludaron con un beso y estuvieron juntos cuando ocurrieron los hechos. Este imputado también aseguró que tras los incidentes, ambos regresaron juntos desde Capital Federal a bordo de un automóvil Chevrolet Corsa. “En ese momento se comentaba que Harry dijo: `le di, le di`”, declaro Pérez en alusión a una víctima que podría ser Ferreyra o alguno de los heridos.[1]

“Me estoy comiendo un garrón, la verdad que salí corriendo por pelotudo”, afirmó Pérez y agregó: “Entiendo que la orden de ir hacia los manifestantes la dio Pablo Díaz, pero no lo vi”.[2]

En tanto, Fernández declaró: “Yo no integré nada, tengo hijas, nietos, jamás se me habría ocurrido pensar en mandar alguien armado a una manifestación, jamás estuve armado ni pienso estarlo”.[3]

A su turno, Díaz negó haber convocado a los supuestos agresores para evitar el corte de vías y aseguró que recibieron agresiones por parte de los manifestantes que tenían “gomeras, tuercas, bolitas de acero”.[4]

Según este acusado los manifestantes “subieron al terraplén” y fueron repelidos con “balas de goma por parte de la Policía Bonaerense”.[5]

El crimen del militante III

La semana inicial del juicio por el crimen de Ferreyra se completó con las audiencias del martes 7 y el jueves 9 de agosto. En la primera de dichas jornadas se exhibieron filmaciones del día del homicidio durante más de cinco horas. Se trataron de escenas filmadas por la policía, los canales de televisión y hasta por particulares con sus teléfonos celulares.

En algunas de estas imágenes, en especial las de la cobertura del canal C5N, cuyo equipo fue amenazado para que dejara de filmar, se vio el desplazamiento de los agresores sobre las vías en Avellaneda y luego en las calles próximas a la estación Barracas. También se mostró a Ferreyra tirado en el piso y como fue llevado luego en ambulancia junto a sus tres compañeros también baleados, mientras uno de los agresores los define en otra escena como “todos negros piqueteros”.[1]

Otros videos, como el policial interrumpido en el momento de la agresión, eran inéditos de baja calidad, en blanco y negro, sin sonido y hechos desde un helicóptero.

En tanto, la jornada del jueves tuvo como protagonista principal a José Pedraza, quien se negó a declarar, aunque anticipó que lo haría más adelante.

La negativa de este acusado no sorprendió pero sí algunos datos personales que declaró, tales como que su ocupación es de “empleado”, por lo que percibía un ingreso de 25 mil pesos.[2]

También dijo que vivía junto a su segunda esposa en el piso 18 departamento B de la torre de Azucena Villaflor 679, en el exclusivo barrio porteño de Puerto Madero.

Además, aseguró que su padres, un ex empleado ferroviario y una empleada doméstica, “están desaparecidos”. [3]

Luego, el Tribunal escuchó también la lectura de la declaración de Pedraza ante la jueza que instruyó la causa, Wilma López, donde negó los cargos en su contra, aseguró que “no hubo organización para cometer el crimen” y puso en duda que hubiera ferroviarios armados en el episodio.[4]

El crimen del militante II

El lunes 6 de agosto de 2012 comenzó el juicio por el homicidio de Mariano Ferreyra ante el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 21 de la Capital Federal integrado por los jueces Horacio Días, Diego Barroetaveña y Carlos Bossi.

Al debate llegaron 17 imputados, entre ellos, el ex titular de la Unión Ferroviaria (UF), José Pedraza, y su segundo Juan Carlos Fernández, acusados de haber sido los autores intelectuales del crimen junto al secretario de la Comisión de Reclamos de la Línea Roca del gremio, Pablo Díaz.

En la sala de audiencias estuvo presente Elsa Rodríguez, quien se movilizaba en silla de ruedas ya que aún se encontraba en recuperación de las heridas sufridas el día del crimen, mientras que en la puerta de los tribunales de Comodoro Py 2002 del barrio porteño de Retiro se concentraron miembros de distintas agrupaciones políticas, de derechos humanos y de partidos de izquierda –encabezados por el PO- que habían iniciado la noche anterior una vigilia con distintas actividades.

En la primera jornada del debate se leyó el requerimiento a juicio en la que el sindicado barra brava del club Defensa y Justicia, Cristian Favale, alias "Payaso", se encontraba acusado de "coautor" material del homicidio junto al delegado gremial Gabriel Sánchez; mientras que los trabajadores ferroviarios Juan Carlos Pérez y Guillermo Uño eran considerados "partícipes primarios", al igual que el ex delegado Arcorcel.

Por su parte, los empleados Francisco Pipitó y Jorge González llegaron a juicio como "partícipes secundarios", al tiempo que los policías federales a cargo de la seguridad en el lugar donde ocurrieron los hechos, Luis Mansilla, Jorge Ferreyra, Hugo Lompizano, Rolando Garay, David Villaba, Luis Echeverría y Gastón Conti, estaban imputados de del delito de "abandono de persona".



El crimen del militante I

Mariano Ferreyra (23), militante del Partido Obrero (PO), fue asesinado de un balazo en el abdomen el 20 de octubre de 2010, en el barrio porteño de Barracas. Todo comenzó al mediodía de aquel miércoles soleado, cuando la víctima y otros compañeros suyos fueron a protestar a las vías del ferrocarril Roca, a la altura de la localidad bonaerense de Avellaneda, en reclamo de la reincorporación de los empleados "tercerizados" de esa línea.

Tras un intento de corte de vías frustrado por la presencia de empleados de la Unión Ferroviaria, con los que intercambiaron insultos y pedradas, los manifestantes se desconcentraron hacia las calles de Barracas donde fueron atacados a tiros.

En ese momento fue baleado el joven Ferreyra y también sus compañeros Elsa Rodríguez, quien resultó gravemente herida en la cabeza, Nelson Aguirre y Ariel Pintos.

En agosto de 2012, al comenzar el juicio por el crimen del militante del PO, éste ya se había convertido en un referente de las luchas políticas de muchos estudiantes universitarios, sobre todo, en los claustros nacionales y públicos.

El rostro dibujado de Ferreyra aparecía no sólo en forma de graffiti o en afiches sobre las paredes, sino también en las tapas de los juegos de fotocopias del material de estudio, al igual que ocurría en los casos de los piqueteros Maximiliano Kosteki (21) y Darío Santillán (22) (1), el maestro Carlos Fuentealba (40) (2), asesinados en 2002 y 2007, respectivamente; el testigo Jorge Julio López (3) y el adolescente Luciano Arruga (16) (4), ambos desaparecidos desde 2006.

Salir a cortar - Parte II


Mientras la 16 de la azzurra se perdía entre la gran cantidad de peatones que iban y venían por la plaza, llegó a la carrera hasta la vereda del Ministerio donde Madwich se encontraba sentada en las escalinatas del mismo, en silencio y bajo la atenta y culposa mirada de Wesley quien, a su vez, se mantenía de pie, firme, junto a la mujer, un hooligan con la camiseta del Fulham que corría con un vaso de cerveza plástico en la mano.

<< ¡¿What have you done, mate?!>>, le dijo el barra brava británico al árbitro. << ¿¡Don´t you see he is a fucking rock star?!>>, agregó con su rostro enrojecido por los efectos del alcohol excesivo y señalando con su mano libre hacia Agostinelli, quien continuaba su marcha sin mirar hacia atrás.

Pero Wesley no respondió y callado observó como el hooligan corría detrás del futbolista procurando alcanzarlo antes de perderlo definitivamente de vista y arrojando por el aire el vaso con lo que poco de cerveza que quedaba en él, mojando a algunas personas que lo insultaron al pasar.

Y a los pocos minutos, los médicos del servicio de emergencias arribaron al lugar en ambulancia y cargaron a Madwich en una camilla ya que temían que la paciente había sufrido una rotura de tibia y peroné, una lesión típica en casos de infracciones como las de Agostinelli, sobre todo, cuando el jugador se tensiona a partir de una falsa pero abrumadora sensación de que el partido está partido antes de que finalice.

AA-AB
Julio 2012

Salir a cortar - Parte I


Era un día invernal, pero la temperatura se presentaba más acorde a una jornada de primavera. El sol de la tarde bañaba la plaza frente a la Casa de Gobierno y en cuyos alrededores se ubicaban la Catedral, el Ministerio de Economía y la casa central del Banco de la Nación. << Un lindo viernes para salir temprano de la oficina y regresar temprano a casa>>, pensó Pilar Madwich cuando abandonó el estudio jurídico para el que trabajaba a tan sólo dos cuadras de la plaza, donde tenía previsto tomar el subte para volver a su domicilio.

La joven caminaba ligero por la vereda del Ministerio en dirección a la estación subterránea, cuando del otro lado de la calle, en la esquina noreste de la plaza, Fabio Agostinelli la vio pasar. Entonces, el muchacho no dudó un instante y apenas el semáforo se puso en rojo, cruzó la calle a la carrera, de frente hacia Madwich, quien seguía caminando con la mente ocupada en otras cuestiones que nada tenían que ver con lo que ella estaba haciendo ene se momento ni con el lugar.

La noche anterior, durante un 2x1 de whisky en un bar cercano a su departamento en el que festejaba el Día del Amigo, Agostinelli había llegado a la conclusión de que tenía que cortar por lo sano y como buen defensor prometió << salir a cortar de una, para no darle tiempo al rival>>. Así fue que por la soleada tarde capitalina, vestido con la número 16 de la azurra, pantaloncillos blancos, medias azules y canilleras negras que hacían juego con los botines del mismo color, Agostinelli se lanzó con la pierna derecha extendida hacia adelante y la izquierda flexionada hacia una Madwich desprevenida, a quien le aplicó un tackle deslizante a la altura de la canilla. <<¡¡¡Aaahhhh!!!!>> gritó la muchacha presa del dolor y de la confusión ya que entre tantos transeúntes vestidos de traje y llevando portafolios no pudo distinguir quien había sido ese jugador que la había derribado apenas unos metros antes de llegar a la escalera que la descendería hasta el andén del subte.

Instantes después, arribó al lugar Tim Wesley, vestido con el uniforme titular de la Escuela de Árbitro de la Liga de Fútbol de Gran Bretaña, quien se paró frente a Agostinelli y, sin mediar palabra, le mostró la tarjeta roja; mientras Madwich seguía en el piso, adolorida y sin que ningún otro peatón se animara a intervenir. La joven estaba dejando escapar sus primeras lágrimas y sin atinar a levantarse trató inútilmente de alcanzar los pañuelos descartables del interior de su cartera, la misma que el jugador le había regalado para su último cumpleaños.

Por su parte, Agostinelli no ensayó ninguna protesta ante el hombre de negro y luego, en silencio y de brazos cruzados, vio como éste ayudó a levantarse a la joven golpeada que no pudo apoyar su pierna izquierda en el suelo porque tenía la tibia muy inflamada.

<< ¡¿Qué hacés loco de mierda!?>>, exclamó Madwich apenas reconoció a Agostinelli, quien se esforzaba para no sonreír. Después, el jugador levantó sus brazos hasta la altura de los hombros sin decir absolutamente nada más que un << ¡Ma´fangulo!>>, tras lo cual, dio media vuelta y se fue caminando despacio por la plaza. << ¿Y vos? ¡¿Le hacés caso a tu amigo?! ¡Son dos enfermos!>>, le dijo la joven a Wesley, quien no acusó recibo y aguardó junto a ella la llegada de los médicos ya alertados de la agresión.

La Masacre de Trelew XV

El 15 de octubre de 2012, el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, integrado por los jueces Enrique Jorge Guanziroli, Pedro José De Diego y Nora María Cabrera de Monella, condenó de manera unánime a la pena de prisión perpetua a Emilio Jorge Del Real y Carlos Amadeo Marandino por 19 hechos, tres en grado de tentativa, de "homicidio calificado por alevosía", es decir, que se aprovecharon del estado de indefensión de sus víctimas.

En tanto, y con la disidencia de la jueza Cabrera de Monella, el tribunal absolvió a Rubén Norberto Paccagnini de los homicidios y a Jorge Enrique Bautista del encubrimiento.

Además, el tribunal insistió en solicitar la extradición de Roberto Bravo, la cual fue negada por los Estados Unidos en 2008, y calificó los hechos como delitos de << lesa humanidad >>

Si bien los jueces ordenaron que los condenados cumplan la pena en una cárcel común, recién quedarán detenidos cuando el fallo quede firme.

Durante sus alegatos, el Ministerio Público Fiscal, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y la querella que representa a familiares de víctimas habían pedido que Del Real, Marandino, Sosa y Paccagnini fueran condenados a perpetua por los 19 homicidios; y Bautista a dos años de prisión efectiva por encubrimiento.

AA
Octubre 2012

La Masacre de Trelew XIV

El capitán de navío Bautista fue indagado en el Palacio de Tribunales porteño donde declaró que él llegó a la base Almirante Zar el 22 de agosto de 1972 poco después de los hechos investigados y acompañado por dos médicos y tres enfermeros. El acusado indicó que al llegar al sector de celdas se encontró con gente muerta y que vio sangre pero no las heridas.

El imputado admitió que no revisó las heridas de los cuerpos porque le daba << impresión>> y contó que su tarea en aquel lugar fue buscar dónde había impactado el proyectil del arma calibre .45 que, según la versión de los marinos, Pujadas le había arrebatado a Sosa.

Y en cuanto al resto de su declaración, Bautista se remitió a su informe elaborado 36 años antes. Recién en 2012, cuando se realizó el debate oral, el imputado, con 87 años y ayudado por un bastón, realizó un nuevo aporte a la causa al participar de la inspección ocular que se llevó a cabo en el lugar de la masacre.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew XIII

El contralmirante Mayorga decidió enviar su descargo al juez Sastre vía fax. En ese documento, el acusado reconoció haber sido él quien << dictó las normas generales>> para el << trato y cuidado>> de los prisioneros y, especialmente, << para evitar una posible fuga, ya fuera intentada por los mismos o ayudados desde el exterior, dado que se tenía conocimiento del arribo a Trelew de personas ajenas a la jurisdicción>>.

El imputado también señaló que él insistió a la Armada y al Ejército para que alojaran a los detenidos << en un lugar más seguro>>.

Tres días más tarde del envío de este fax, Mayorga fue detenido y 72 después de ser apresado fue llevado ante el fiscal Gelvez para prestar declaración indagatoria.

Respecto de los hechos investigados, el acusado sostuvo que el 22 de agosto de 1972 él volaba a Río Gallegos cuando se enteró del << intento de fuga>>. Ante esta situación su avión aterrizó en la base Zar al mediodía, cuando Pacagnini lo puso al tanto de las novedades. Mayorga dijo que luego recorrió la zona de calabozos pero no visitó la enfermería por consejo de los médicos.

El fiscal le preguntó entonces si él había visto impactos de bala en los cráneos de los cadáveres y el acusado respondió que observó en fotos que los impactos eran en la parte frontal de la cabeza, lo que, según él, descartaba << el famoso tiro de gracia del que hablaban los sobrevivientes>>.

En tanto, Mayorga admitió que su carrera se había visto afectada no por los hechos de Trelew sino por haber hablado mal del general Juan Domingo Perón en 1973, cuando en un discurso frente a sus oficiales y suboficiales de la base Zar aseguró que se había actuado como << correspondía>> y que << no debían disculparse>>. Para el acusado, << la vida del guardiacárcel Juan Gregorio Valenzuela –muerto en la fuga del penal de Rawson- encerraba más valor que el todos los guerrilleros abatidos>>.

Respecto de los dichos Marandino, Mayora señaló: << La declaración de este cabo está preparada y pagada para citar hechos que no figuran en las declaraciones que aparecieron en el primer momento>>.

<< (…) Cuando después de haber sido curados en Puerto Belgrano llevamos a Buenos Aires a los sobrevivientes, a mí personalmente, los padres de Berger me besaban las manos por haber salvado a su hija y por haberla devuelto. Luego, ella, Haidar y Camps se transformaron en los héroes del Trelew>>, concluyó Mayorga.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew XII

El capitán Del Leal había quedado en una situación comprometida luego de la indagatoria de Sosa y cuando fue su turno de declarar ante la Justicia decidió abstenerse por consejo de sus abogados.

Cinco días después de la indagatoria de Del Leal, el cabo Marandino compareció ante el juez Sastre y el fiscal Gelvez, a quienes les dio su versión de los hechos investigados. El acusado, que en 1972 tenía 22 años, contó que el 15 de agosto fue junto a otros hombres de la fuerza hasta el aeropuerto de Trelew donde dijo haber estado a 200 metros de los evadidos del penal de Rawson y que en ese lugar no tuvo contacto con ninguno de ellos.

Luego, Marandino señaló que cumplió funciones de custodia de los detenidos en la base Zar y que lo hizo dos días, el segundo de ellos, cuando se produjeron las muertes. De acuerdo al imputado, a las 3.15 del 22 de agosto llegaron hasta el sector de calabozos cuatro o cinco oficiales que << parecía que venían un poco pasado de copas>> y que le ordenaron desarmarse. << Me entregaron las llaves de los calabozos y me hicieron abrirlos. Una vez cumplida la orden me dijeron que me retirara>>, explicó el acusado.

Marandino declaró que luego escuchó gritos, el Himno Nacional Argentino entonado por los detenidos, más gritos y una voz que exclamó: << ¡Se quieren escapar!>>; tras lo cual, escuchó disparos, una ráfaga, silencio, otro tableteo y seguidamente detonaciones aisladas de pistolas calibre .45.

El cabo dijo que ante esa situación, él regresó al sector de calabozos para ver que había ocurrido y que allí los oficiales le devolvieron su arma y le indicaron que revisara los cuerpos de las victimas.

Por último, Maradino dijo que se puso muy nervioso, por lo que debió ser trasladado a la enfermaría donde le dieron un sedante.

A preguntas del juez Sastre, el imputado reconoció que el grupo de oficiales estaba integrado por Sosa, Bravo, Del Leal y Herrera, quienes exhibían sus pistolas reglamentarias y las PAM. También dijo que el quinto hombre era el suboficial Marchán, quien debía relevarlo en la guardia. El magistrado le preguntó si al momento de declarar en el sumario de Bautista le ordenaron que diera la versión del intento de fuga de los detenidos y Marandino respondió afirmativamente, y agregó que también le indicaron que dijera que Sosa había sido golpeado.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew XI

Un día después de la indagatoria de Paccagnini, el imputado Sosa, de por entonces 73 años, fue llevado a declarar al Juzgado Federal de Rawson. En su descargo, el ex marino contó cómo fue su papel en la negociación en el aeropuerto y en ese sentido indicó que fue un secretario de la Gobernación, de apellido Núñez, quien se presentó en el lugar y le dijo que la orden que el presidente de facto Lanusse le había impartido al gobernador almirante Costa era no negociar con los evadidos del penal bajo ningún concepto. Esta directiva fue rechazada por el juez Godoy allí presente y posteriormente fue Paccagnini quien mediante una radio instalada fuera de la aeroestación le transmitió a Sosa que por expresa y reiterada orden presidencial, los presos no debían ser llevados de regreso al penal sino a la base Zar.

Entonces, el acusado declaró que les comunicó a los evadidos de quién venía la orden y lo hizo a los gritos para que pudieran escuchar los periodistas presentes. Según Sosa, ante esa situación dos o tres de los presos intentaron retomarlas armas depuestas a lo que él les advirtió: << ¡Cuidado que esto va a ser una matanza de todos!>>.

Luego, Sosa contó que la mañana del 21 de agosto, su superior, el capitán Fernández, le indicó que los encargados de vigilar a los prisioneros en la base estaban cansados por realizar la misma tarea todo el tiempo, por lo que le sugirió que él debía pasar al menos una vez al turno noche para hacer un cambio de personal y horario.

El acusado declaró que la noche de ese día él cenaba en la casa oficial y que excapitán Herrera se ofreció a acompañarlo al sector de los calabozos. También dijo que lo acompañó el teniente Del Leal aunque no precisó en carácter de qué lo hizo.

Según Sosa, al llegar a la guardia vio a los prisioneros que estaban formados fuera de sus celdas y que el teniente Bravo le dijo << esta gente se porta muy mal>>.

<< Con intención de aplacar los ánimos y creyendo que los penados no tenían ningún resentimiento por mi anterior intervención (por la negociación del aeropuerto), les empecé a hacer una perorata>>, explicó Sosa, quien señaló que les pidió a los detenidos que << tuvieran un poco de paciencia>> porque los infantes de Marina estaban formados para otras tareas, no cuidar de los presos.

El imputado declaró que en ese momento nada le hizo prever lo que terminaría sucediendo y admitió que llevaba su pistola en su cartuchera sin seguro y con una bala en la recámara. Y dijo que recién conoció lo ocurrido a través del posterior sumario del capitán Bautista: la llave de Pujadas que lo tiró al piso, el disparo y las ráfagas de las PAM que habían sido del teniente Bravo, Del Leal, << de un cabo joven de Infantería y otra persona>>.

Respecto de esa persona, Sosa admitió ante la Justicia la posibilidad de que haya sido el suboficial Marandino y concluyó su declaración asegurando que él no dio << ninguna orden>>.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew X

El capitán de navío Hugo Paccagnini, quien en 1978 había llegado a ser gobernador de Misiones, fue el primero de los acusados en declarar ante el juez federal Hugo Sastre. El imputado declaró que fue Sosa quien dialogó con los fugitivos en el aeropuerto de Trelew y que fue por decisión de Presidencia, Ministerio del Interior y Cámara Federal en lo Penal que los evadidos quedaran alojados en la base en vez del penal de Rawson ya que en éste no estaban dadas las condiciones de seguridad requeridas.

Este acusado admitió que era “el jefe” y que no transfería responsabilidades, y contó que el día de la masacre el jefe de guardia de la base, de apellido Magallanes, lo despertó para comunicarle lo sucedido. Paccagnini descansaba junto a su familia en su casa situada a unos 200 metros del sector de los calabozos y, en ese sentido, precisó que llegó al lugar del hecho en cuestión de minutos. El imputado declaró que al arribar vio a “cuatro o cinco heridos” y que ante esa situación convocó a los médicos. Y situó en el lugar a Bravo, Sosa, un suboficial del que no recordó el nombre y el fallecido Herrera. Respecto de Del Leal, el acusado indicó que ignoraba si había estado al momento del tiroteo o si había llegado después del mismo.

Sobre lo ocurrido, Paccagnini declaró que la guardia estaba a cargo de la Infantería, que esa noche estaba Bravo y Marandino, y que Sosa y Herrera había ingresado después, cuando Bravo ya había hecho salir a los prisioneros de los calabozos. Sostuvo que Herrera no pertenecía a la Infantería pero que estaba reunido con Sosa en el Casino de Oficiales y acompañó a aquel hasta el sector de celdas.

Y en cuanto al resto de las circunstancias de los hechos, repitió la versión oficial de la Marina: que Sosa había inspeccionado los calabozos y que Pujadas, con fines de huir, lo tomó del cuello, originándose un forcejeo y posterior tiroteo.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew IX

 A mediados de 2005, casi 33 años después de cometida la “Masacre de Trelew”, se reabrió la causa por los asesinatos en la Justicia Federal de Chubut y luego, al avanzar la investigación, se libraron las órdenes de captura para los imputados. Así, el 9 de febrero de 2008, el capitán de navío Hugo Paccagnini, jefe de la Base Almirante Zar en 1972, fue detenido en un departamento situado en la calle Arce, en la ciudad de Buenos Aires. Y ese mismo día, personal de la policía chubutense apresó al capitán de corbeta Emilio Del Leal en su casa de la localidad bonaerense de Vicente López.

 El 19 de febrero, el ex cabo Carlos Amadeo Marandino llegó al aeropuerto internacional de Ezeiza procedente de los Estados Unidos y quedó detenido. Mientras que cinco días más tarde, el contralmirante Horacio Mayorga, ex responsable de todas las bases patagónicas, fue apresado y al día siguiente fue trasladado a Trelew y quedó alojado en la comisaría 1ra. de esa ciudad.

 En tanto, el 22 de agosto, personal de la Brigada Antinarcóticos de la policía chubutense llegó hasta una inmobiliaria situada en Pueyrredón al 1300 de la ciudad de Buenos Aires ya que contaba con el dato de que dicho comercio había sido intermediario de la venta de un departamento que el capitán retirado Luis Emilio Sosa tenía en la calle Austria. Al llegar, los efectivos policiales constataron que la esposa de Sosa trabajaba allí y a los pocos minutos el ex marino se presentó en la inmobiliaria y quedó detenido.

 Sosa fue alojado en la seccional 4ta. de Trelew, mientras que Del Leal y Paccagnini quedaron presos en la alcaidía de la ciudad, y Marandino en una comisaría de Playa Unión.

 Por su parte, el capitán de navío retirado Jorge Enrique Bautista no fue detenido ya que padecía graves problemas cardíacos y recién pudo estar a disposición de la Justicia cinco meses después.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew VIII

Camps contó que en las noches siguientes no les dieron las mantas y colchonetas hasta después de los interrogatorios. “Ya a esta altura, dentro de las mismas celdas nos sometían a un trato muy duro, típicamente militar: cuerpo a tierra, sostener el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse a tierra y levantarse, etcétera.

(…) “La noche del 22 de agosto se advirtió, con la natural sorpresa nuestra, un cambio bastante notorio. Por un lado, los cabos –ya a esa altura no se advertía la presencia de simples soldados y todos los que actuaban en nuestra custodia eran oficiales y suboficiales de marina- se mostraron más `blandos` y hasta amables, incluso entablaron diálogos con alguno de nosotros; y, por la otra, nos llamó la atención que nos entregaran las colchonetas y mantas bastante temprano”.

(...) “Nos interrogaron esa noche y alrededor de las 3.30 de esa madrugada nos despertaron dando patadas sobre la puerta de las celdas y haciendo sonar violentamente pitos por el mismo ventanuco.

“Además, por primera vez, abrieron todas las celdas. Antes siempre lo hicieron celda por celda. Nos ordenaron salir y colocarnos de espaldas a las puertas de las celdas. Nos dieron la orden de bajar la vista y poner el mentón sobre el pecho. Yo estaba con Delfino en la mencionada celda N° 10 y ambos acatamos la orden”, recordó Camps y precisó que todo ese procedimiento se llevó a cabo en “uno o dos minutos”.

Y continuó: “Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataba de un simulacro con balas de fogueo. Vi caer a Polti, que estaba de pie sobre la celda N° 9, a mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo, Delfino a mi derecha, permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos. Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo `qué hacemos` y yo contesté algo así como `no nos movamos`.

“Durante ese breve lapso escuché una o dos ráfagas de ametralladora al comienzo, luego varios tiros aislados de distintas armas, gemidos, ayes de dolor y respiraciones agotadas o sofocadas. Luego se introdujo en la celda, pistola en mano, el oficial de marina Bravo. Nos hizo poner de pie con las manos en la nuca.

“Dirigiéndose a mi me requirió en tono muy duro –parecía muy agitado- si iba o no a declarar. Respondí negativamente y sin nuevo diálogo me disparó un tiro en el estómago con su pistola calibre .45. Nos apuntó y disparó desde la cintura. Acto continuo le disparó a Delfino. La distancia no alcanzaba al metro o metro y medio. Estábamos en la mitad de la celda y Bravo traspuesto la puerta y se encontraba dentro.

“Yo caí sobre el lado izquierdo mirando hacia la puerta; y Delfino a mi derecha. Sus pies quedaron a la altura de mi abdomen y me oprimían. No sentí que Delfino se moviera. Con mucho esfuerzo corrí unos centímetros sus pies. Quedamos allí entre diez y treinta minutos. No puedo precisar con exactitud el tiempo. No perdí totalmente el conocimiento. Entraron algunas personas. Les oí decir que yo estaba herido. Adopté el temperamento de no moverme ni quejarme.

“Al cabo de ese lapso que no puedo precisar con exactitud, llegaron los enfermeros navales. (…) Nos colocaron sobre camillas y me transportaron esquivando cuerpos caídos en el pasillo, pasando sobre ellos. Me depositaron en una ambulancia. Era aún de noche.

“Me llevaron a una sala médica. No me sometieron a ninguna curación. Apenas me limpiaron la herida y creo que me dieron un calmante. Presumo que así fue porque me dormí. Allí pude ver a María Antonia Berger, Alfredo Kohon, Carlos Astudillo y Haidar.

“Luego, en avión, ya de día –ignoro la hora- me trasladaron a Puerto Belgrano. Allí fue operado. También allí me entrevistó el juez naval ante quien declaré sobre estos hechos y ante quien firmé mi declaración”, concluyó Camps.



Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew VII

Alberto Camps coincidió en que el juez Godoy y el abogado Amaya acompañaron a todo los detenidos que se habían rendido en el aeropuerto hasta “el pasillo interior del cuerpo del edificio donde se encuentran las celdas” en las que fueron alojados en la base Zar y precisó que él compartió “el calabozo N° 10 con Kohon, Delfino y Mena”.

“Entre la noche del martes 15 y la madrugada del miércoles 16 nos revisan individualmente dos personas de civil, que más tarde identificamos como médicos navales. (…) La revisación es prolija. Previamente nos desnudan de manera total. Existe preocupación por constatar si tengo lesiones, especialmente magulladuras, lastimaduras o heridas. No advierten lesión alguna”. (…)

“A las cinco de esa madrugada nos entregan colchonetas y dos mantas por persona, nos encierran en las celdas con cerrojo y candado, y nos dejan dormir hasta aproximadamente el mediodía del miércoles 16.

“Esa noche aparece el oficial de marina Bravo, de treinta años aproximadamente, rubio, bigotes, quien luego está casi permanentemente con nosotros, actúa desde el comienzo con rudeza y nos somete a un rígido trato militar.

“Esa misma noche fui víctima de un castigo que me impuso el capitán Sosa. Yo conversaba con mis compañeros en la celda. Sosa me prohibió hacerlo y me impuso silencio. Me ordenó entonces ponerme de pie y dispuso, impartiendo a un suboficial la orden correspondiente, que pasara toda la noche de plantón. Invocó el honor del Ejército y la Marina y nuestro sometimiento a las autoridades militares. Más tarde, mientras yo cumplía dicho plantón, dejó sin efecto la sanción. Esa noche dormimos sin ser molestados de manera especial.

“La custodia, a la vez que impresionante, era en cierto modo ridícula. (…) En el pasillo, entre dos líneas de celdas estaban apostados soldados y suboficiales con armas sin seguro, en número tal que para caminar era menester abrirse camino entre soldados y oficiales.

“Para sacarnos de las celdas se usó al comienzo un procedimiento muy singular. (…) se desalojaba el pasillo, se abría la celda y se nos hacía caminar en dirección al hall encajonados de frente por varios hombres uniformados con las armas sin seguro y apuntando. Luego, al llegar a la puerta de salida de ese hall, nos daban la voz de alto y desde allí nos conducían al baño encajonados desde atrás a muy corta distancia, (…). Un soldado ingresaba con cada uno de nosotros al baño y permanecía allí, encañonándonos.”

Según Camps, de esa manera transcurrió desde el miércoles hasta la noche del jueves 18 de agosto. “Desde entonces, regularmente, nos entregaban las colchonetas y mantas a las diez de la noche y las retiraban alrededor de las cuatro, hora en que nos conducían individualmente para someternos a interrogatorios en el ala contigua del mismo edificio, en una habitación donde éramos interrogados por oficiales de la Marina y del Ejército y por personas de civil, funcionarios policiales de organismos nacionales de seguridad”, indicó.

“Todos sin excepción –yo desde luego- nos negamos a responder a las diversas preguntas que nos formulaban, negativa que provocaba las consiguientes amenazas, agravios e insultos cada vez más agresivos y apremiantes”.


Fuentes: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew VI

Sobre la noche de la masacre, Berger relató: “A las 3.30 nos despiertan los gritos que profieren el teniente de corbeta Bravo, el cabo Marchan y otro cabo del cual ignoro su nombre (¿Marandino?). (…) Todos ellos profieren insultos a nuestros abogados, al tiempo que aseguran `ya les van a enseñar a meterse con la Marina` a gritos, nos dicen que esa noche vamos a declarar, querramos o no.

“Escucho otras voces de otras personas diciendo cosas semejantes pero no alcanzo a distinguirlas puesto que inmediatamente nos ordenan salir de nuestras celdas., caminando sin levantar los ojos del piso; noto que es la primera vez que nos dan tal orden pero no logro adivinar el motivo de la misma. Una vez en el pasillo que separa las dos hileras de celdas que son ocupadas por nosotros, nos ordenan formar en fila de a uno, dando cara al extremo del pasillo y en la puerta misma de nuestras celdas. También observo que es la primera vez que nos ordenan tal dispositivo para sacarnos de nuestras celdas.

“De pronto, imprevistamente, sin una sola voz que ordenara, como si ya estuvieran todos de acuerdo, el cabo obeso (¿por Marandino?) comienza a disparara su ametralladora sobre nosotros y al instante el aire se cubrió de gritos y balas, puesto que todos los oficiales y suboficiales comenzaron a accionar sus armas. Yo recibo cuatro impactos, dos superficiales en el brazo izquierdo, otro en los glúteos, con orificio de entrada y de salida, y el cuarto en el estómago; alcanzo a introducirme en mi celda, arrojándome al piso; María Angélica Sabelli hace lo mismo, al tiempo que dice sentirse herida en un brazo, pero momentos después escucho que su respiración se hace dificultosa y ya no se mueve. En la puerta de la celda, en el mismo lugar donde le ordenaron integrar la fila, ya Santucho, inmóvil totalmente.

“Reconozco las voces de Mena y Suárez por su acento provinciano, dando gritos de dolor. Escucho también la vos del teniente Bravo dirigiéndose a Albert Camps y a Cacho delfino, gritándoles que declaren; ambos se niegan, lo cual motiva disparos de arma corta; después no vuelvo a escuchar a Alberto ni a Cacho. Escucho, sí, más voces de dolor que son silenciadas a medida que se suceden nuevos disparos de arma corta; ahora solo escucho las voces de nuestro carceleros que con gran excitación comienzan a inventar la historia que justifique el cruel asesinato, aunque solo sea válida entre ellos mismos.

“Escucho que se aproximan los disparos de arma corta. Es evidente que quien se haya abocado a la tarea de rematar a los heridos está cerca de mi celda; trato de fingir que estoy muerta y entrecerrando los ojos lo veo parado en la puerta de mi celda; es alto de cómo 1,80 metros, de cabello castaño aunque escaso, delgado; lleva insignia de oficial de la Marina. Apunta a la cabeza de María Angélica y dispara, aunque ésta ya está muerta. Luego dirige el arma hacia mí también dispara; el proyectil penetra mi barbilla y me destroza el maxilar derecho alojándose tras la oreja del mismo lado. Luego se aleja sin verificar el resultado de sus disparos, dando por sentado que estoy muerta.

“Continúan los disparos de arma corta hasta que se hace silencio, sólo quebrado por las idas y venidas de mucha gente; ellos llegan, nos miran, tal vez para cerciorarse de si ya estamos muertos; (…) yo continúo tratando de no dar señales de vida.

“A la hora llega un enfermero que constata el número de muertos y heridos; también llega una persona importante, tal vez un juez o un alto oficial, a quien le cuentan una historia inventada. Cuatro horas después llegan ambulancias, con lo cual comienzan a trasladar, de a uno, los heridos y los muertos. Cuando llego a la enfermaría de la base observo la hora, son las 8.30 (…). Me llevan a una sala en la enfermería, en la cual veo seis camillas en el suelo con seis heridos; yo soy la séptima.

“Dos médicos y algunos enfermeros nos miran pero se abstienen de intervenir. Sólo uno de ellos, un enfermero, animado por algo de compasión, quita sangre de mi boca; nadie atiende a los heridos (…).

“A pesar de la cercanía con la ciudad de Trelew no requieren asistencia médica de allí, sino que esperan a que arriben los médicos desde la base Puerto Belgrano, quienes lo hacen al mediodía, o sea cuatro horas después de nuestra llegada a la enfermería. Los médicos recién llegados nos atienden muy bien; nos operan allí mismo, surgiendo dadores de sangre entre los soldados. Recupero el conocimiento veinticuatro horas después de la operación, ya en un avión que me transporta a la base Puerto Belgrano, donde la atención médica continúa siendo muy buena”.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

La Masacre de Trelew V

María Antonia Berger también comenzó su relato desde el momento en que se rindieron en el aeropuerto de Trelew. “El juez que intervino en la negociación de nuestra rendición (por Alejandro Godoy) prometió acceder a nuestro requerimiento de que nos retornara al penal de Rawson en forma inmediata. (…) Al llegar las tropas de Infantería de Marina, las tratativas se celebran con el oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien, Mariano Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo insistimos en lograr que se nos reintegre a la unidad carcelaria, como condición previa a la rendición. Ante la oposición del capitán Sosa, se hace saber a él y al juez federal que a nuestro la base naval no reúne las mínimas garantías de seguridad en cuenta a nuestras vidas; para el supuesto caso de que el penal de Rawson aún se encontrara ocupado militarmente por los compañeros alojados en éste, los tres nos ofrecíamos a gestionar y obtener la rendición incondicional de ellos.

“E estos términos se planteaba la discusión, aunque el capitán Sosa accede a los requerimientos y afirma que nos llevará hasta el penal. De esta forma se hace efectiva la rendición y todos entregamos nuestras armas; momentos antes de ascender al micro que nos llevaría de regreso a la cárcel de Rawson nos enteramos que se nos lleva a la base naval Almirante Zar, bajo el pretexto de que la zona se había declarado en estado de emergencia, por lo cuál, las órdenes recibidas por Sosa eran el traslado de los prisioneros a la base para su alojamiento en ésta”.

Berger señaló que el juez Godoy y el abogado Mario Abel Amaya – quien el 19 de agosto sería detenido, excarcelado a fines de 1972 y vuelto a detener en el 76`, año en que murió tras ser torturado- los acompañaron en el micro que los llevó hasta la base y hasta el pasillo que conducía a las celdas. “Al despedirse de nosotros, el juez reitera que hará todo cuanto fuera necesaria para garantizar nuestra seguridad física”, recordó la víctima.

Respecto del trato que recibieron durante su detención en la base, Berger indicó: “Para ir al baño y a comer nos llevan de a uno, con ambas manos apoyadas en la nuca, mientras nuestros carceleros nos apuntan con sus armas montadas y sin seguro; en forma continua se procede a maltratarnos; a los muchachos se les ordena hacer repetidas veces cuerpo a tierra totalmente desnudos, a pesar del intenso frío característicos de la zona. También se nos obliga a hacer numerosos movimientos parándonos y sentándonos en el suelo, o sostener el peso del cuerpo con los dedos estirados y apoyados de punta en la pared durante mucho tiempo, hasta que el dolor es insoportable. (…)

“Recuerdo una ocasión, (…) el teniente de corbeta Bravo colocó su pistola calibre 45 en la cabeza de Clarisa Lea Place, al tiempo que amenazaba con matarla, porque ésta se negaba a colocarse boca arriba en el suelo. Clarisa, atemorizada, contesta con un débil <>; el oficial vacila; luego baja su arma”.

“(…) Es notorio cómo la situación es progresivamente más tensa; lo sienten aun nuestros carceleros; tres disparos aislados y hasta una ráfaga entera de ametralladora cuyas marcas quedaron en las paredes son muestras de un nerviosismo manifiesto que hacía que sus armas se les dispararan sin ellos darse cuenta.

“Una noche asistimos a un simulacro de fusilamiento y como tal lo asumimos posteriormente. Aproximadamente a la medianoche nos despiertan con gritos; a oscuras nos obligan a tirarnos cuerpo a tierra repetidas veces, sentarnos y pararnos en el suelo, etcétera, al tiempo que simulan ir a buscarnos para llevarnos, abren los candados, los cierran nuevamente; encienden y apagan las luces al tiempo que montan y desmontan repetidas veces sus armas. Escuchamos cuchicheos de nuestros carceleros con otros oficiales que han llegado. Por señas le preguntaba a un cabo que estaba pasando y me contesta moviendo el dedo índice como si apretara el gatillo de un arma. Como cierre de una noche agitada, comienza un nuevo interrogatorio por los oficiales, ante quienes reiteramos nuestra negativa a declarar; amenazan a Alfredo Kohon con ser torturado si insiste en su negativa a declarar”.


Fuente: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.